31/03/2019, 21:57
El muchacho Calabaza recibía los golpetazos de su oponente como un maldito saco de arena al que alguien que había tenido un día especialmente malo estuviera apalizando para desquitarse. No sólo era ya que su cuerpo se tratase apenas de una flacucha espiga de trigo con los dientes azules y pocos nutrientes bajo la piel, sino que no disponía de la voluntad para resistirse. Soportar el dolor se le antojaba más fácil y sencillo que pararse y pelear; por no hablar de que, incluso aunque pudiera pelear como había sabido antaño, eso le delataría. Oonindo pensaba que Uchiha Akame estaba muerto... Y era mejor dejarlo así.
«El traidor, el espía. Está mejor muerto...»
Por eso mismo, cuando Kaido le zarandeó para acabar aprisionándole contra uno de los precarios tablones de madera de la "arena" de pelea, Akame se limitó a soltar un bufido de dolor y tratar de agarrar las muñecas del Tiburón con sus propias manos. Sabía que no tenía fuerza suficiente para liberarse, y ya esperaba que el amejin se desquitase a gusto con él cuando la voz de Kaido llegó a sus oídos.
«¿Omoide...?»
Kaido sabía bien cómo ganarse a un yonqui. La gente que había caído tan profundo en ese pozo era fácilmente manipulable, pues toda su vida giraba en torno a una sola cosa; meterse. Los amigos, la familia, incluso las posesiones materiales o el conocimiento, todo pasaba a un segundo plano. Lo único que contaba era el siguiente tiro. Y aquel shinobi azul le estaba ofreciendo nada menos que medio kilo de omoide completamente gratis, tan sólo al precio de que "pelease de verdad". Akame quiso soltar una risotada despectiva, pues no estaba seguro de qué creía Kaido que el joven yonqui se estaba guardando. Incluso aunque durante un momento el mono le hizo dudar, luego recordó; Kaido era un shinobi.
—Y... Y... Ya estoy... Peleando... De verdad... —masculló Calabaza, todavía aprisionado y dolorido por el castigo de su oponente—. D... Deja de hablar m... Mmm... Mierda... Y pelea.
Y como una reacción furibunda, el yonqui trató de estampar su frente en la nariz del Gyojin.
«El traidor, el espía. Está mejor muerto...»
Por eso mismo, cuando Kaido le zarandeó para acabar aprisionándole contra uno de los precarios tablones de madera de la "arena" de pelea, Akame se limitó a soltar un bufido de dolor y tratar de agarrar las muñecas del Tiburón con sus propias manos. Sabía que no tenía fuerza suficiente para liberarse, y ya esperaba que el amejin se desquitase a gusto con él cuando la voz de Kaido llegó a sus oídos.
«¿Omoide...?»
Kaido sabía bien cómo ganarse a un yonqui. La gente que había caído tan profundo en ese pozo era fácilmente manipulable, pues toda su vida giraba en torno a una sola cosa; meterse. Los amigos, la familia, incluso las posesiones materiales o el conocimiento, todo pasaba a un segundo plano. Lo único que contaba era el siguiente tiro. Y aquel shinobi azul le estaba ofreciendo nada menos que medio kilo de omoide completamente gratis, tan sólo al precio de que "pelease de verdad". Akame quiso soltar una risotada despectiva, pues no estaba seguro de qué creía Kaido que el joven yonqui se estaba guardando. Incluso aunque durante un momento el mono le hizo dudar, luego recordó; Kaido era un shinobi.
—Y... Y... Ya estoy... Peleando... De verdad... —masculló Calabaza, todavía aprisionado y dolorido por el castigo de su oponente—. D... Deja de hablar m... Mmm... Mierda... Y pelea.
Y como una reacción furibunda, el yonqui trató de estampar su frente en la nariz del Gyojin.