3/04/2019, 16:50
Los que han tenido la mala suerte de cruzarse con un bijuu libre, pero al mismo tiempo tuvieron el milagro de sobrevivir a su encuentro, cuentan que nunca han sentido nada igual. Que más allá del peligro inminente, y la tremebunda fuerza que se les adivinaba en cada movimiento, capaces de aplastar ninjas como a hormigas, lo peor era la fuerte presión que ejercían sobre el ambiente. Contaban que el aire se volvía tan cargante y pesado, que el mero hecho de respirar costaba, como si alguien les estuviese aplastando el pecho con una gigantesca piedra de una tonelada de peso.
Los que han tenido la suerte de combatir junto a Hanabi, y los enemigos que tuvieron el milagro de sobrevivir contra él, cuentan que nunca han sentido nada igual. Que más allá del inagotable y desorbitado chakra que exhibía en cada técnica, capaz de evaporar tsunamis con una mera gotita de fuego, lo peor era la fuerte presión que ejercía sobre el ambiente. Contaban que el aire se volvía tan caliente y seco, que era como tratar de respirar con un géiser golpeándote directamente en la cara.
Luego estaban las personas que, por circunstancias, se encontraron justo en medio de estos dos huracanes. Estas personas se podían contar con los dedos de una mano, pues, por el momento, tan solo existían dos en todo Oonindo. Se llamaban Uchiha Raito y Akimichi Katsudon. Y, cuando alguien les preguntaba lo que se sentía, simplemente, no encontraban las palabras adecuadas para explicarlo.
Decir que se quedaron paralizados en el sitio era hacerles un favor a su orgullo y prestigio.
—¡¡¡Kuza!!! —rugió Hanabi, preparado para proteger a su Villa a cualquier coste.
Justo en ese momento, Akame tiró de las cadenas a fuerza de pura voluntad sellando de nuevo al monstruo en su celda. Hanabi tenía que reconocerlo, Uchiha Akame sería hasta su último día…
… un verdadero profesional.
Se oyó la puerta abrirse.
—¡Kuza, rápido! —exclamó Hanabi, sin querer correr ningún riesgo.
Una ANBU de cabellos rojos como el fuego cargó su mano con llamas moradas en cada dedo, para justo después estamparlas en el estómago del Uchiha. Akame, tras sus últimas palabras, sintió como todo se oscurecía a su alrededor…
… hasta que cayó al suelo inconsciente.
Hacía frío, más frío de lo normal. Todo estaba oscuro y la poca luz que le llegaba era de un fuego que alumbraba a lo lejos, dibujando sombras danzarinas de los barrotes que tenía al frente.
Estaba en el suelo, de rodillas. Tenía las muñecas alzadas por unos grilletes que tiraban de él hacia arriba, sujetadas por unas cadenas que se incrustaban directamente en la pared. También grilletes en los tobillos, anclados al suelo. Por su rango, Akame había visto en varias ocasiones los calabozos de la Villa. Pero aquel, sin duda, era el peor que había visto nunca. Estrecho, sin ventanas ni una mísera cama sobre la que echarse. Ni siquiera conservaba su ropa. Lo único con lo que contaba era con una camisa larga y negra y un pantalón, también negro.
Pero más le valía acostumbrarse. Porque aquella, era su nueva vida.
Los que han tenido la suerte de combatir junto a Hanabi, y los enemigos que tuvieron el milagro de sobrevivir contra él, cuentan que nunca han sentido nada igual. Que más allá del inagotable y desorbitado chakra que exhibía en cada técnica, capaz de evaporar tsunamis con una mera gotita de fuego, lo peor era la fuerte presión que ejercía sobre el ambiente. Contaban que el aire se volvía tan caliente y seco, que era como tratar de respirar con un géiser golpeándote directamente en la cara.
Luego estaban las personas que, por circunstancias, se encontraron justo en medio de estos dos huracanes. Estas personas se podían contar con los dedos de una mano, pues, por el momento, tan solo existían dos en todo Oonindo. Se llamaban Uchiha Raito y Akimichi Katsudon. Y, cuando alguien les preguntaba lo que se sentía, simplemente, no encontraban las palabras adecuadas para explicarlo.
Decir que se quedaron paralizados en el sitio era hacerles un favor a su orgullo y prestigio.
—¡¡¡Kuza!!! —rugió Hanabi, preparado para proteger a su Villa a cualquier coste.
Justo en ese momento, Akame tiró de las cadenas a fuerza de pura voluntad sellando de nuevo al monstruo en su celda. Hanabi tenía que reconocerlo, Uchiha Akame sería hasta su último día…
… un verdadero profesional.
Se oyó la puerta abrirse.
—¡Kuza, rápido! —exclamó Hanabi, sin querer correr ningún riesgo.
Una ANBU de cabellos rojos como el fuego cargó su mano con llamas moradas en cada dedo, para justo después estamparlas en el estómago del Uchiha. Akame, tras sus últimas palabras, sintió como todo se oscurecía a su alrededor…
… hasta que cayó al suelo inconsciente.
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Hacía frío, más frío de lo normal. Todo estaba oscuro y la poca luz que le llegaba era de un fuego que alumbraba a lo lejos, dibujando sombras danzarinas de los barrotes que tenía al frente.
Estaba en el suelo, de rodillas. Tenía las muñecas alzadas por unos grilletes que tiraban de él hacia arriba, sujetadas por unas cadenas que se incrustaban directamente en la pared. También grilletes en los tobillos, anclados al suelo. Por su rango, Akame había visto en varias ocasiones los calabozos de la Villa. Pero aquel, sin duda, era el peor que había visto nunca. Estrecho, sin ventanas ni una mísera cama sobre la que echarse. Ni siquiera conservaba su ropa. Lo único con lo que contaba era con una camisa larga y negra y un pantalón, también negro.
Pero más le valía acostumbrarse. Porque aquella, era su nueva vida.