5/04/2019, 19:05
Las palabras de Ayame eran certeras y sabias, directas al corazón y a la cabeza. Y ella tenía la fuerza para hacerlas llegar a otras personas; mas, quienes habían perdido la esperanza y el juicio por el camino no eran fáciles de alcanzar. La soledad y la angustia eran poderosas vendas que podían cegar hasta al más inteligente y cercenar su corazón para dejarlo convertido en poco más que una cáscara vacía que aun así respira, se mueve y habla. Ayame tenía ante ella a la perfecta definición de "muerto viviente", si es que existía tal cosa, debía ser muy parecida al desgraciado Calabaza.
El joven adicto estaba cada vez más nervioso, y no hacía falta ser especialmente observador para notarlo. No paraba quieto en su sitio, moviéndose a un lado y otro con pasos cortos mientras jugueteaba con la bolsita de omoide entre sus manos. No fue hasta que la joven ninja hizo referencia a las últimas palabras del adicto, que éste irrumpió en una risa histérica, repentina.
Calabaza extendió un brazo raquítico como la ramita de un árbol seco, y luego señaló con el dedo índice la placa ninja que Ayame portaba consigo.
—Señorita... Usted... Será... Traicionada...
Repentinamente, un tembleque sacudió el cuerpo del pordiosero, que empezó a balbucear sin mucho sentido mientras daba vueltas en círculos.
—No... No... Necesito... Yo...
Parecía estar buscando algo a su alrededor desesperadamente, hasta que al final lo encontró justo en su cintura. Con gesto experto desató la calabaza, le sacó el tapón de corcho con los dientes y bebió un buen trago.
«Mucho... Mejor...»
El joven adicto estaba cada vez más nervioso, y no hacía falta ser especialmente observador para notarlo. No paraba quieto en su sitio, moviéndose a un lado y otro con pasos cortos mientras jugueteaba con la bolsita de omoide entre sus manos. No fue hasta que la joven ninja hizo referencia a las últimas palabras del adicto, que éste irrumpió en una risa histérica, repentina.
Calabaza extendió un brazo raquítico como la ramita de un árbol seco, y luego señaló con el dedo índice la placa ninja que Ayame portaba consigo.
—Señorita... Usted... Será... Traicionada...
Repentinamente, un tembleque sacudió el cuerpo del pordiosero, que empezó a balbucear sin mucho sentido mientras daba vueltas en círculos.
—No... No... Necesito... Yo...
Parecía estar buscando algo a su alrededor desesperadamente, hasta que al final lo encontró justo en su cintura. Con gesto experto desató la calabaza, le sacó el tapón de corcho con los dientes y bebió un buen trago.
«Mucho... Mejor...»