26/03/2019, 19:32
—¿Raito-sensei?
La figura atlética y delgada de Akame se recortó al trasluz de la puerta. Vestía con el uniforme de shinobi reglamentario de la Villa, al que añadía —gracias a su rango— un chaleco militar y una bonita placa dorada anudada en el hombro izquierdo. Llevaba todavía sus portaobjetos, a la cintura y en el muslo derecho, lo que parecía indicar que no hacía mucho que había llegado a casa. Su bandana del Remolino, como siempre, reluciendo en su frente con un impecable nudo realizado tras la cabeza. Sus botas ninja de color negro crujieron levemente cuando el Uchiha se apartó para dejar pasar al que hubiese sido su superior y maestro.
—¿Puedo hacer algo por usted? —preguntó, diligente.
Akame había aprendido muchas cosas junto a aquel hombre. A ser mejor ninja, a ser mejor guerrero, a ser mejor Uchiha; a ser mejor persona. Raito había compartido mucha información con él acerca de los poderes que se ocultaban en su sangre, pero también le había instruído en el lado filosófico y ético de quien se ve con la potestad de blandirlo. "Un gran poder conlleva una gran responsabilidad"; y Akame había demostrado ser un buen pupilo. Siempre presto para dar el servicio a su Aldea, siempre atento, siempre dispuesto a sacrificarse. El veterano jōnin le había enseñado a sobrellevar muchos aspectos de la dura vida de un shinobi, aquellos que no salían en los libros, los que tenían que ver con las cosas que había debajo de la piel. No en vano, el jovencito Akame se había enamorado de la otra aprendiz de Raito; Yume. Y éste, sabiamente, no había querido dejar al azar aquellas cosas que tan fácilmente podían torcer el camino del ninja.
El apartamento de Akame lucía tan limpio y ordenado como siempre. Su vieja espada yacía sobre la mesa del salón-cocina, protegida por su funda bandolera, y al fuego hervía una olla de tallarines instantáneos que desprendía un ligero olor a pollo. Al otro lado de la estancia reposaba una estantería de madera repleta de libros de diversa índole, desde manuales de Ninjutsu avanzado hasta viejas bibliografías de historiadores especializados en el linaje Uchiha, pasando por varias conocidas novelas de ficción y fantasía. Junto a la estantería, un sofá de dos plazas, y frente a éste una mesita baja que Akame usaba para comer cuando estaba en casa. La luz amarilla de la lámpara de techo iluminaba la estancia, bañándola con su cálido manto. Pese a ser Invierno, la calefacción no estaba puesta.
El jōnin esperó a que su maestro pasara para cerrar la puerta tras él. Luego se quedó allí, de pie, interrogándole con la mirada. Raito siempre le citaba en algún lugar de la Aldea, nunca había ido a su casa. «¿Será algo importante?»
La figura atlética y delgada de Akame se recortó al trasluz de la puerta. Vestía con el uniforme de shinobi reglamentario de la Villa, al que añadía —gracias a su rango— un chaleco militar y una bonita placa dorada anudada en el hombro izquierdo. Llevaba todavía sus portaobjetos, a la cintura y en el muslo derecho, lo que parecía indicar que no hacía mucho que había llegado a casa. Su bandana del Remolino, como siempre, reluciendo en su frente con un impecable nudo realizado tras la cabeza. Sus botas ninja de color negro crujieron levemente cuando el Uchiha se apartó para dejar pasar al que hubiese sido su superior y maestro.
—¿Puedo hacer algo por usted? —preguntó, diligente.
Akame había aprendido muchas cosas junto a aquel hombre. A ser mejor ninja, a ser mejor guerrero, a ser mejor Uchiha; a ser mejor persona. Raito había compartido mucha información con él acerca de los poderes que se ocultaban en su sangre, pero también le había instruído en el lado filosófico y ético de quien se ve con la potestad de blandirlo. "Un gran poder conlleva una gran responsabilidad"; y Akame había demostrado ser un buen pupilo. Siempre presto para dar el servicio a su Aldea, siempre atento, siempre dispuesto a sacrificarse. El veterano jōnin le había enseñado a sobrellevar muchos aspectos de la dura vida de un shinobi, aquellos que no salían en los libros, los que tenían que ver con las cosas que había debajo de la piel. No en vano, el jovencito Akame se había enamorado de la otra aprendiz de Raito; Yume. Y éste, sabiamente, no había querido dejar al azar aquellas cosas que tan fácilmente podían torcer el camino del ninja.
El apartamento de Akame lucía tan limpio y ordenado como siempre. Su vieja espada yacía sobre la mesa del salón-cocina, protegida por su funda bandolera, y al fuego hervía una olla de tallarines instantáneos que desprendía un ligero olor a pollo. Al otro lado de la estancia reposaba una estantería de madera repleta de libros de diversa índole, desde manuales de Ninjutsu avanzado hasta viejas bibliografías de historiadores especializados en el linaje Uchiha, pasando por varias conocidas novelas de ficción y fantasía. Junto a la estantería, un sofá de dos plazas, y frente a éste una mesita baja que Akame usaba para comer cuando estaba en casa. La luz amarilla de la lámpara de techo iluminaba la estancia, bañándola con su cálido manto. Pese a ser Invierno, la calefacción no estaba puesta.
El jōnin esperó a que su maestro pasara para cerrar la puerta tras él. Luego se quedó allí, de pie, interrogándole con la mirada. Raito siempre le citaba en algún lugar de la Aldea, nunca había ido a su casa. «¿Será algo importante?»