8/04/2019, 00:24
... pero Calabaza falló estrepitósamente en negar lo innegable.
«Por Ame no kami y sus siete mil tetas celestiales»
Los ojos de Kaido se abrieron como platos y las pupilas se le expandieron como si estuviera teniendo una revelación trascendental. Tenía la quijada endurecida, queriéndose desencajar de los cartílagos que unían la mandíbula pero hizo uso de toda su voluntad para no demostrarle a calabaza que estaba descojonado por dentro. De que el descubrimiento le daba cada bofetada, una tras otra, sin parar y que sus neuronas hacían todo el esfuerzo por descifrarlo todo a la vez.
Pero estamos hablando de un misterio que no importan cuántas veces tratases de desvelarlo, nunca ibas a dar con la respuesta correcta si no conocías cada uno de los eslabones que componían la enorme cadena de acontecimientos que regían la vida de Uchiha Akame y de los motivos que le llevaron a convertirse en una sombra sucia y maloliente del gran ninja que alguna vez fue. Y Kaido, exiliado de su aldea natal y por tanto negado en el acceso primordial de información respecto a la geopolítica entre las tres grandes aldeas, aún era un ignorante respecto a los sucesos que habían estado entorpeciendo la estabilidad de ōnindo durante las últimas semanas.
El kunai se mantuvo firme. Las manos no tenían por qué temblarle a un asesino.
—Tu amigo está muerto, ¿no lo ves? ¿No lo ves? —y claro lo veía. ¿Cómo no iba a hacerlo?—. Uchiha Akame está muerto. No... Me... Queda... ¡Nada! Soy un cadáver que, por alguna razón que desconozco, respira, camina y habla. Soy una aberración, una anomalía de la Naturaleza... Yo no debería estar aquí.
Akame tenía razón. Ninguno de ellos debía estar allí. Y sin embargo, el destino, caprichoso como una puta barata; había decidido unirles. Nada en éste mundo es una simple casualidad. Todo está hilado, conexo, y toda unión tiene un gran propósito tras bambalinas. Por esa razón, la disconformidad de Kaido de pronto transmutó a una súbita revelación. Los ojos se le iluminaron mientras en su cabeza vislumbraba todas y cada unas de las posibilidades que pudieran desencadenar su siguiente acción.
—¿Esa sensación? ¿Ese pensamiento en tu cabeza? ¿Ese... Esa... Esa voz que no puedes acallar? Ah, sí, yo la oigo también... Yo me pregunto lo mismo que tú, Kaido-kun... ¿Por qué... estoy... aquí?
»Hazlo... Hazlo... Me vas a hacer un puto favor.
El kunai se hincó. Iba a rajarle el puto cuello en ese instante. Le iba a sacar de su miseria, y a la vez, lograría lo que consideró por una milésima de segundo la mejor venganza posible en contra de Uchiha Datsue. De asesinar a su querido y preciado hermano. De mostrarle, cuando volvieran a encontrarse, su cabeza. O su cuero cabelludo cortado al ras de su jodido cráneo. O... sus ojos. Encendidos. Con sus hermosas aspas azabache, elegantes, girando en el interior de un frasco hermético de preservación con agua destilada.
Oh, la saboreó. Por un momento. Se imaginó todas las reacciones posibles de Datsue. Sintió la gracia de la victoria saludándole.
Pero, súbitamente...
—Hoy no vas a morir, Uchiha Akame —dijo, removiendo el kunai que lucía levemente tintado con un hilillo de sangre—. hoy... volverás a nacer.
No. La verdadera venganza alcanzaría la epitome cuando Datsue presenciara a Akame siendo su jodido perro sabueso. A su lado, defendiendo los intereses de Dragón Rojo. La traición de su propia sangre era una y mil veces peor. Inconcebible incluso para ellos dos, unidos por un vínculo más fuerte del que podría conocer Kaido jamás. Y sin embargo...
Akame no veía a Datsue tendiéndole la mano.
