29/03/2019, 03:36
(Última modificación: 29/03/2019, 03:36 por Umikiba Kaido.)
Ocultos por el velo de un callejón poco agraciado, Kaido arrimó a Kincho hasta una pared y lo postró contra ella con poca delicadeza. Entonces empezó a hablar.
—Kincho, Kincho, Kincho. No sé si Comadreja te lo explicó con lujo de detalle lo que estamos tratando de hacer aquí, pero si a estas alturas me pides que te refresque el puto plan es porque, sencillamente, no estas preparado. No te juzgo, yo te entiendo. ¡Necesitas ganarte la vida y papi te puso de guardia! ¡Nunca pensaste que un jodido grupo de malhechores te iba a reclutar para infiltrarse en una prisión! un crío como tú nunca iba a estarlo. Así que, voy a liberarte de esta carga. Te haré libre. Observa.
Un niño y un hombre abandonaron el grupo para sumergirse en un callejón. Sólo uno de ellos volvió a emerger de la oscuridad. Un muchacho lánguido de ojos saltones vestido con su traje de guardia y su silbato colgándole caminaba a paso lento hacia ellos. Él sonreía, como no lo había hecho en toda la noche, y su temple era impropio de su propio cuerpo.
Una voz que tampoco era la suya azotó a sus congéneres.
—Lamento haberos hecho esperar. ¿Continuamos? —dijo Kincho.
—Kincho, Kincho, Kincho. No sé si Comadreja te lo explicó con lujo de detalle lo que estamos tratando de hacer aquí, pero si a estas alturas me pides que te refresque el puto plan es porque, sencillamente, no estas preparado. No te juzgo, yo te entiendo. ¡Necesitas ganarte la vida y papi te puso de guardia! ¡Nunca pensaste que un jodido grupo de malhechores te iba a reclutar para infiltrarse en una prisión! un crío como tú nunca iba a estarlo. Así que, voy a liberarte de esta carga. Te haré libre. Observa.
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Un niño y un hombre abandonaron el grupo para sumergirse en un callejón. Sólo uno de ellos volvió a emerger de la oscuridad. Un muchacho lánguido de ojos saltones vestido con su traje de guardia y su silbato colgándole caminaba a paso lento hacia ellos. Él sonreía, como no lo había hecho en toda la noche, y su temple era impropio de su propio cuerpo.
Una voz que tampoco era la suya azotó a sus congéneres.
—Lamento haberos hecho esperar. ¿Continuamos? —dijo Kincho.