3/04/2019, 19:52
¡Oye, pero que buen material! Me encantan estos temas teóricos.
El negativo positivo me parece una adaptación del proceso de “Principio, nudo y desenlace”, una especie de montaña rusa. Hago la comparación porque en las montañas rusas la diversión está en la diferencia de sensaciones y la progresión entre los picos y valles, cosa que no puede ocurrir en un sendero plano o en una escalera (solo subir o solo bajar).
La parte difícil me parece que está en no caer en lo previsible, pues en muchas películas o historias se hace fácil el decir “Si, todo comenzó bien, pero luego empeorara y al final mejorara” y ya está. Ah, pero claro, están esas geniales situaciones en las que dices: “No creí que las cosas se pudiesen poner peor, pero sí lo hicieron” o “Todo está yendo tan bien, siento ansiedad por lo que de malo pudiese ocurrir”.
En cuanto al abismo: suelo rehuirle a esta idea en cuanto la percibo, porque es algo sumamente complejo y peligroso: complejo, porque no es fácil entramar todo como una delicada telaraña donde cada punto se conecta de forma sutil y creíble; y peligrosa porque es tentador tomar un elemento lejano y transmutarlo en la llave que concluya la historia (Deus Ex Machina).
Creo que uno de los que mejor maneja este concepto es R. R. Martin, al cual considero un maestro de las telarañas intrincadas y de los elementos falsamente intranscendentes: todo importa, todo puede tener consecuencias bárbaras (cual efecto mariposa) y hay tanto unido que nunca puedes predecir el resultado.
En cuanto al final, yo los prefiero agridulces, catárticos; sobre todo en la tendencia donde el héroe ha de sacrificar algo para obtener otro algo o donde ha quedado marcado de tal manera que jamás podrá ser el mismo. Si he de citar algunos ejemplos me limitaría a dos:
1) Frodo, en el Señor de los Anillos: al final el objetivo fue logrado, pero por el trayecto perdió tanto de sí mismo que ya no se considera capaz de regresar a su anterior vida idílica (es la transformación del niño radiante en adulto oscuro).
2) Mangas verdes, en Archidruida: el sacrificio final: enemiga de la violencia y de la muerte y dispuesta a sacrificar la vida para salvar a los suyos. Al final, descubre que el mayor sacrificio de todos no es la vida en sí, sino los principios que ha llevado durante toda esa vida, lo que la ha mantenido de pie y caminando. Así, entiende que debe matar a sus enemigos y renunciar a parte de su humanidad si quiere conservar a sus seres queridos.
Ahora, creo que, estos dos conceptos requieren saber o tener planeado el destino final del héroe (más que todo en el del abismo); pero también creo que la belleza de la historia está en armarla de tal forma que al final todo caiga por su propio peso y quede en el lugar lógico que le corresponde. Es como armar uno de esas bonitas secuencias con piezas de domino: cada una cumple un papel, y aunque sus caminos suelen parecer inextricables a simple vista, el resultado es hermoso por cuanto es mayor a la suma de sus partes, a la vez que en retrospectiva es el mejor y más lógico de los infinitos resultados posibles.
El negativo positivo me parece una adaptación del proceso de “Principio, nudo y desenlace”, una especie de montaña rusa. Hago la comparación porque en las montañas rusas la diversión está en la diferencia de sensaciones y la progresión entre los picos y valles, cosa que no puede ocurrir en un sendero plano o en una escalera (solo subir o solo bajar).
La parte difícil me parece que está en no caer en lo previsible, pues en muchas películas o historias se hace fácil el decir “Si, todo comenzó bien, pero luego empeorara y al final mejorara” y ya está. Ah, pero claro, están esas geniales situaciones en las que dices: “No creí que las cosas se pudiesen poner peor, pero sí lo hicieron” o “Todo está yendo tan bien, siento ansiedad por lo que de malo pudiese ocurrir”.
En cuanto al abismo: suelo rehuirle a esta idea en cuanto la percibo, porque es algo sumamente complejo y peligroso: complejo, porque no es fácil entramar todo como una delicada telaraña donde cada punto se conecta de forma sutil y creíble; y peligrosa porque es tentador tomar un elemento lejano y transmutarlo en la llave que concluya la historia (Deus Ex Machina).
Creo que uno de los que mejor maneja este concepto es R. R. Martin, al cual considero un maestro de las telarañas intrincadas y de los elementos falsamente intranscendentes: todo importa, todo puede tener consecuencias bárbaras (cual efecto mariposa) y hay tanto unido que nunca puedes predecir el resultado.
En cuanto al final, yo los prefiero agridulces, catárticos; sobre todo en la tendencia donde el héroe ha de sacrificar algo para obtener otro algo o donde ha quedado marcado de tal manera que jamás podrá ser el mismo. Si he de citar algunos ejemplos me limitaría a dos:
1) Frodo, en el Señor de los Anillos: al final el objetivo fue logrado, pero por el trayecto perdió tanto de sí mismo que ya no se considera capaz de regresar a su anterior vida idílica (es la transformación del niño radiante en adulto oscuro).
2) Mangas verdes, en Archidruida: el sacrificio final: enemiga de la violencia y de la muerte y dispuesta a sacrificar la vida para salvar a los suyos. Al final, descubre que el mayor sacrificio de todos no es la vida en sí, sino los principios que ha llevado durante toda esa vida, lo que la ha mantenido de pie y caminando. Así, entiende que debe matar a sus enemigos y renunciar a parte de su humanidad si quiere conservar a sus seres queridos.
Ahora, creo que, estos dos conceptos requieren saber o tener planeado el destino final del héroe (más que todo en el del abismo); pero también creo que la belleza de la historia está en armarla de tal forma que al final todo caiga por su propio peso y quede en el lugar lógico que le corresponde. Es como armar uno de esas bonitas secuencias con piezas de domino: cada una cumple un papel, y aunque sus caminos suelen parecer inextricables a simple vista, el resultado es hermoso por cuanto es mayor a la suma de sus partes, a la vez que en retrospectiva es el mejor y más lógico de los infinitos resultados posibles.