Esa mano era azul. Era fuerte. Era amiga. Era la de Kaido el Exiliado.
«Por Ame no kami y sus siete mil tetas celestiales»
Los ojos de Kaido se abrieron como platos y las pupilas se le expandieron como si estuviera teniendo una revelación trascendental. Tenía la quijada endurecida, queriéndose desencajar de los cartílagos que unían la mandíbula pero hizo uso de toda su voluntad para no demostrarle a calabaza que estaba descojonado por dentro. De que el descubrimiento le daba cada bofetada, una tras otra, sin parar y que sus neuronas hacían todo el esfuerzo por descifrarlo todo a la vez.
Pero estamos hablando de un misterio que no importan cuántas veces tratases de desvelarlo, nunca ibas a dar con la respuesta correcta si no conocías cada uno de los eslabones que componían la enorme cadena de acontecimientos que regían la vida de Uchiha Akame y de los motivos que le llevaron a convertirse en una sombra sucia y maloliente del gran ninja que alguna vez fue. Y Kaido, exiliado de su aldea natal y por tanto negado en el acceso primordial de información respecto a la geopolítica entre las tres grandes aldeas, aún era un ignorante respecto a los sucesos que habían estado entorpeciendo la estabilidad de ōnindo durante las últimas semanas.
El kunai se mantuvo firme. Las manos no tenían por qué temblarle a un asesino.
—Tu amigo está muerto, ¿no lo ves? ¿No lo ves? —y claro lo veía. ¿Cómo no iba a hacerlo?—. Uchiha Akame está muerto. No... Me... Queda... ¡Nada! Soy un cadáver que, por alguna razón que desconozco, respira, camina y habla. Soy una aberración, una anomalía de la Naturaleza... Yo no debería estar aquí.
Akame tenía razón. Ninguno de ellos debía estar allí. Y sin embargo, el destino, caprichoso como una puta barata; había decidido unirles. Nada en éste mundo es una simple casualidad. Todo está hilado, conexo, y toda unión tiene un gran propósito tras bambalinas. Por esa razón, la disconformidad de Kaido de pronto transmutó a una súbita revelación. Los ojos se le iluminaron mientras en su cabeza vislumbraba todas y cada unas de las posibilidades que pudieran desencadenar su siguiente acción.
—¿Esa sensación? ¿Ese pensamiento en tu cabeza? ¿Ese... Esa... Esa voz que no puedes acallar? Ah, sí, yo la oigo también... Yo me pregunto lo mismo que tú, Kaido-kun... ¿Por qué... estoy... aquí?
»Hazlo... Hazlo... Me vas a hacer un puto favor.
El kunai se hincó. Iba a rajarle el puto cuello en ese instante. Le iba a sacar de su miseria, y a la vez, lograría lo que consideró por una milésima de segundo la mejor venganza posible en contra de Uchiha Datsue. De asesinar a su querido y preciado hermano. De mostrarle, cuando volvieran a encontrarse, su cabeza. O su cuero cabelludo cortado al ras de su jodido cráneo. O... sus ojos. Encendidos. Con sus hermosas aspas azabache, elegantes, girando en el interior de un frasco hermético de preservación con agua destilada.
Oh, la saboreó. Por un momento. Se imaginó todas las reacciones posibles de Datsue. Sintió la gracia de la victoria saludándole.
Pero, súbitamente...
—Hoy no vas a morir, Uchiha Akame —dijo, removiendo el kunai que lucía levemente tintado con un hilillo de sangre—. hoy... volverás a nacer.
No. La verdadera venganza alcanzaría la epitome cuando Datsue presenciara a Akame siendo su jodido perro sabueso. A su lado, defendiendo los intereses de Dragón Rojo. La traición de su propia sangre era una y mil veces peor. Inconcebible incluso para ellos dos, unidos por un vínculo más fuerte del que podría conocer Kaido jamás. Y sin embargo...
Akame no veía a Datsue tendiéndole la mano.
Esa mano era azul. Era fuerte. Era amiga. Era la de Kaido el Exiliado.