28/03/2019, 00:55
(Última modificación: 28/03/2019, 00:57 por Umikiba Kaido. Editado 3 veces en total.)
—¡Bien, coño, eso es un tío! —bramó el Sargento. El gyojin navegó la marea de gente, apartándola de su camino a regañadientes, y sumergiéndose finalmente en el corazón del ring—. ¿Cómo es tu nombre, sardina con patas?
—Me dicen Marrajo —añadió entre colmillos, palabras que vislumbraban una sonrisa tan insolente como a la par de amenazadora. Los dientes le brillaban y el rostro le había cogido un color que apenas podía describir lo feliz que estaba de pegarse unas piñas en ese momento. No eran los cien pavos, ni la gloria que podía ganarse entre todos aquellos bastardos que no volvería a ver en su puta vida. No. Era algo más palpable que eso. Esa noche iba a ser un buen samaritano porque pensaba ayudar a Calabaza.
Marrajo se quitó la chaqueta que llevaba encima y la tiró al suelo, quedando sólo con aquella camiseta tan típica sin mangas que dejaban a la vista sus brazos de yunque y, desde luego; aquél curioso tatuaje en tinta negra que le adornaba gran parte del antebrazo. Un Dragón de fuego oscuro símil a un tribal cuyas fauces abiertas de par en par terminaban a nivel del hombro. La Marca del Dragón, le llamaban en el submundo. En los bajos fondos. Ahí en donde Dragón Rojo tenía sus puntos más álgidos de distribución de Omoide. Quizás Akame les conocía, quizás no. En ese momento, por ahora, ese detalle no importaba.
¿Qué hace un tiburón cuando vislumbra la silueta de una posible presa, perturbada por los intensos oleajes del mar? La estudia. Se acerca y la huele. Trata de discernir si se trata de una suculenta y gorda foca, o de alguien más. Eso hizo Kaido con su oponente.
Encerrados en el ring, el espeto musculado empezó a rodearlo con pasos cortos, sin quitarle la mirada de encima.
—¿Comadreja, verdad? —dijo, en susurros apenas audibles para ellos dos. Ayudaba que el público no parara de soltar alaridos ante la expectativa que aquél espécimen generaba—. ¿te pagan bien, al menos? —arrojó sin miramientos. Fue el primer jodido golpe de aquél combate—. por dejarte humillar de esa forma, digo.
A diferencia de su contrincante, el gyojin aún no había levantado su guardia.
—Me dicen Marrajo —añadió entre colmillos, palabras que vislumbraban una sonrisa tan insolente como a la par de amenazadora. Los dientes le brillaban y el rostro le había cogido un color que apenas podía describir lo feliz que estaba de pegarse unas piñas en ese momento. No eran los cien pavos, ni la gloria que podía ganarse entre todos aquellos bastardos que no volvería a ver en su puta vida. No. Era algo más palpable que eso. Esa noche iba a ser un buen samaritano porque pensaba ayudar a Calabaza.
Marrajo se quitó la chaqueta que llevaba encima y la tiró al suelo, quedando sólo con aquella camiseta tan típica sin mangas que dejaban a la vista sus brazos de yunque y, desde luego; aquél curioso tatuaje en tinta negra que le adornaba gran parte del antebrazo. Un Dragón de fuego oscuro símil a un tribal cuyas fauces abiertas de par en par terminaban a nivel del hombro. La Marca del Dragón, le llamaban en el submundo. En los bajos fondos. Ahí en donde Dragón Rojo tenía sus puntos más álgidos de distribución de Omoide. Quizás Akame les conocía, quizás no. En ese momento, por ahora, ese detalle no importaba.
¿Qué hace un tiburón cuando vislumbra la silueta de una posible presa, perturbada por los intensos oleajes del mar? La estudia. Se acerca y la huele. Trata de discernir si se trata de una suculenta y gorda foca, o de alguien más. Eso hizo Kaido con su oponente.
Encerrados en el ring, el espeto musculado empezó a rodearlo con pasos cortos, sin quitarle la mirada de encima.
—¿Comadreja, verdad? —dijo, en susurros apenas audibles para ellos dos. Ayudaba que el público no parara de soltar alaridos ante la expectativa que aquél espécimen generaba—. ¿te pagan bien, al menos? —arrojó sin miramientos. Fue el primer jodido golpe de aquél combate—. por dejarte humillar de esa forma, digo.
A diferencia de su contrincante, el gyojin aún no había levantado su guardia.