2/04/2019, 22:05
Calabaza le aguantó la mirada al Tiburón de Amegakure en aquella cercanía, por primera vez en toda la noche, tal vez en un arranque nostálgico de su antiguo temple. Los ojos cerúleos de Kaido parecían examinarle con detalle, y por un momento el muchacho temió que él hubiese reconocido a la persona que creía que habitaba tras esa piel arrugada por el fuego. ¡Cuánto le hubiera gustado decirle que se equivocaba! Que Uchiha Akame había muerto, en efecto, y que ni todas las técnicas más poderosas del mundo podrían cambiar eso. O así lo creía el joven.
Cuando finalmente el escualo abrió la boca, fue para disparar una pregunta que voló como un dardo envenenado hacia el yonqui. Éste se revolvió, inquieto, incapaz de disimular la incomodidad que le producía semejante cuestión. Desvió entonces sí, sus ojos azabaches hacia algún punto del suelo del callejón, entre sus manos que jugueteaban, nerviosas, con el chivato de magia azul.
—Me puedes decir Calabaza —respondió finalmente—. Aquí todo el mundo me llama así. Calabaza es quien soy... Antes, no tiene importancia —adelantó, antes de que Kaido pudiera hacer alguna pregunta sobre la evidente falsedad de aquel apodo como nombre verdadero—. Cometí errores, perdí todo. Ahora sólo me queda... La magia azul.
Sus ojos brillaron como dos centellas cuando sus labios mencionaron al omoide. Aquello que le ayudaba a volver atrás en el tiempo, al lugar allí donde había sido feliz. Entonces el yonqui alzó la vista otra vez.
—¿Cuál es el tuyo? —replicó, «Umikiba Kaido.»
Cuando finalmente el escualo abrió la boca, fue para disparar una pregunta que voló como un dardo envenenado hacia el yonqui. Éste se revolvió, inquieto, incapaz de disimular la incomodidad que le producía semejante cuestión. Desvió entonces sí, sus ojos azabaches hacia algún punto del suelo del callejón, entre sus manos que jugueteaban, nerviosas, con el chivato de magia azul.
—Me puedes decir Calabaza —respondió finalmente—. Aquí todo el mundo me llama así. Calabaza es quien soy... Antes, no tiene importancia —adelantó, antes de que Kaido pudiera hacer alguna pregunta sobre la evidente falsedad de aquel apodo como nombre verdadero—. Cometí errores, perdí todo. Ahora sólo me queda... La magia azul.
Sus ojos brillaron como dos centellas cuando sus labios mencionaron al omoide. Aquello que le ayudaba a volver atrás en el tiempo, al lugar allí donde había sido feliz. Entonces el yonqui alzó la vista otra vez.
—¿Cuál es el tuyo? —replicó, «Umikiba Kaido.»