7/04/2019, 23:33
(Última modificación: 7/04/2019, 23:37 por Uchiha Akame. Editado 2 veces en total.)
«El viento soplando con fuerza, la lluvia empapándole de pies a cabeza, un trueno lejano. A sus pies, un Valle extendiéndose bajo la atenta mirada pétrea de tres figuras. Un rugido salvaje reverberando en la superficie del agua, un destello cegador.»
Calabaza parpadeó, como si no pudiera determinar si lo que estaba ocurriendo era real o producto de su trastornada mente. El tacto gélido del acero en su cuello le evocó aquellas imágenes y sensaciones, tan reales como si las estuviera viviendo por segunda vez. La magia azul era fuerte, capaz de hacer alucinar a la persona más lúcida, pero aquello... Aquello era completamente distinto.
«Ensordecedores, los vítores del público resuenan por todo el estadio. El peso de una espada en su mano derecha, una que ésta conoce muy bien. Cálida satisfacción. Ira abrasadora. Los ojos dorados de una mujer entre la oscura arboleda.»
Tragó saliva con dificultad, y la piel de su cuello se erizó al rozar ligeramente el filo de aquel kunai. Calabaza alzó la vista y encontró aquellos ojos azules, electrizantes, que parecían querer taladrarle el alma. Su dueño movía los labios con insistencia, dejando entrever dos hileras de dientes aserrados, terroríficos.
«Su pecho agitándose ante su respiración acelerada. Sus músculos, preparados, fuertes, obrando su papel para impulsarle en una coreografía ensayada mil veces. El silbido de unos shuriken al pasar junto a su oreja. El tacto áspero del campo de prácticas. Unos ojos tan familiares pero tan distintos mirándole, retándole, apoyándole. Un abrazo.»
Kaido le amenazaba. Oh sí. Incluso ido como estaba, era capaz de reconocer las palabras que aquel tío azul y corpulento le decía. «Kaido...» El pecho se le encogió y notó un nudo en la garganta.
«Ojos de esmeralda y cabellos de oro, agitándose al viento. El calor de un cuerpo junto al suyo, fundidos entre las sábanas. Nervios. Inexperiencia. Cariño. Luego, una playa solitaria y oscura, el sabor amargo del alcohol en la boca.»
—Convénceme, Calabaza-kun. Disuádeme de esta idea tan loca que me está follando la cabeza ahora mismo.
«Una risa, energizante, ¡irresistible! Un rostro multicolor, una talismán del color del veneno. Una melena al viento, como un campo nevado. Un jardín de cerezos, una melodía distante, una celebración. Su corazón. Felicidad.»
Calabaza rió. Fue una risa queda, rota, ronca. Como un perro con faringitis. Surgió desde lo más profundo de su cuerpo maltrecho y podrido, abriéndose camino a dentelladas hasta la boca, a los labios manchados de azul. De aquel color que representaba todo lo que había sido, era, y había querido dejar de ser. Rió, alzando los brazos, mientras miraba a Kaido.
—Tu amigo está muerto, ¿no lo ves? ¿No lo ves? —repitió, con el rostro desencajado—. Uchiha Akame está muerto —volvió a reír, y esa vez se atragantó con su propia saliva. Tras un ataque de tos, pareció recuperar la compostura; pero aquella sonrisa cargada de desesperanza seguía estando ahí—. No... Me... Queda... ¡Nada! Soy un cadáver que, por alguna razón que desconozco, respira, camina y habla. Soy una aberración, una anomalía de la Naturaleza... Yo no debería estar aquí.
De repente, el yonqui agarró con sus manos la solapa de la camisa de Kaido. Parecía entre expectante y atemorizado.
—¿Esa sensación? ¿Ese pensamiento en tu cabeza? ¿Ese... Esa... Esa voz que no puedes acallar? Ah, sí, yo la oigo también... Yo me pregunto lo mismo que tú, Kaido-kun... ¿Por qué... estoy... aquí? —Akame apretó los dientes, provocando que el exceso de pasta acumulado entre ellos le brotara de los labios como un icor malsano—. Hazlo... Hazlo... Me vas a hacer un puto favor.