1/04/2019, 16:15
¡PLACK!
Las cabezas de ambos peleadores colisionaron mutuamente en un impacto brutal y buscado, una contraofensiva por parte de Kaido que cogió totalmente por sorpresa a Calabaza. El yonqui siempre se había preciado de tener la cabeza bien dura, pero no fue hasta que sintió el contacto de la frente del contrario chocando con la propia que se dio cuenta de que su idea de que su escala de dureza estaba bien desajustada. Si él era un tres, Kaido tenía el podio del diamante. Calabaza retrocedió entonces, aturdido ante semejante porrazo, y ni siquiera vio llegar el siguiente golpe. La rodilla del Tiburón sacudió su estómago con gran virulencia antes de que su dueño le hiciera caer de espaldas. De vuelta al barro.
Una arcada asquerosa, con sabor a whisky, le vino a la garganta. Calabaza luchó por incorporarse y contener las náuseas al mismo tiempo; craso error. Su maltrecho cuerpo sólo pudo hacer una de las dos, y el yonqui tuvo que inclinarse, ya de pie, para devolver al suelo los chupitos de whisky que se había tomado aquella noche. El público irrumpió en carcajadas e insultos, y algunos incluso creyeron que, después de semejante vomitera, el bueno de Calabaza tendría sed; de modo que le arrojaron un par de jarras de madera con un culito de cerveza. Una le pasó por al lado, pero la otra le dió directamente en la cabeza, arrancándole un quejido lastimero.
Cuando Kaido alzó los brazos, triunfante, los parroquianos redoblaron su griterío. Si él les pedía más jaleo, ellos correspondían, y demandaban a cambio un pago con la única moneda que valía en la arena: sangre. El Sargento, desde su "trono", alzó el vozarrón por encima del alboroto general.
—¡Te quedan treinta segundos, Marrajo! —anunció, divertido—. Acaba con este lastimoso despojo.