26/03/2019, 22:07
(Última modificación: 26/03/2019, 22:13 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
La herida ya estaba prácticamente curada. La tuvo que ocultar de su madre, eso sí, cosa que no fue nada, nada fácil. Más que nada porque Amedama Kiroe tenía la capacidad de aparecer de la nada absoluta para contarle a uno cualquier chismorreo del que se había enterado invadiendo conversaciones ajenas en la Pastelería. Claro, es que también se trataba de eso. Kiroe había vuelto al servicio activo, pero no salía de la aldea. Su trabajo era, no obstante, muy parecido al que ya desempeñaba cuando sí que lo hacía. Era una espía. Una kunoichi que manejaba información. Lo hacía de la mejor manera que sabía, y utilizando los recursos que tenía al alcance. A veces, hacía escapadas nocturnas. Daruu la veía deslizarse entre las sombras de la calle a través de la ventana de su habitación, empuñando el filo de un arma. Porque además de una espía excelente y la mejor confidente que se podía tener, a Kiroe se le daba muy bien cierta otra cosa:
Interceptar a gente que se desviaba del camino.
Daruu sabía que su madre iba a estar muy ocupada aquél día. En Oonindo, la gente solía trabajar o bien tres o bien cuatro días a la semana —que eran de cinco días, a excepción de la última del mes, donde se añadía un día festivo más—. Los Tsuchiyōbi —el quinto y último día—, en particular, eran perfectos para estar tranquilo. Tenían fiesta asegurada los que trabajaban hasta el día anterior y los que sólo lo tomaban a él como festivo. Eso se traducía en clientes para Kiroe, e indirectamente, soledad para Daruu. De modo que el muchacho se había encerrado en el baño y se había esmerado en limpiar la herida bien, revisar su estado y aplicarse un poco de agua oxigenada.
En cuanto había vuelto a Amegakure había ido a un hospital —el que estaba en dirección contraria al que trabajaba Zetsuo (padre de Ayame y experto en Legeremancia Ante Mínima Sospecha)—, y allí le habían puesto puntos y dado indicaciones para practicarse curas él mismo.
Estaba terminando de atarse las vendas cuando Datsue le sorprendió de nuevo hablándole por el sello que le había colocado el mismo día que también le había colocado aquella herida. Daruu aulló de dolor, porque se había apretado demasiado el nudo sin querer del sobresalto, y mantuvo una pequeña cantidad de chakra cargada en la nuca.
—¡Ay, joder, macho, me cago en Amenokami! —dijo, en un grito ahogado en un susurro—. Otra vez me pillas en el peor momento, ¿no te dije que yo te iría informando, que no me contactases si no la habías visto?
Llevaban unos días hablando. Lo justo, la verdad, porque Daruu le había insistido a Datsue que Kiroe estaba siempre al acecho. Al principio, Daruu le informaba de hacia dónde se dirigía Ayame con regularidad, y él, de noche, le contaba si había tenido resultado la búsqueda. La búsqueda nunca había tenido resultado, por supuesto. Al final, Datsue terminó por impacientarse y cada vez contactaba a Daruu más a menudo, preguntándole si sabía algo de Ayame. Daruu tuvo que prometer hablarle a él todos los días, pero le pidió por favor que no le contactase si no era urgente, porque joder, siempre le pillaba cagando, o comiéndose un trozo de pizza callejera —ese no era problema, pero es que más de una vez se le cayó al suelo también del sobresalto, y eso Daruu no lo podía perdonar a nadie—, o hablando con su madre, que eso sí que era jodido. Daruu tenía que carraspear, activar el sello para que Datsue escuchase que estaba con alguien y exclamar: "¡nada, nada, que llueve llueve!". Y parecía retrasado, joder, ¡claro que llueve llueve! ¡Si en Amegakure llovía siempre! Hubiera sido aún peor si el día en el que se lo dijo no hubiese llovido, que los había pocos pero los había. ¡Ahí sí que habría parecido un completo idiota!
