2/04/2019, 18:29
Calabaza dio un respingo de sorpresa cuando vio a aquel tipo aparecer de entre las sombras como un maldito espectro que fuese a castigarle por los pecados de su anterior vida. La primera reacción fue por supuesto esconder su preciado alijo, devolviéndolo al bolsillo descosido de su sucio pantalón, del cual había salido. Sus ojos negros y ojerosos otearon a la figura embozada que se la acercaba, con el terror patente de quien no conoce las intenciones del otro. Este miedo se vio acentuado, incluso, cuando la luz de una farola distante iluminó el rostro del tipo; era Kaido, el Tiburón.
«¿Viene a terminar lo que ha empezado? ¿O a llevarme preso a Amegakure, como un puto trofeo?»
Cuando el amejin se cercioró en voz alta sobre la evidente adicción de Calabaza al omoide, éste se encogió como un niño al que estuvieran reprendiendo. Todavía no sabía si Kaido iba a continuar pegándole, o si de verdad quería capturarle para llevarlo a Amegakure... O a Uzushiogakure. Su paranoya fue tal que apenas pudo mascullar una respuesta temerosa, pronunciada entre dientes con la tonada de quien pregunta pero no desea conocer.
—¿Qué... Qué quieres de mí?
De repente, el color verde inundó su mirada. Calabaza se revolvió, asustado, pero enseguida se dio cuenta de que lo que acababa de bañarle no era una ensalada de hostias propinada por un tipo azul y musculoso, sino una lluvia de billetes verdes y recién recolectados. Del productor al consumidor. El joven yonqui hizo amago de ponerse a recogerlos con toda la rapidez que le permitían sus manos; una cantidad de dinero como aquella le aseguraba su particular sustento durante varias noches. Sin embargo, las palabras del Tiburón le detuvieron.
Calabaza alzó la mirada, desconfiado y temeroso, buscando la de Kaido.
—¿S... Sueldo... Por qué? —hizo amago de incorporarse. Ninguna presa se quedaba en el suelo cuando intuía el aliento del cazador en su nuca—. ¿Quién... Quién eres? Yo... Yo no soy nadie, no tengo nada, ¿qué quieres de mí?
«¿Viene a terminar lo que ha empezado? ¿O a llevarme preso a Amegakure, como un puto trofeo?»
Cuando el amejin se cercioró en voz alta sobre la evidente adicción de Calabaza al omoide, éste se encogió como un niño al que estuvieran reprendiendo. Todavía no sabía si Kaido iba a continuar pegándole, o si de verdad quería capturarle para llevarlo a Amegakure... O a Uzushiogakure. Su paranoya fue tal que apenas pudo mascullar una respuesta temerosa, pronunciada entre dientes con la tonada de quien pregunta pero no desea conocer.
—¿Qué... Qué quieres de mí?
De repente, el color verde inundó su mirada. Calabaza se revolvió, asustado, pero enseguida se dio cuenta de que lo que acababa de bañarle no era una ensalada de hostias propinada por un tipo azul y musculoso, sino una lluvia de billetes verdes y recién recolectados. Del productor al consumidor. El joven yonqui hizo amago de ponerse a recogerlos con toda la rapidez que le permitían sus manos; una cantidad de dinero como aquella le aseguraba su particular sustento durante varias noches. Sin embargo, las palabras del Tiburón le detuvieron.
Calabaza alzó la mirada, desconfiado y temeroso, buscando la de Kaido.
—¿S... Sueldo... Por qué? —hizo amago de incorporarse. Ninguna presa se quedaba en el suelo cuando intuía el aliento del cazador en su nuca—. ¿Quién... Quién eres? Yo... Yo no soy nadie, no tengo nada, ¿qué quieres de mí?