25/03/2019, 14:46
Despedida, Invierno del año 218.
Hacía frío. Vale que estuviesen en pleno Invierno, pero incluso para ser Uzushigakure no Sato, con su clima cálido, sus cielos despejados y sus playas de fina arena blanca, aquella noche hacía demasiado frío. Las estrellas brillaban con una tenuedad que parecía pretendida, como si no quisieran arrojar demasiada luz sobre los hechos que iban a sucederse en una modesta calle del barrio residencial de la Aldea del Remolino. Incluso los oriundos parecían haberse dado cuenta de que algo no iba bien si las temperaturas habían bajado lo suficiente como para obligarte a llevar algo más que una fina chaqueta y una bufanda de lana, y parecía que hubieran concluído que era mejor quedarse en casa. O tal vez, simplemente, se tratara de pura casualidad que, en aquella noche, sólo hubiera dos solitarias figuras recortándose entre las sombras que proyectaban los farolillos dispuestos en perfecto orden a cada lado de la calle. El viento apenas soplaba lo suficiente como para menear levente los bajos de la capa que cubría a una de ellas, la más alta y esbelta; cosa si cabe más rara que la del frío, en una tierra conocida por la fuerza de sus corrientes.
La realidad era que, al final, todo aquello daba igual. No era importante ni merecedor de atención. Puede que simplemente se tratase de una noche más fría de la cuenta. Puede que las estrellas estuvieran brillando como siempre y que el viento, en realidad, hubiera encontrado fuerzas para levantar polvo y las pocas hojas secas que quedaban del Otoño. Completamente irrelevante. Porque lo que de verdad importaba aquella noche, eran esas dos personas que se habían citado a medianoche en aquella calle de aquel barrio residencial del Remolino. O, mejor dicho, la clave de todo era el sobre tamaño folio que una de ellas acababa de sacar de entre los pliegues de su oscura capa.
Ese puto sobre. Eso era lo único importante, digno de mención, en la escena. No por el sobre en sí, claro, que no era más que un sobre cualquiera de papel cartón, de los que se podían encontrar en cualquier papelería de Uzushiogakure e incluso, cualquiera se atrevería a afirmar, de todo Oonindo. Un sobre, sin más, cerrado con un elastiquillo de goma de color verde. Y, sin embargo, este sobre era distinto a cualquier otro sobre del mundo, cualquier otro sobre que hubiera podido existir jamás.
Probablemente. Porque dentro de aquel sobre había unas fotos. Y en las fotos aparecía un muchacho. Un muchacho de complexión delgada, nariz torcida y ojos profundos.
Uchiha Akame.
—Buenas noches, Chokichi-san —saludó la primera figura, la más alta, a la segunda—. ¿Estás decidido a hacerlo?
La voz femenina que provenía del interior de las sombras que la capucha de su capa proyectaba sobre su rostro, dejando apenas ver un par de ojos dorados que parecían brillar en la oscuridad, interpelaba a un muchachito pelirrojo bien conocido en la Aldea. Un muchacho que, probablemente sin saberlo todavía, estaba a punto de desatar lo que sería el gérmen de una auténtica tormenta que sacudiría la vida de un shinobi hasta sus cimientos.