28/03/2019, 14:15
—No… No se trata de eso —balbuceó el Uchiha, que aún guardaba más cartas sorpresa bajo la manga—. Leí tu carta, ¿sabías? La carta donde te disculpabas a Hanabi. Me pareció… muy valiente por tu parte. Y un gesto que te honra.
Presa de una nueva sorpresa inesperada, las mejillas de Ayame se enrojecieron súbitamente.
«La... ¿La carta a Hanabi-dono? ¿Pero cómo la ha leído él?» Se preguntó, inquieta. «¿Se la enseñaría Eri...? Pero si le pedí que se la entregara directamente al Uzukage...»
Incapaz de despejar aquella incógnita, la muchacha giró la cabeza bruscamente.
—Tenía una deuda pendiente con Uzushiogakure después de eso —soltó con sequedad.
—Sé que tuve mis cagadas y que cometí mis pecados. Los asumo. Pero jamás hubiese sido mi intención provocarte hasta que perdieses el control de bijū. Yo también lo perdí una vez, ¿sabías? —le confesó, y Ayame palideció al escucharlo—. No es algo por lo que desee hacer pasar a nadie. Lo que menos me esperaba yo es que fueses Jinchūriki, claro, pero… Fuese como fuese, estuvo mal. Y… me arrepiento de ello.
Ella le miró por el rabillo del ojo, apretando aún más los puños, hasta el punto de que comenzaron a temblar y se le marcaron los nudillos blancos en la piel. ¿Por qué? ¡¿Por qué demonios le estaba haciendo esto?! ¡Era mucho más fácil odiarle! ¡Era mucho más fácil pensar que aquel maldito Uchiha seguía siendo un maldito zorro cargado de astucia que se creía el ombligo del mundo! ¿Por qué de repente se plantaba frente a ella y le pedía perdón? ¿Así? ¿De un día para otro? ¿Acaso creía que iba a caer en otra de sus trampas? O quizás quería algo de ella. Sí. Tenía que ser eso. Desde luego era algo mucho más fácil de asimilar.
—Lo del examen de Chūnin fue algo de lo que sólo yo tuve la culpa. Nunca tuve que dejarme llevar por tus... provocaciones —replicó, con los ojos húmedos, antes de volver el rostro de nuevo hacia él con la misma violencia con la que un toro arremete después de tomar carrerilla—. Tú le sellaste una bola de fuego a Daruu para que me estallara en la cara, tú me sellaste a mí una transformación para dejarme en evidencia frente a Yui-sama, ¡tu me contaminaste con ese maldito cigarro y además cortaste ese hilo cuando estaba a varias decenas de metros de altura sólo porque no descubriese tu triquiñuela!
Dio un paso hacia él, mirándole con el desprecio y la ira destilando por cada poro de su piel.
»Tú... tú deseaste que me quedara encerrada dentro de Kokuō para siempre.
Presa de una nueva sorpresa inesperada, las mejillas de Ayame se enrojecieron súbitamente.
«La... ¿La carta a Hanabi-dono? ¿Pero cómo la ha leído él?» Se preguntó, inquieta. «¿Se la enseñaría Eri...? Pero si le pedí que se la entregara directamente al Uzukage...»
Incapaz de despejar aquella incógnita, la muchacha giró la cabeza bruscamente.
—Tenía una deuda pendiente con Uzushiogakure después de eso —soltó con sequedad.
—Sé que tuve mis cagadas y que cometí mis pecados. Los asumo. Pero jamás hubiese sido mi intención provocarte hasta que perdieses el control de bijū. Yo también lo perdí una vez, ¿sabías? —le confesó, y Ayame palideció al escucharlo—. No es algo por lo que desee hacer pasar a nadie. Lo que menos me esperaba yo es que fueses Jinchūriki, claro, pero… Fuese como fuese, estuvo mal. Y… me arrepiento de ello.
Ella le miró por el rabillo del ojo, apretando aún más los puños, hasta el punto de que comenzaron a temblar y se le marcaron los nudillos blancos en la piel. ¿Por qué? ¡¿Por qué demonios le estaba haciendo esto?! ¡Era mucho más fácil odiarle! ¡Era mucho más fácil pensar que aquel maldito Uchiha seguía siendo un maldito zorro cargado de astucia que se creía el ombligo del mundo! ¿Por qué de repente se plantaba frente a ella y le pedía perdón? ¿Así? ¿De un día para otro? ¿Acaso creía que iba a caer en otra de sus trampas? O quizás quería algo de ella. Sí. Tenía que ser eso. Desde luego era algo mucho más fácil de asimilar.
—Lo del examen de Chūnin fue algo de lo que sólo yo tuve la culpa. Nunca tuve que dejarme llevar por tus... provocaciones —replicó, con los ojos húmedos, antes de volver el rostro de nuevo hacia él con la misma violencia con la que un toro arremete después de tomar carrerilla—. Tú le sellaste una bola de fuego a Daruu para que me estallara en la cara, tú me sellaste a mí una transformación para dejarme en evidencia frente a Yui-sama, ¡tu me contaminaste con ese maldito cigarro y además cortaste ese hilo cuando estaba a varias decenas de metros de altura sólo porque no descubriese tu triquiñuela!
Dio un paso hacia él, mirándole con el desprecio y la ira destilando por cada poro de su piel.
»Tú... tú deseaste que me quedara encerrada dentro de Kokuō para siempre.