25/03/2019, 14:08
Un rato después, los parroquianos ya volvían a abarrotar aquel mugriento subsótano en busca de otra dosis de diversión. El alcohol barato, que Sargento Tachibana astutamente rebajaba de precio cada vez que veía que había muchos clientes descontentos con los resultados de las apuestas —"fidelizar" lo llamaba él—, el aire fresco —al menos, más fresco que allá abajo en la ratonera de peleas— y alguna que otra sustancia ilegal de más tenían a la mayor parte de aquellos cabrones de buen humor. El Sargento podía olerlo; se avecinaba una buena ronda de apuestas. Después de tantos años regentando aquel negocio, él aseguraba que había desarrollado un sexto sentido para oler lla pasta como si se tratara del pubis recién lavado de una prostituta. Era tan natural como respirar. Así pues, tenía que asegurarse de que el siguiente combate era lo suficientemente espectacular y, sobre todo, brutal, dos cualidades que sus clientes valoraban en demasía. Por eso mismo le irritó soberanamente el no hallar a ningún tipo con pinta de ser lo suficientemente duro o amenazador como para inclinar la balanza de su lado antes de que volara el primer puñetazo; todos lucían demasiado anodinos, blanduchos o colocados aquella noche.
—Tsk. Panda de pelones... —masculló entre dientes—. ¡Ashi! ¿Está Ashi por aquí hoy? —rugió.
Un hombre alto y delgaducho como un junco de río se acercó con un cigarrillo muy grueso en una mano y una jarra de cerveza de arroz en la otra. Su rostro era sumamente alargado, como el de un caballo, y sus ojos oscuros despedían un brillo de malicia poco contenida.
—¿Qué pasa, Sargento? —quiso saber el recién llegado—. ¿Problemas de abastecimiento, a estas horas? Joder, hoy estáis que os fumáis a un kusareño liao' en una manta.
Tachibana negó con la cabeza.
—No, más bien lo contrario. Me preocupa que haya un superávit de "magia azul" esta noche. Especialmente para alguno de mis ilustres luchadores, que quizá tenga que hacer horas extra. No querría que abandonen el ruedo antes de tiempo... ¿Necesitas que te lo deletree? —inquirió, con cara de pocos amigos.
El tipo con cuerpo de junco soltó una risilla maliciosa y negó con la cabeza.
—Aye aye, capitán —le respondió, guasón, mientras le daba una buena calada a su pitillo—. Pero súbele el sueldo a ese chico, por amor de Kamisama, o dentro de poco te vas a quedar sin saco de golpes —agregó, aludiendo a los impagos en los que Akame había estado cayendo últimamente, con el precio del omoide subiendo cada semana.
El Sargento asintió, dando por concluida la conversación, y Ashi hizo lo propio al darse la vuelta y perderse entre la gente. Luego, el dueño de El Club de la Trucha simplemente esperó durante unos minutos a que los naipes cayesen del lado adecuado, y entonces... Uchiha "Calabaza" Akame apareció entre la gente, cabeza gacha y todavía cubierto de moratones, con el pelo grasiento y descuidado ocultando su desfigurado rostro.
—S... Sargento... —llamó su atención, sin levantar la mirada. El otro se limitó a alzar una ceja—. Necesito... Necesito otra pelea esta noche. Tengo que pelear otra, ¿mismo trato, no? —preguntó, aunque sonó más a súplica. Luego, para justificarse, mintió de forma poco convincente—. El casero me ha subido la renta.
Sargento Tachibana se llevó una gruesa mano al mentón, cruzado por una profunda cicatriz. Sus facciones no podían ser más estereotípicas ni más acordes con la imagen del ex soldado convertido en hampón; corpulento, piel color café, rasgos agresivos y ojos severos de color miel. Su pelo estaba teñido de rubio platino, rapado casi al cero. Tachibana sabía bien que tenía a aquel chico en la palma de la mano; era un puro yonki del omoide, y pelear en el Club de la Trucha estaba entre sus pocas fuentes de ingresos para drogarse. Así que actuó como tal.
—No sé, no sé, Calabaza. Ya has peleado una vez esta noche, hay que dejar sitio también a las nuevas promesas, ¿eh? —se tiró el farol, a sabiendas de que aquel desgraciado no podía hacer una sola mierda para contradecirle si quería tener dinero suficiente para su dosis de aquella noche; que, mágicamente, habría incrementado su precio gracias a Ashi—. Dale, pelea, anda. Pero por esta, te voy a pagar la mitad. Al fin y al cabo te estoy haciendo el favor.
