29/03/2019, 04:01
Uno de los puntos fuertes de Kaido era ser un instigador. Le encantaba provocar, y por lo general —salvo alguna ocasión excepcional como la de Datsue durante su último encuentro—. solía tener éxito. Provocar todo tipo de reacciones le permitía tomar ventaja de sus rivales, dominando sus impulsos antes de siquiera tratar de arrebatarles la vida. Una táctica a veces infalibles, otras a la par de efectivas. Pero nunca le dejaba con sabor amargo.
Con Calabaza funcionó. Quizás no por haberse tomado el tiempo de puntualizar lo obvio —que fácilmente podría haber ganado su primer combate, pero en cambio, se había dejado estar en el suelo como un pequeño microbio—. sino porque sabía que la inacción en un tugurio como aquél generaba disconformidad en un público excitado y sediento de sangre. Por tanto, Calabaza arremetió primero. Y vaya que lo hizo bien.
Pero Kaido era un muchacho instruido. Con unos reflejos curtidos y avivados para la ocasión. Así que, vestido de traje y gala; el escualo danzó como el tiburón más avispado que esquiva los arpones de los cazadores furtivos y arrastró el pie derecho por la húmeda tierra un paso, hacia atrás, lo que le permitió curvar el cuerpo y la parte superior del torso lo suficiente como para que el primer golpe siguiera su curso sin pena ni gloria. El gancho izquierdo no obstante no lo esquivó per se, sino que usó su antebrazo derecho para desviar la dirección del puño hacia arriba y dejar su guardia descubierta.
El gyojin vio entonces un espacio que aprovechar y la tomó. Su mano izquierda se abalanzó precisa hacia el rostro de Akame y le pegó un buen porrazo en la mejilla, con el impulso de mil yunques.
Acto seguido, se alejó un par de pasos hacia atrás.
—¿A eso le llamas pelear, yonqui de mierda? —espetó, con la mirada puesta en aquél manojo de dientes tan teñidos de azul como su propia piel—. ¡venga, coño; inténtalo otra vez! ¡gánate bien esa pasta, que valga la puta pena!
Subió los puños como un boxeador y aguardó, a la nueva embestida de calabacín.
Con Calabaza funcionó. Quizás no por haberse tomado el tiempo de puntualizar lo obvio —que fácilmente podría haber ganado su primer combate, pero en cambio, se había dejado estar en el suelo como un pequeño microbio—. sino porque sabía que la inacción en un tugurio como aquél generaba disconformidad en un público excitado y sediento de sangre. Por tanto, Calabaza arremetió primero. Y vaya que lo hizo bien.
Pero Kaido era un muchacho instruido. Con unos reflejos curtidos y avivados para la ocasión. Así que, vestido de traje y gala; el escualo danzó como el tiburón más avispado que esquiva los arpones de los cazadores furtivos y arrastró el pie derecho por la húmeda tierra un paso, hacia atrás, lo que le permitió curvar el cuerpo y la parte superior del torso lo suficiente como para que el primer golpe siguiera su curso sin pena ni gloria. El gancho izquierdo no obstante no lo esquivó per se, sino que usó su antebrazo derecho para desviar la dirección del puño hacia arriba y dejar su guardia descubierta.
El gyojin vio entonces un espacio que aprovechar y la tomó. Su mano izquierda se abalanzó precisa hacia el rostro de Akame y le pegó un buen porrazo en la mejilla, con el impulso de mil yunques.
Acto seguido, se alejó un par de pasos hacia atrás.
—¿A eso le llamas pelear, yonqui de mierda? —espetó, con la mirada puesta en aquél manojo de dientes tan teñidos de azul como su propia piel—. ¡venga, coño; inténtalo otra vez! ¡gánate bien esa pasta, que valga la puta pena!
Subió los puños como un boxeador y aguardó, a la nueva embestida de calabacín.