3/04/2019, 18:56
«¿Mis... experiencias?»
Desde luego, el Kaido que tenía ante él no se parecía nada al que Akame hubiese conocido en vida. No sólo era constatativamente más fuerte, sino que tenía un aire de madurez, de veteranía; algo que el Gyojin impulsivo de antaño no había vestido nunca. Conforme el Tiburón hablaba, a Calabaza le iba quedando más claro su papel en todo aquel juego —el de servir de informante y mapa del tesoro para Dragón Rojo—. «El dragón quiere poner sus garras sobre Tanzaku Gai... Pero no pueden hacerlo a ciegas», entendió el muchacho, en un inesperado alarde de lucidez. Sin quererlo, un yonqui de mierda al que todos vapuleaban en su barrio y del que se reían a gusto cada ciertas noches en El Club de la Trucha iba a ser el arma de Dragón Rojo para hacerse con los bajos fondos de la ciudad. ¡Era un plan brillante!
Luego llegó el tema peliagudo. Por un momento Calabaza temió haber pecado de atrevido y provocado la ira de Kaido —que podría, sin lugar a dudas, arrancarle la cabeza allí mismo de quererlo—, pero las risas de éste le aflojaron la tensión. Con gesto nervioso y tonada indecisa, Calabaza se explicó.
—Debo... Algo de dinero a una gente. Gente peligrosa... —se arrepintió de haber dicho eso casi al momento, y por una simple razón. Kaido era peligroso. Dragón Rojo era peligroso. A la gente peligrosa no solía gustarle que les dijeran que había otra gente peligrosa, como si eso implicara que ellos no lo eran tanto—. A una gente... Eh... Yo... Ellos son los que... Mueven la magia azul aquí.
Y, al instante, una bombilla se encendió en la cabeza greñosa y sucia de aquel jovencito. Una bombilla cubierta de polvo, desgastada y vieja, que llevaba mucho tiempo en desuso; pero que parecía, todavía, ser capaz de iluminar los pensamientos de su dueño. Calabaza miró de reojo a Kaido, como un niño a punto de sugerir una travesura especialmente malvada.
—El Dedo Amarillo. Así se llaman... Ellos c... c... Controlan toda la venta. Ellos mandan en este barrio —y agregó, envalentonado—. ¿Q... Quieres mis experiencias? Pues ahí te va la primera, el Dedo Amarillo son unos hijos de puta avariciosos... Desde hace semanas que vienen subiendo el precio casi a diario...
Instintivamente, sus ojos se desviaron hacia la bolsita de omoide. La apretó con fuerza. No veía el momento de tirarse.
Desde luego, el Kaido que tenía ante él no se parecía nada al que Akame hubiese conocido en vida. No sólo era constatativamente más fuerte, sino que tenía un aire de madurez, de veteranía; algo que el Gyojin impulsivo de antaño no había vestido nunca. Conforme el Tiburón hablaba, a Calabaza le iba quedando más claro su papel en todo aquel juego —el de servir de informante y mapa del tesoro para Dragón Rojo—. «El dragón quiere poner sus garras sobre Tanzaku Gai... Pero no pueden hacerlo a ciegas», entendió el muchacho, en un inesperado alarde de lucidez. Sin quererlo, un yonqui de mierda al que todos vapuleaban en su barrio y del que se reían a gusto cada ciertas noches en El Club de la Trucha iba a ser el arma de Dragón Rojo para hacerse con los bajos fondos de la ciudad. ¡Era un plan brillante!
Luego llegó el tema peliagudo. Por un momento Calabaza temió haber pecado de atrevido y provocado la ira de Kaido —que podría, sin lugar a dudas, arrancarle la cabeza allí mismo de quererlo—, pero las risas de éste le aflojaron la tensión. Con gesto nervioso y tonada indecisa, Calabaza se explicó.
—Debo... Algo de dinero a una gente. Gente peligrosa... —se arrepintió de haber dicho eso casi al momento, y por una simple razón. Kaido era peligroso. Dragón Rojo era peligroso. A la gente peligrosa no solía gustarle que les dijeran que había otra gente peligrosa, como si eso implicara que ellos no lo eran tanto—. A una gente... Eh... Yo... Ellos son los que... Mueven la magia azul aquí.
Y, al instante, una bombilla se encendió en la cabeza greñosa y sucia de aquel jovencito. Una bombilla cubierta de polvo, desgastada y vieja, que llevaba mucho tiempo en desuso; pero que parecía, todavía, ser capaz de iluminar los pensamientos de su dueño. Calabaza miró de reojo a Kaido, como un niño a punto de sugerir una travesura especialmente malvada.
—El Dedo Amarillo. Así se llaman... Ellos c... c... Controlan toda la venta. Ellos mandan en este barrio —y agregó, envalentonado—. ¿Q... Quieres mis experiencias? Pues ahí te va la primera, el Dedo Amarillo son unos hijos de puta avariciosos... Desde hace semanas que vienen subiendo el precio casi a diario...
Instintivamente, sus ojos se desviaron hacia la bolsita de omoide. La apretó con fuerza. No veía el momento de tirarse.