6/04/2019, 17:19
Había que decir que cada proceso de drogadicción dependía de varios factores: uno de ellos era el tipo de droga —cuya presentación discernía el cómo ibas a consumirla, si bien inyectada, esnifada y/o otros métodos menos convencionales y agraciados de cara al público lector—. y de lo avivado que estuviera el organismo cuando el Omoide, en éste caso en particular; tocara techo y comenzara a hacer efecto en el individuo. Kaido intuía que para el mono tan evidente de Calabaza aquellos pocos gramos de pasta no iban a suponer un viaje demasiado trascendente si ya estaba más que acostumbrado a consumirla. Después de todo, no se tenía los dientes tan azules si apenas comenzabas el camino de la auto-destrucción que suponía meterse con la magia azul y era evidente que, mientras más buscases refugiarte en esa droga, ibas a acabar acumulando demasiado millaje como para poder volver a los recuerdos más lejanos y bonitos de tu existencia. Hasta que llega el día en el que sólo te queda un vacío de autoflagelación y la añoranza de momentos perdidos.
Por esa razón, Kaido esperó pacientemente. Porque respetaba el hecho de que alguien no pudiera dejar su pasado atrás, aún cuando a él se le había hecho endemoniadamente sencillo. No por mérito propio —aunque el gyojin no era consciente de ello—. sino gracias a la influencia de aquél poderoso Fūinjutsu que se escondía tras la fachada de un tatuaje de dragón que le tendía una mano cada vez que sus objetivos no estuvieran alineados con la organización. Una técnica sencillamente infalible si querías lograr un compromiso incuestionable y una lealtad absoluta.
—¿Vas a pedir algo o sólo estás aquí para hacer bulto? —preguntó la camarera a Kaido, con voz monótona y cara de pocos amigos—. Tengo cerveza, sake, whisky...
—Sírvete dos whisky —pidió, finalmente.
Su chupito no duró demasiado, sin embargo, y el que había pedido para Calabaza seguía allí cogiendo frío. Y un whisky frío no era tan bueno como a las rocas.
«Como te hayas escapado, hijo de perra... ¡como te hayas escapado!» —tiró la silla hacia atrás y hizo el ademán de querer ir a echar una meada—. «por Ame no kami. Ya no se puede confiar en nadie hoy en día. Todos quieren aprender a las ostias. Y yo pensaba que ya era cosa mía.»
Acto seguido, fue a buscar a su jodida mascota.
Por esa razón, Kaido esperó pacientemente. Porque respetaba el hecho de que alguien no pudiera dejar su pasado atrás, aún cuando a él se le había hecho endemoniadamente sencillo. No por mérito propio —aunque el gyojin no era consciente de ello—. sino gracias a la influencia de aquél poderoso Fūinjutsu que se escondía tras la fachada de un tatuaje de dragón que le tendía una mano cada vez que sus objetivos no estuvieran alineados con la organización. Una técnica sencillamente infalible si querías lograr un compromiso incuestionable y una lealtad absoluta.
—¿Vas a pedir algo o sólo estás aquí para hacer bulto? —preguntó la camarera a Kaido, con voz monótona y cara de pocos amigos—. Tengo cerveza, sake, whisky...
—Sírvete dos whisky —pidió, finalmente.
Su chupito no duró demasiado, sin embargo, y el que había pedido para Calabaza seguía allí cogiendo frío. Y un whisky frío no era tan bueno como a las rocas.
«Como te hayas escapado, hijo de perra... ¡como te hayas escapado!» —tiró la silla hacia atrás y hizo el ademán de querer ir a echar una meada—. «por Ame no kami. Ya no se puede confiar en nadie hoy en día. Todos quieren aprender a las ostias. Y yo pensaba que ya era cosa mía.»
Acto seguido, fue a buscar a su jodida mascota.