7/04/2019, 22:56
Calabaza acabó finalmente por volver a la vida tras los reiterados zarandeos de su interlocutor, aunque dejándose el alma en el suelo tras una potada magistral que soltó entre sus propias piernas. Confuso como sólo podía estar él después de haber consumido la pasta, el muchacho pegaría un rápido vistazo a su alrededor para encontrarse a bote pronto con los ojos turbios y violentos de Umikiba Kaido. En ese instante, el color de sus orbes parecía haber mutado a un azul mucho más eléctrico que desataban como reflejo del alma un poderoso vendaval de lluvia y truenos que lograba exteriorizar a través de un poder lustrado y para algunos inconmensurable. Calcada a pincel de las más grandes tempestades de las Llanuras del País de la Tormenta y que sólo los más versados lograban afrontar con éxito. Un hombre llamado Uchiha Akame la había presenciado dos veces en su vida y había salido airoso, en ambas ocasiones:
La primera vez fue durante aquél corto encuentro en el Torneo de los Dojos. Ambos, frente a frente, mirándose a la cara como enemigos de combate. Dispuestos a conseguir la victoria a cualquier costo y lograr el tan ansiado pase a la importantísima final de tan magnánimo evento. Para entonces, a Uchiha Akame le resultaría bastante sencillo apaciguar las mareas de su furia, no obstante, aunque sería esa la primera ocasión en la que entendería los verdaderos vestigios de una bestia que parecía domada y enjaulada. Pero una bestia al fin y al cabo. La segunda ocasión tendría lugar en el enclave místico de las Rocas Ancestrales, durante la fúrica emboscada tendida a su Hermano, Uchiha Datsue; a la que acudió él en su defensa. Nuevamente, una velada donde la representación más voraz del que alguna vez fuera el Tiburón de Amegakure salía a relucir sin ningún tipo de filtro, aupada por su propia búsqueda de venganza contra aquél que hablaba pestes a su espalda.
Quizás ninguno de los dos lo sabría con absoluta certeza —después de todo, alguien parecía bastante empeñado en convencerse de lo que es hoy en día sin tener en cuenta lo que alguna vez fue—. pero en la historia de encuentros entre Akame y Kaido, existiría una tercera oportunidad. Sin artistas que confirieran humanidad a la piedra, ni ciudadanos corruptos adoradores de la vieja sangre en una isla maldita. Sin nadie de por medio.
Sólo ellos dos y la Tormenta armonizando todo a su alrededor.
—¿Sabías que... existe una teoría bastante debatida de que, en éste universo; tan amplio y desconocido para nosotros los mortales, cada uno de nosotros tenemos en algún lugar, a un sosias? —sus palabras fueron acompañadas, sin embargo, con la fría caricia de un filo de kunai que parecía llevar más tiempo sobre el cuello de Calabaza de lo que él podría recordar—. a un doble malévolo, vaya. Y yo es que no soy de los que creen ese tipo de patrañas, desde luego. Pero he visto tanta mierda en mi corta vida —desde mujeres inmortales hasta extraños rituales vudú a través de una jodida luna roja—. que me estoy inclinando a creérmelo todo —torció el kunai ligeramente, sólo un par de grados, para que Calabaza sintiera el peligro en su carótida a la que se le podían oír las palpitaciones y la sangre corriendo a torrentes—. escúchame bien, Calabaza, porque no voy a repetirme. Te he visto. De cerca. Y tu rostro me recuerda muchísimo a un viejo amigo. Entonces me dije: ¡no puede ser, es imposible! pero hace dos meses yo era el shinobi más leal de toda la maldita Amegakure y mírame ahora. Una de las ocho cabezas del puto Dragón Rojo.
»Convénceme, Calabaza-kun. Disuádeme de esta idea tan loca que me está follando la cabeza ahora mismo.
La primera vez fue durante aquél corto encuentro en el Torneo de los Dojos. Ambos, frente a frente, mirándose a la cara como enemigos de combate. Dispuestos a conseguir la victoria a cualquier costo y lograr el tan ansiado pase a la importantísima final de tan magnánimo evento. Para entonces, a Uchiha Akame le resultaría bastante sencillo apaciguar las mareas de su furia, no obstante, aunque sería esa la primera ocasión en la que entendería los verdaderos vestigios de una bestia que parecía domada y enjaulada. Pero una bestia al fin y al cabo. La segunda ocasión tendría lugar en el enclave místico de las Rocas Ancestrales, durante la fúrica emboscada tendida a su Hermano, Uchiha Datsue; a la que acudió él en su defensa. Nuevamente, una velada donde la representación más voraz del que alguna vez fuera el Tiburón de Amegakure salía a relucir sin ningún tipo de filtro, aupada por su propia búsqueda de venganza contra aquél que hablaba pestes a su espalda.
Quizás ninguno de los dos lo sabría con absoluta certeza —después de todo, alguien parecía bastante empeñado en convencerse de lo que es hoy en día sin tener en cuenta lo que alguna vez fue—. pero en la historia de encuentros entre Akame y Kaido, existiría una tercera oportunidad. Sin artistas que confirieran humanidad a la piedra, ni ciudadanos corruptos adoradores de la vieja sangre en una isla maldita. Sin nadie de por medio.
Sólo ellos dos y la Tormenta armonizando todo a su alrededor.
—¿Sabías que... existe una teoría bastante debatida de que, en éste universo; tan amplio y desconocido para nosotros los mortales, cada uno de nosotros tenemos en algún lugar, a un sosias? —sus palabras fueron acompañadas, sin embargo, con la fría caricia de un filo de kunai que parecía llevar más tiempo sobre el cuello de Calabaza de lo que él podría recordar—. a un doble malévolo, vaya. Y yo es que no soy de los que creen ese tipo de patrañas, desde luego. Pero he visto tanta mierda en mi corta vida —desde mujeres inmortales hasta extraños rituales vudú a través de una jodida luna roja—. que me estoy inclinando a creérmelo todo —torció el kunai ligeramente, sólo un par de grados, para que Calabaza sintiera el peligro en su carótida a la que se le podían oír las palpitaciones y la sangre corriendo a torrentes—. escúchame bien, Calabaza, porque no voy a repetirme. Te he visto. De cerca. Y tu rostro me recuerda muchísimo a un viejo amigo. Entonces me dije: ¡no puede ser, es imposible! pero hace dos meses yo era el shinobi más leal de toda la maldita Amegakure y mírame ahora. Una de las ocho cabezas del puto Dragón Rojo.
»Convénceme, Calabaza-kun. Disuádeme de esta idea tan loca que me está follando la cabeza ahora mismo.