Akame asintió, murmurando un quedo "gracias, gracias Sargento", y se encaminó de nuevo hacia el ring. Eso dejaba ahora al Sargento Tachibana con el único problema de encontrar un peleador más. El joven pordiosero ya estaba en la arena de combate, y el público empezaba a pedir más, agitando sus bebidas en el aire y salpicando al muchacho, gritándole improperios y riéndose de su paupérrimo estado.
—¡Venga coño, a ver! ¿¡Quién quiere darse de ostias con Calabaza, eh!? —rugió de repente, y su vozarrón se alzó por encima del alboroto general—. ¡Cincuenta pavos a quien lo tumbe en menos de dos minutos! ¡Qué coño, cien!
—Tsk. Panda de pelones... —masculló entre dientes—. ¡Ashi! ¿Está Ashi por aquí hoy? —rugió.
Un hombre alto y delgaducho como un junco de río se acercó con un cigarrillo muy grueso en una mano y una jarra de cerveza de arroz en la otra. Su rostro era sumamente alargado, como el de un caballo, y sus ojos oscuros despedían un brillo de malicia poco contenida.
—¿Qué pasa, Sargento? —quiso saber el recién llegado—. ¿Problemas de abastecimiento, a estas horas? Joder, hoy estáis que os fumáis a un kusareño liao' en una manta.
Tachibana negó con la cabeza.
—No, más bien lo contrario. Me preocupa que haya un superávit de "magia azul" esta noche. Especialmente para alguno de mis ilustres luchadores, que quizá tenga que hacer horas extra. No querría que abandonen el ruedo antes de tiempo... ¿Necesitas que te lo deletree? —inquirió, con cara de pocos amigos.
El tipo con cuerpo de junco soltó una risilla maliciosa y negó con la cabeza.
—Aye aye, capitán —le respondió, guasón, mientras le daba una buena calada a su pitillo—. Pero súbele el sueldo a ese chico, por amor de Kamisama, o dentro de poco te vas a quedar sin saco de golpes —agregó, aludiendo a los impagos en los que Akame había estado cayendo últimamente, con el precio del omoide subiendo cada semana.
El Sargento asintió, dando por concluida la conversación, y Ashi hizo lo propio al darse la vuelta y perderse entre la gente. Luego, el dueño de El Club de la Trucha simplemente esperó durante unos minutos a que los naipes cayesen del lado adecuado, y entonces... Uchiha "Calabaza" Akame apareció entre la gente, cabeza gacha y todavía cubierto de moratones, con el pelo grasiento y descuidado ocultando su desfigurado rostro.
—S... Sargento... —llamó su atención, sin levantar la mirada. El otro se limitó a alzar una ceja—. Necesito... Necesito otra pelea esta noche. Tengo que pelear otra, ¿mismo trato, no? —preguntó, aunque sonó más a súplica. Luego, para justificarse, mintió de forma poco convincente—. El casero me ha subido la renta.
Sargento Tachibana se llevó una gruesa mano al mentón, cruzado por una profunda cicatriz. Sus facciones no podían ser más estereotípicas ni más acordes con la imagen del ex soldado convertido en hampón; corpulento, piel color café, rasgos agresivos y ojos severos de color miel. Su pelo estaba teñido de rubio platino, rapado casi al cero. Tachibana sabía bien que tenía a aquel chico en la palma de la mano; era un puro yonki del omoide, y pelear en el Club de la Trucha estaba entre sus pocas fuentes de ingresos para drogarse. Así que actuó como tal.
—No sé, no sé, Calabaza. Ya has peleado una vez esta noche, hay que dejar sitio también a las nuevas promesas, ¿eh? —se tiró el farol, a sabiendas de que aquel desgraciado no podía hacer una sola mierda para contradecirle si quería tener dinero suficiente para su dosis de aquella noche; que, mágicamente, habría incrementado su precio gracias a Ashi—. Dale, pelea, anda. Pero por esta, te voy a pagar la mitad. Al fin y al cabo te estoy haciendo el favor.
Akame asintió, murmurando un quedo "gracias, gracias Sargento", y se encaminó de nuevo hacia el ring. Eso dejaba ahora al Sargento Tachibana con el único problema de encontrar un peleador más. El joven pordiosero ya estaba en la arena de combate, y el público empezaba a pedir más, agitando sus bebidas en el aire y salpicando al muchacho, gritándole improperios y riéndose de su paupérrimo estado.
—¡Venga coño, a ver! ¿¡Quién quiere darse de ostias con Calabaza, eh!? —rugió de repente, y su vozarrón se alzó por encima del alboroto general—. ¡Cincuenta pavos a quien lo tumbe en menos de dos minutos! ¡Qué coño, cien!