6/04/2019, 20:10
Tokore esbozó una sonrisa felina bajo su turbante cuando Kaido aceptó su sugerencia. Así estaban mejor…
Mucho mejor.
—¡Eh! ¡Cabrones! ¡ABRID! —rugió Tokore, aporreando el portalón con todas sus fuerzas—. ¡Eh! ¡EEEEEHHHHH!
La ranura de la puerta se abrió con el décimo golpe, y unos ojos verdes asomaron tras ellos.
—¿¡Quién va!?
—¡Kincho y Tokore! ¡Abrid de una puta vez, joder! ¡Que nos vamos a quedar enterrados aquí afuera!
—¡Voy, voy!
La gran puerta metálica rechinó como una avalancha de piedras al moverse unos centímetros hacia adelante. El viento, que empujaba la puerta en dirección contraria, apenas les permitía empujar más.
—¡Jo-der! ¡Pasad, pasad! ¡Rápido!
Tokore fue la primera en escurrirse por el hueco, seguido de Kaido y un buen puñado de arena. Prrraammmm… ¡PuuuUUMMM! La tumba de Umikiba Kaido sellándose de nuevo. Claro que, como ya habrán visto, al Tiburón no le va eso de permanecer por mucho tiempo en su ataúd.
El espacio donde se encontraba Kaido era amplio y grande, iluminado por grandes paneles de luz que colgaban del techo. Un techo altísimo en el que, Kaido pudo ver también, había bocinas altoparlantes colgadas.
En frente, dos ninjas de Kusagakure no Sato. Uno de ellos fue el que les abrió, un hombre de ojos verdes, que rozaba la treintena, de piel pálida y rastas claras y cortas. Tenía la placa identificativa de Chuunin, así como su compañera, una mujer de edad parecida y cabello corto y rubio.
Detrás de ellos, un hombre de unos cincuenta años, con una carpeta y boli en la mano.
—Jo-der, estáis como cabras —les soltó, con un punto de admiración en su voz—. Sois los únicos del turno de noche que ha venido. Muchos del turno de tarde se fueron yendo pensando que la tormenta no era para tanto. ¡Estamos en horas bajísimas! Menos mal que habéis venido. Tokore y… Ah, aquí estás, Kincho —dijo, poniendo un tick junto a su nombre en la lista que tenía—. Tú madre estará orgullosa. Faltar al trabajo no es lo vuestro, ¿eh? Incluso aunque haya una tormenta como esta de por medio.
Mucho mejor.
—¡Eh! ¡Cabrones! ¡ABRID! —rugió Tokore, aporreando el portalón con todas sus fuerzas—. ¡Eh! ¡EEEEEHHHHH!
La ranura de la puerta se abrió con el décimo golpe, y unos ojos verdes asomaron tras ellos.
—¿¡Quién va!?
—¡Kincho y Tokore! ¡Abrid de una puta vez, joder! ¡Que nos vamos a quedar enterrados aquí afuera!
—¡Voy, voy!
La gran puerta metálica rechinó como una avalancha de piedras al moverse unos centímetros hacia adelante. El viento, que empujaba la puerta en dirección contraria, apenas les permitía empujar más.
—¡Jo-der! ¡Pasad, pasad! ¡Rápido!
Tokore fue la primera en escurrirse por el hueco, seguido de Kaido y un buen puñado de arena. Prrraammmm… ¡PuuuUUMMM! La tumba de Umikiba Kaido sellándose de nuevo. Claro que, como ya habrán visto, al Tiburón no le va eso de permanecer por mucho tiempo en su ataúd.
El espacio donde se encontraba Kaido era amplio y grande, iluminado por grandes paneles de luz que colgaban del techo. Un techo altísimo en el que, Kaido pudo ver también, había bocinas altoparlantes colgadas.
En frente, dos ninjas de Kusagakure no Sato. Uno de ellos fue el que les abrió, un hombre de ojos verdes, que rozaba la treintena, de piel pálida y rastas claras y cortas. Tenía la placa identificativa de Chuunin, así como su compañera, una mujer de edad parecida y cabello corto y rubio.
Detrás de ellos, un hombre de unos cincuenta años, con una carpeta y boli en la mano.
—Jo-der, estáis como cabras —les soltó, con un punto de admiración en su voz—. Sois los únicos del turno de noche que ha venido. Muchos del turno de tarde se fueron yendo pensando que la tormenta no era para tanto. ¡Estamos en horas bajísimas! Menos mal que habéis venido. Tokore y… Ah, aquí estás, Kincho —dijo, poniendo un tick junto a su nombre en la lista que tenía—. Tú madre estará orgullosa. Faltar al trabajo no es lo vuestro, ¿eh? Incluso aunque haya una tormenta como esta de por medio.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado