19/10/2015, 09:42
Kaido tampoco estaba muy convencido sobre lo que había dicho sobre la líder de su aldea. Tan sólo fue una forma de glorificar a la mujer que llevaba el liderato de miles de personas y que se encargaba de mantener el orden y la paz entre sus ciudadanos. Y aunque quisiera obtener respuesta de ese escenario, ninguno de los dos tenía la experiencia ni la capacidad de comprobar o cuantificar el verdadero poder de Yui-sama ni, en su defecto; el de un Dios. Habría que esperar a que los tiempos de guerra tocaran de nuevo a sus puertas y tuvieran la oportunidad de ver a la Arashikage actuar.
Aunque con el tratado de paz existente entre las tres grandes naciones, era probable que eso no sucediera en el futuro más inmediato. Quizás en un par de años más, cuando ese tratado se desgaste.
Porque si hay algo verídico en el mundo es que nada dura para siempre.
De cualquier forma, Ayame apostaba por la razón en ese aspecto. Un humano por más fuerte que fuera no era equivalente a una deidad. Así que concluyó su intervención equiparando la situación entre focos más igualados y fue allí cuando entraron los bijū en el panorama. Rikudō Sennin también jugaba un papel importante, pero no era una figura tan palpable como la de las bestias con colas, siendo que Kaido; de alguna forma, tenía a una justo en frente de él.
—O los Bijū —dijo él, enfatizando casi de inmediato lo que su compañera había dicho. Y allí le miró con palpable complicidad, como quien sabe a lo que se estaba refiriendo. Porque esa risa nerviosa de Ayame tenía un significado, quizás similar para ambos.
Ella podía enfrentarse a un Dios.
—En fin, quizás nunca podamos saberl...
La voz del tiburón se entrecortó en seco. Su rostro se empalideció —como si eso fuera posible—. y se vio obligado a tragar saliva. Era la primera vez y probablemente la última en que alguien le vería ponerse tan nervioso. Se podía notar que Kaido se había inundado de temor en ese momento, ¿pero por qué?...
Giró su cabeza un par de centímetros a la izquierda de Ayame. Y detrás, aguardaban cuatro sombras que se hacían cada vez más diferenciables una de la otra. Pero el gyojin sabía perfectamente quienes eran, aunque la única que le hacía sentir aliviado era la presencia de Yarou-dono, su "protector". El viejo le miró con severidad, tratando de enviarle un mensaje. Porque no era nada usual que él o los otros tres ninja más jóvenes que le acompañaban estuvieran allí. Nunca se habían molestado en cuidar donde o como estuviese, así que si se encontraban allí era por una razón de peso.
—Nos vamos —sentenció Yarou.
Kaido volteó a ver a su compañera de conversación y le soltó una sonrisa temerosa, aunque era difícil percibirlo así cuando detrás aguardaban la fila de navajas que tenía por dientes.
—Yo... debo irme. Te veo luego, ¿vale?
«Claro... como si eso fuese a suceder»
Resignado, Kaido comenzó a alejarse del lago, no sin antes darle un último vistazo. Luego siguió caminando junto a los 3 escoltas, perdiéndose en las sombras de un par de edificios aledaños.
Aunque con el tratado de paz existente entre las tres grandes naciones, era probable que eso no sucediera en el futuro más inmediato. Quizás en un par de años más, cuando ese tratado se desgaste.
Porque si hay algo verídico en el mundo es que nada dura para siempre.
De cualquier forma, Ayame apostaba por la razón en ese aspecto. Un humano por más fuerte que fuera no era equivalente a una deidad. Así que concluyó su intervención equiparando la situación entre focos más igualados y fue allí cuando entraron los bijū en el panorama. Rikudō Sennin también jugaba un papel importante, pero no era una figura tan palpable como la de las bestias con colas, siendo que Kaido; de alguna forma, tenía a una justo en frente de él.
—O los Bijū —dijo él, enfatizando casi de inmediato lo que su compañera había dicho. Y allí le miró con palpable complicidad, como quien sabe a lo que se estaba refiriendo. Porque esa risa nerviosa de Ayame tenía un significado, quizás similar para ambos.
Ella podía enfrentarse a un Dios.
—En fin, quizás nunca podamos saberl...
La voz del tiburón se entrecortó en seco. Su rostro se empalideció —como si eso fuera posible—. y se vio obligado a tragar saliva. Era la primera vez y probablemente la última en que alguien le vería ponerse tan nervioso. Se podía notar que Kaido se había inundado de temor en ese momento, ¿pero por qué?...
Giró su cabeza un par de centímetros a la izquierda de Ayame. Y detrás, aguardaban cuatro sombras que se hacían cada vez más diferenciables una de la otra. Pero el gyojin sabía perfectamente quienes eran, aunque la única que le hacía sentir aliviado era la presencia de Yarou-dono, su "protector". El viejo le miró con severidad, tratando de enviarle un mensaje. Porque no era nada usual que él o los otros tres ninja más jóvenes que le acompañaban estuvieran allí. Nunca se habían molestado en cuidar donde o como estuviese, así que si se encontraban allí era por una razón de peso.
—Nos vamos —sentenció Yarou.
Kaido volteó a ver a su compañera de conversación y le soltó una sonrisa temerosa, aunque era difícil percibirlo así cuando detrás aguardaban la fila de navajas que tenía por dientes.
—Yo... debo irme. Te veo luego, ¿vale?
«Claro... como si eso fuese a suceder»
Resignado, Kaido comenzó a alejarse del lago, no sin antes darle un último vistazo. Luego siguió caminando junto a los 3 escoltas, perdiéndose en las sombras de un par de edificios aledaños.