5/04/2019, 02:38
—Debo... Algo de dinero a una gente. Gente peligrosa... —contó Calabaza, con la elocuencia de un perezoso entre titubeantes parafraseos—. A una gente... Eh... Yo... Ellos son los que... Mueven la magia azul aquí.
Bingo. Justo la información que estaba buscando.
—El Dedo Amarillo. Así se llaman. Ellos c... c... Controlan toda la venta. Ellos mandan en este barrio. ¿Q... Quieres mis experiencias? Pues ahí te va la primera, el Dedo Amarillo son unos hijos de puta avariciosos... Desde hace semanas que vienen subiendo el precio casi a diario...
Kaido se mantuvo impertérrito ante la información, analizándola en el proceso. Lo primero que pensó fue en qué clase de nombre de mierda era ese. Según él, uno demasiado estúpido para una supuesta mafia. Lo segundo, pues que a Money no le iba a hacer mucha gracia que unos tipos que se hacían llamar El Dedo Amarillo le ganasen partida en una de las capitales más grandes de todo Oonindo, con lo cuál, iba a dar mayor protagonismo a sus intenciones de dominar la zona.
—¿y quiéres tú algo de las mías? —respondió con elocuencia—. en este negocio si no eres avaricioso, alguien siempre te gana la partida. Tampoco me extraña que teniendo el jodido mercado totalmente monopolizado no se puedan permitir el gusto de aumentar las tarifas cada que les sople el culo. Por eso la competencia es necesaria, mi buen Calabaza. Por eso vamos a entrar fuerte en esta ciudad y a ganarnos una cuota parte de la jodida Capital —Kaido se levantó del suelo y se sacudió los pantalones, visualizando de reojo las manos del yonqui que se movían incómodas alrededor de la bolsita—. continuemos esta fructífera charla en algún otro lado donde no me vaya a coger gangrena en los cojones. Vamos.
El tiburón echó a andar, esperando que su nuevo súbdito le siguiera. Instintivamente, estaba ocupando el tiempo para entender qué tan profunda era la adicción del pordiosero y cuánto tardaría en pedirle permiso para consumir los pocos gramos que había comprado con su paga. Eso le daría cierta certeza de qué tanto podría inmiscuir su propia influencia en el hombre, lo que definiría lo útil que podría llegar a serle según fuera el caso.
—¿Cuánto? —preguntó.
Bingo. Justo la información que estaba buscando.
—El Dedo Amarillo. Así se llaman. Ellos c... c... Controlan toda la venta. Ellos mandan en este barrio. ¿Q... Quieres mis experiencias? Pues ahí te va la primera, el Dedo Amarillo son unos hijos de puta avariciosos... Desde hace semanas que vienen subiendo el precio casi a diario...
Kaido se mantuvo impertérrito ante la información, analizándola en el proceso. Lo primero que pensó fue en qué clase de nombre de mierda era ese. Según él, uno demasiado estúpido para una supuesta mafia. Lo segundo, pues que a Money no le iba a hacer mucha gracia que unos tipos que se hacían llamar El Dedo Amarillo le ganasen partida en una de las capitales más grandes de todo Oonindo, con lo cuál, iba a dar mayor protagonismo a sus intenciones de dominar la zona.
—¿y quiéres tú algo de las mías? —respondió con elocuencia—. en este negocio si no eres avaricioso, alguien siempre te gana la partida. Tampoco me extraña que teniendo el jodido mercado totalmente monopolizado no se puedan permitir el gusto de aumentar las tarifas cada que les sople el culo. Por eso la competencia es necesaria, mi buen Calabaza. Por eso vamos a entrar fuerte en esta ciudad y a ganarnos una cuota parte de la jodida Capital —Kaido se levantó del suelo y se sacudió los pantalones, visualizando de reojo las manos del yonqui que se movían incómodas alrededor de la bolsita—. continuemos esta fructífera charla en algún otro lado donde no me vaya a coger gangrena en los cojones. Vamos.
El tiburón echó a andar, esperando que su nuevo súbdito le siguiera. Instintivamente, estaba ocupando el tiempo para entender qué tan profunda era la adicción del pordiosero y cuánto tardaría en pedirle permiso para consumir los pocos gramos que había comprado con su paga. Eso le daría cierta certeza de qué tanto podría inmiscuir su propia influencia en el hombre, lo que definiría lo útil que podría llegar a serle según fuera el caso.
—¿Cuánto? —preguntó.