29/03/2019, 19:38
(Última modificación: 29/03/2019, 19:45 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Entre la confusión y el miedo que sentía Akame, una emoción mucho más poderosa iba abriéndose paso y embargándole por completo conforme Hanabi hablaba. Las piernas le fallaban y había apretado tanto los puños que ya podía notar la sangre, caliente, brotando tímidamente de las heridas que sus uñas habían provocado al clavarse en la palma de sus manos. El jōnin temblaba de pies a cabeza, y entonces ya no era sólo de miedo, sino de ira. Una ira primitiva y visceral que borboteaba en su estómago e iba subiendo hacia su pecho, convirtiéndolo en un horno al rojo vivo. La historia del Uzukage y su amante no hizo sino agravar todo aquello.
Akame ya no pensaba, ya no razonaba como un shinobi debía hacerlo. Había llegado a la inevitable conclusión de que sin la coartada y los recursos de Kunie le sería imposible mantener aquella parte de su pasado que se había falseado para que pudiera entrar en Uzu. Había entendido que durante aquellos dos años, su destino —que alguna vez había creído suyo— siempre había estado en manos de aquella mujer. «¿Esto es culpa de ella? ¿Ha sido ella quien ha instigado al Uzukage contra mí?» Ya no le importaba, ya no importaba. Uchiha Akame acababa de ser plenamente consciente de que todo cuanto amaba, valoraba y a lo que creía servir había sido tan sólo una mentira, un embuste que pendía del fino hilo que Kunie había cortado. Quiso llorar y gritar, y revolverse de impotencia, arrancarse el corazón del pecho.
—¡Pues lo siento por usted, y por su difunta amiga! —replicó, furibundo—. Pero, ¿sabe qué? Yo también he perdido a gente por esta Villa. ¡Por Uzushiogakure he visto morir a más amigos de los que puedo contar con mis manos, así que no me de malditas lecciones!
El veneno manaba de sus labios como una presa que acabara de desbordarse, esparciendo toda su porquería por los campos aledaños, antaño verdes, que ahora quedaban embarrados y arruinados al paso de la tóxica marea.
—Yo siempre he mirado por el bienestar de esta Aldea y sus habitantes, ¡yo soy un Hermano del Desierto! ¡Yo hice frente a Uzumaki Zoku cuando todos vosotros estábais escondidos, lamiéndoos vuestras heridas! ¡Esperando a que otros os hiciéramos el trabajo sucio para entonces salir de vuestros escondites y tomar el poder! —bramó, y su mirada de puro resentimiento no sólo se dirigió al Uzukage, sino también a Katsudon y a Raito—. Nadie en esta Villa ha sido más leal que yo, ¡nadie ha sacrificado más que yo! —escupió, enardecido—. ¿Y ahora os atrevéis a cuestionarme, a cuestionar mi pasado? En efecto, ¡no sabéis nada! ¡Nada!
Se volvió hacia Raito, y luego hacia Katsudon, y finalmente hacia Hanabi.
—Si vosotros estáis vivos, si vuestras familias, si vuestros amigos están vivos... ¡Es sólo gracias al sacrificio que yo tuve que hacer! —avanzó un paso hacia el Uzukage—. ¿Quiere saber a qué vine a Uzu, Sarutobi Hanabi-sama? Vine a evitar que esta Aldea cayese en las garras de un tirano, vine a guardar en mi interior a la bestia más cruel y malvada que existe en Oonindo, ¡vine a impedir que Amegakure masacrara a nuestro pueblo durante el Examen! ¡¡A eso vine!!
Akame ya no pensaba, ya no razonaba como un shinobi debía hacerlo. Había llegado a la inevitable conclusión de que sin la coartada y los recursos de Kunie le sería imposible mantener aquella parte de su pasado que se había falseado para que pudiera entrar en Uzu. Había entendido que durante aquellos dos años, su destino —que alguna vez había creído suyo— siempre había estado en manos de aquella mujer. «¿Esto es culpa de ella? ¿Ha sido ella quien ha instigado al Uzukage contra mí?» Ya no le importaba, ya no importaba. Uchiha Akame acababa de ser plenamente consciente de que todo cuanto amaba, valoraba y a lo que creía servir había sido tan sólo una mentira, un embuste que pendía del fino hilo que Kunie había cortado. Quiso llorar y gritar, y revolverse de impotencia, arrancarse el corazón del pecho.
—¡Pues lo siento por usted, y por su difunta amiga! —replicó, furibundo—. Pero, ¿sabe qué? Yo también he perdido a gente por esta Villa. ¡Por Uzushiogakure he visto morir a más amigos de los que puedo contar con mis manos, así que no me de malditas lecciones!
El veneno manaba de sus labios como una presa que acabara de desbordarse, esparciendo toda su porquería por los campos aledaños, antaño verdes, que ahora quedaban embarrados y arruinados al paso de la tóxica marea.
—Yo siempre he mirado por el bienestar de esta Aldea y sus habitantes, ¡yo soy un Hermano del Desierto! ¡Yo hice frente a Uzumaki Zoku cuando todos vosotros estábais escondidos, lamiéndoos vuestras heridas! ¡Esperando a que otros os hiciéramos el trabajo sucio para entonces salir de vuestros escondites y tomar el poder! —bramó, y su mirada de puro resentimiento no sólo se dirigió al Uzukage, sino también a Katsudon y a Raito—. Nadie en esta Villa ha sido más leal que yo, ¡nadie ha sacrificado más que yo! —escupió, enardecido—. ¿Y ahora os atrevéis a cuestionarme, a cuestionar mi pasado? En efecto, ¡no sabéis nada! ¡Nada!
Se volvió hacia Raito, y luego hacia Katsudon, y finalmente hacia Hanabi.
—Si vosotros estáis vivos, si vuestras familias, si vuestros amigos están vivos... ¡Es sólo gracias al sacrificio que yo tuve que hacer! —avanzó un paso hacia el Uzukage—. ¿Quiere saber a qué vine a Uzu, Sarutobi Hanabi-sama? Vine a evitar que esta Aldea cayese en las garras de un tirano, vine a guardar en mi interior a la bestia más cruel y malvada que existe en Oonindo, ¡vine a impedir que Amegakure masacrara a nuestro pueblo durante el Examen! ¡¡A eso vine!!