Daruu salió del baño y se metió a toda prisa en su cuarto. Cerró la puerta y se tumbó en la cama, cogiendo un libro de la mesita: Los Siete Guardianes Shinobi del Señor de Ultramar. Una novela de ficción que le gustaba mucho, y que contaba la historia de siete ninjas de una isla lejana, lejos de Oonindo, al otro lado del océano. Abrió la obra por una página al azar y fingió que estaba leyéndola —por si su madre decidía aparecer de golpe por la puerta, como siempre—, y siguió:
—...a no ser que al fin os hayáis encontrado. ¿Está ahí? —El corazón le latía a mil por hora, y no por el sobresalto, sino porque sentía que aquél día iba a ser... movidito. Incluso desde allí. Quizás peor, porque sólo podía escuchar.
Interceptar a gente que se desviaba del camino.
Daruu sabía que su madre iba a estar muy ocupada aquél día. En Oonindo, la gente solía trabajar o bien tres o bien cuatro días a la semana —que eran de cinco días, a excepción de la última del mes, donde se añadía un día festivo más—. Los Tsuchiyōbi —el quinto y último día—, en particular, eran perfectos para estar tranquilo. Tenían fiesta asegurada los que trabajaban hasta el día anterior y los que sólo lo tomaban a él como festivo. Eso se traducía en clientes para Kiroe, e indirectamente, soledad para Daruu. De modo que el muchacho se había encerrado en el baño y se había esmerado en limpiar la herida bien, revisar su estado y aplicarse un poco de agua oxigenada.
En cuanto había vuelto a Amegakure había ido a un hospital —el que estaba en dirección contraria al que trabajaba Zetsuo (padre de Ayame y experto en Legeremancia Ante Mínima Sospecha)—, y allí le habían puesto puntos y dado indicaciones para practicarse curas él mismo.
Estaba terminando de atarse las vendas cuando Datsue le sorprendió de nuevo hablándole por el sello que le había colocado el mismo día que también le había colocado aquella herida. Daruu aulló de dolor, porque se había apretado demasiado el nudo sin querer del sobresalto, y mantuvo una pequeña cantidad de chakra cargada en la nuca.
—¡Ay, joder, macho, me cago en Amenokami! —dijo, en un grito ahogado en un susurro—. Otra vez me pillas en el peor momento, ¿no te dije que yo te iría informando, que no me contactases si no la habías visto?
Llevaban unos días hablando. Lo justo, la verdad, porque Daruu le había insistido a Datsue que Kiroe estaba siempre al acecho. Al principio, Daruu le informaba de hacia dónde se dirigía Ayame con regularidad, y él, de noche, le contaba si había tenido resultado la búsqueda. La búsqueda nunca había tenido resultado, por supuesto. Al final, Datsue terminó por impacientarse y cada vez contactaba a Daruu más a menudo, preguntándole si sabía algo de Ayame. Daruu tuvo que prometer hablarle a él todos los días, pero le pidió por favor que no le contactase si no era urgente, porque joder, siempre le pillaba cagando, o comiéndose un trozo de pizza callejera —ese no era problema, pero es que más de una vez se le cayó al suelo también del sobresalto, y eso Daruu no lo podía perdonar a nadie—, o hablando con su madre, que eso sí que era jodido. Daruu tenía que carraspear, activar el sello para que Datsue escuchase que estaba con alguien y exclamar: "¡nada, nada, que llueve llueve!". Y parecía retrasado, joder, ¡claro que llueve llueve! ¡Si en Amegakure llovía siempre! Hubiera sido aún peor si el día en el que se lo dijo no hubiese llovido, que los había pocos pero los había. ¡Ahí sí que habría parecido un completo idiota!
Daruu salió del baño y se metió a toda prisa en su cuarto. Cerró la puerta y se tumbó en la cama, cogiendo un libro de la mesita: Los Siete Guardianes Shinobi del Señor de Ultramar. Una novela de ficción que le gustaba mucho, y que contaba la historia de siete ninjas de una isla lejana, lejos de Oonindo, al otro lado del océano. Abrió la obra por una página al azar y fingió que estaba leyéndola —por si su madre decidía aparecer de golpe por la puerta, como siempre—, y siguió:
—...a no ser que al fin os hayáis encontrado. ¿Está ahí? —El corazón le latía a mil por hora, y no por el sobresalto, sino porque sentía que aquél día iba a ser... movidito. Incluso desde allí. Quizás peor, porque sólo podía escuchar.
![[Imagen: K02XwLh.png]](https://i.imgur.com/K02XwLh.png)