23/02/2019, 19:32
Muy lejos de su tierra natal, un joven shinobi descansaba en una pequeña taberna. En el País del Bosque y el País de la Tierra, donde había ido a cumplir su humilde misión de mensajero, hacía calor; se había recogido el cabello en una coleta media corta y había dejado su ropa habitual en el camino de ida, a su paso por Yachi. En su lugar, vestía una camiseta de manga corta simple de color verde, y unos pantalones negros que le llegaban tan sólo a las espinillas. Aunque no ayudaban, no pudo prescindir de sus mitones de color verde mar oscuro. No lo haría nunca. Porque esos mitones llevaban dos secretos afilados de acero. Los secretos son importantes, de hecho hay quien dice que la información es poder. Lo fue cuando aquellos dos bandoleros descubrieron el secreto, por supuesto.
—¿Cuánto le debo? —preguntó Daruu amablemente. «Ni un mísero ryo te daba por esta mierda de hidromiel, bastardo». En el fondo, era su culpa. Nada podría igualar a la hidromiel pluvial de Los kunai cruzados, su taberna favorita de Amegakure.
—Tres, joven.
—Aquí tiene. Quédese con el cambio. —Daruu abrió la mano y depositó tres monedas redondas de color dorado con un agujero en el centro en la barra, que quedaron dando vueltas como peonzas durante unos segundos. Daruu se levantó y se dio la vuelta. Caminó con presteza hacia la salida.
—¡Vale, muchas gra...! Un momento, pero si no hay cam... ¿Eh? —Pero Daruu ya había desaparecido.
Fue todo un alivio, un rato más tarde, atisbar la silueta del inconfundible y majestuoso Puente Tenchi allá en la lejanía. «Dioses, he tardado demasiado en encontrar a esa tipa. "Tiene el pelo rubio y largo". Joder, ¿¡no les parecía más característico que fuera tuerta!? Qué poco se trabajan los pergaminos de misión ya.»
El día no estaba dispuesto a mejorar, no obstante, y eso es algo que Daruu supo un momento después, cuando puso el primer pie en su extremo del puente. Fue cuando escuchó el suave ronroneo de un instrumento y vio una silueta, a lo lejos. Tuvo un mal presentimiento desde ese mismo instante: quizás fuera su manera de andar, que le recordó a él. Lo comprobó cuando tiró de su cinturón y se puso las lentes de aumento de visión. Entonces le hirvió la sangre. Lo más sensato hubiera sido marcharse. Marcharse e ignorar a Uchiha Datsue. Pero el destino les había unido de nuevo en un lugar, en aquellos tiempos de paz.
Pero Daruu supo que aquella no sería una historia sobre la paz. Sería una historia que hablaría de ese otro tipo de guerras, las pequeñas, que los hombres albergan en sus corazones incluso después de que sus respectivos países firmen una paz.
Tigre.
—Meisagakure no Jutsu. —El chico se apartó un momento, alejándose del centro de la estructura, y se desvaneció en el aire, poco a poco, como si su cuerpo se hubiese convertido en un gas muy ligero, como si un fuego sin llamas consumiría una hoja de papel.
El amejin aguardó, aguardó hasta que Datsue hubo pasado de largo, hasta que había recorrido algo más de distancia. Una vez más, lo sensato habría sido dejarlo marchar, y continuar con su camino hasta Amegakure. Una vez más, le traicionó el rencor; la canción del Uchiha sólo había empeorado las cosas. Se dio la vuelta. Su técnica perdió el efecto. Clap, clap, clap, aplaudió, y después silbó como admirando la habilidad musical de su... conocido.
—¡Guau! Impresionante. Desde luego, la última vez que te vi interpretando un papel ya me quedó claro que esto se te daba bien, ¡sí señor! —Sonrió saboreando las palabras. Se encogió de hombros—. Aunque aquella vez te dedicaste más bien a hacer el payaso. ¿Crees que podrías trabajar en un circo, rata traidora? —Daruu levantó el dedo índice y negó tanto con él como con la cabeza. Chasqueó la lengua varias veces—. Aunque... me temo que debo corregir la letra de tu... absurda canción de verbena. Yo conocí a un tipo que decía ser un Profesional y oh, mintió como un puto bellaco, compañero. Sin coartada siquiera.
—¿Cuánto le debo? —preguntó Daruu amablemente. «Ni un mísero ryo te daba por esta mierda de hidromiel, bastardo». En el fondo, era su culpa. Nada podría igualar a la hidromiel pluvial de Los kunai cruzados, su taberna favorita de Amegakure.
—Tres, joven.
—Aquí tiene. Quédese con el cambio. —Daruu abrió la mano y depositó tres monedas redondas de color dorado con un agujero en el centro en la barra, que quedaron dando vueltas como peonzas durante unos segundos. Daruu se levantó y se dio la vuelta. Caminó con presteza hacia la salida.
—¡Vale, muchas gra...! Un momento, pero si no hay cam... ¿Eh? —Pero Daruu ya había desaparecido.
Fue todo un alivio, un rato más tarde, atisbar la silueta del inconfundible y majestuoso Puente Tenchi allá en la lejanía. «Dioses, he tardado demasiado en encontrar a esa tipa. "Tiene el pelo rubio y largo". Joder, ¿¡no les parecía más característico que fuera tuerta!? Qué poco se trabajan los pergaminos de misión ya.»
El día no estaba dispuesto a mejorar, no obstante, y eso es algo que Daruu supo un momento después, cuando puso el primer pie en su extremo del puente. Fue cuando escuchó el suave ronroneo de un instrumento y vio una silueta, a lo lejos. Tuvo un mal presentimiento desde ese mismo instante: quizás fuera su manera de andar, que le recordó a él. Lo comprobó cuando tiró de su cinturón y se puso las lentes de aumento de visión. Entonces le hirvió la sangre. Lo más sensato hubiera sido marcharse. Marcharse e ignorar a Uchiha Datsue. Pero el destino les había unido de nuevo en un lugar, en aquellos tiempos de paz.
Pero Daruu supo que aquella no sería una historia sobre la paz. Sería una historia que hablaría de ese otro tipo de guerras, las pequeñas, que los hombres albergan en sus corazones incluso después de que sus respectivos países firmen una paz.
Tigre.
—Meisagakure no Jutsu. —El chico se apartó un momento, alejándose del centro de la estructura, y se desvaneció en el aire, poco a poco, como si su cuerpo se hubiese convertido en un gas muy ligero, como si un fuego sin llamas consumiría una hoja de papel.
El amejin aguardó, aguardó hasta que Datsue hubo pasado de largo, hasta que había recorrido algo más de distancia. Una vez más, lo sensato habría sido dejarlo marchar, y continuar con su camino hasta Amegakure. Una vez más, le traicionó el rencor; la canción del Uchiha sólo había empeorado las cosas. Se dio la vuelta. Su técnica perdió el efecto. Clap, clap, clap, aplaudió, y después silbó como admirando la habilidad musical de su... conocido.
—¡Guau! Impresionante. Desde luego, la última vez que te vi interpretando un papel ya me quedó claro que esto se te daba bien, ¡sí señor! —Sonrió saboreando las palabras. Se encogió de hombros—. Aunque aquella vez te dedicaste más bien a hacer el payaso. ¿Crees que podrías trabajar en un circo, rata traidora? —Daruu levantó el dedo índice y negó tanto con él como con la cabeza. Chasqueó la lengua varias veces—. Aunque... me temo que debo corregir la letra de tu... absurda canción de verbena. Yo conocí a un tipo que decía ser un Profesional y oh, mintió como un puto bellaco, compañero. Sin coartada siquiera.