2/04/2019, 16:45
«¿Qué...?»
Akame tardó apenas unos segundos en darse cuenta de lo que estaba pasando. Su chakra, como la corriente de un río que quisiera pasar por un dique concienzudamente reforzado, se quedó bloqueado apenas intentó activar su Sharingan. «Soy un idiota... ¿Acaso debía esperar otra cosa? Me han traído aquí para cazarme como a un perro rabioso, ¡por supuesto que iban a tener algo así previsto!» Mientras su antiguo maestro le zarandeaba de nuevo, con marmóreo rostro y gran violencia, Akame apretaba los dientes tan fuerte que creyó que se le iban a romper. En su interior todo se caía a pedazos, un edificio pasto de las llamas de la vergüenza y la ira que lo consumirían hasta los cimientos. Pensó en sus compañeros de clase, en sus profesores, en Raito, en Hanabi... En Datsue. Halló esperanza.
«¿Vendrá a rescatarme...?»
Aquello era mucho aventurar, y de haber sido al contrario, Akame tenía claro que él nunca se habría arriesgado por salvar a un traidor. Eso le hacía odiarse incluso con más violencia. «Toda mi vida he intentado ser un verdadero ninja, he intentado seguir las normas, he intentado hacer lo correcto... ¿Acaso estaba equivocado?» Mientras el que fuese su mentor le esposaba y le despojaba de todas sus pertenencias, el joven jōnin divagaba con rostro ausente.
¿Todo lo que había hecho y en lo que había creído era un error?
¿No existía la redención para un ninja equivocado?
Aguantó, estoico, la última puñalada de Raito a su orgullo de Profesional. Ya nadie más volvería a llamarle así. De hecho, lo más probable es que nadie más volvería a llamarle nada. Akame conocía bien el destino que aguardaba a los traidores en una Aldea ninja. «Me bajarán a los calabozos, me torturarán, se meterán en mi cabeza», enumeró el jōnin. «Ya saben quién es Kunie, saben que pertenece a Tengu... No encontrarán nada más de utilidad.» Aquella conclusión significaba que su destino estaba prácticamente sellado; ¿iba un tipo como Hanabi, que había subido al poder sobre los huesos de un traidor, a darle una segunda oportunidad? Akame no lo creía posible. «Hijo de mil putas... Siempre desconfiaste de mí, perro. Desde el mismo momento en el que te pusiste ese sombrero, ambos sabíamos que nos veías como a enemigos, a nosotros, que defendimos a la Villa hasta las últimas consecuencias...»
El jōnin se incorporó después de que Raito le cachease, esposado y desprovisto de todas sus pertenencias.
—Estás cometiendo un gran error, Sarutobi Hanabi —masculló—. Y pagarás por él. Tarde o temprano... Recuerda mis palabras.
Akame tardó apenas unos segundos en darse cuenta de lo que estaba pasando. Su chakra, como la corriente de un río que quisiera pasar por un dique concienzudamente reforzado, se quedó bloqueado apenas intentó activar su Sharingan. «Soy un idiota... ¿Acaso debía esperar otra cosa? Me han traído aquí para cazarme como a un perro rabioso, ¡por supuesto que iban a tener algo así previsto!» Mientras su antiguo maestro le zarandeaba de nuevo, con marmóreo rostro y gran violencia, Akame apretaba los dientes tan fuerte que creyó que se le iban a romper. En su interior todo se caía a pedazos, un edificio pasto de las llamas de la vergüenza y la ira que lo consumirían hasta los cimientos. Pensó en sus compañeros de clase, en sus profesores, en Raito, en Hanabi... En Datsue. Halló esperanza.
«¿Vendrá a rescatarme...?»
Aquello era mucho aventurar, y de haber sido al contrario, Akame tenía claro que él nunca se habría arriesgado por salvar a un traidor. Eso le hacía odiarse incluso con más violencia. «Toda mi vida he intentado ser un verdadero ninja, he intentado seguir las normas, he intentado hacer lo correcto... ¿Acaso estaba equivocado?» Mientras el que fuese su mentor le esposaba y le despojaba de todas sus pertenencias, el joven jōnin divagaba con rostro ausente.
¿Todo lo que había hecho y en lo que había creído era un error?
¿No existía la redención para un ninja equivocado?
Aguantó, estoico, la última puñalada de Raito a su orgullo de Profesional. Ya nadie más volvería a llamarle así. De hecho, lo más probable es que nadie más volvería a llamarle nada. Akame conocía bien el destino que aguardaba a los traidores en una Aldea ninja. «Me bajarán a los calabozos, me torturarán, se meterán en mi cabeza», enumeró el jōnin. «Ya saben quién es Kunie, saben que pertenece a Tengu... No encontrarán nada más de utilidad.» Aquella conclusión significaba que su destino estaba prácticamente sellado; ¿iba un tipo como Hanabi, que había subido al poder sobre los huesos de un traidor, a darle una segunda oportunidad? Akame no lo creía posible. «Hijo de mil putas... Siempre desconfiaste de mí, perro. Desde el mismo momento en el que te pusiste ese sombrero, ambos sabíamos que nos veías como a enemigos, a nosotros, que defendimos a la Villa hasta las últimas consecuencias...»
El jōnin se incorporó después de que Raito le cachease, esposado y desprovisto de todas sus pertenencias.
—Estás cometiendo un gran error, Sarutobi Hanabi —masculló—. Y pagarás por él. Tarde o temprano... Recuerda mis palabras.