8/04/2019, 20:00
Hiroshi se quedó paralizado en el sitio, encaramado todavía a su escalera plegable y rodeado de las ramas que ya había podado, esparcidas por el suelo. Sus ojos negros no podían despegarse de la figura de aquella mujer, que contrastaba con el ambiente rural de Minori de una forma casi hiriente. Su delicado kimono, su porte regio, su belleza sobrenatural. Pocas veces había visto Hiroshi a una mujer tan espectacular con sus propios ojos; aun menos tan de cerca. Y sin embargo, no era la apariencia de aquella persona la que le había dejado sin habla, con el pecho encogido... Sino sus palabras.
El agricultor bajó lentamente de la escalera mientras se sacudía las manos encallecidas por el duro trabajo en el campo. Su figura era más bien menuda, pese a tener una considerable anchura de hombros gracias a la actividad física que su huerto le exigía, y su rostro de lo más anodino.
—¿Ji... Jinbei? —balbuceó, con visible incredulidad—. Me temo que se ha equivocado de casa, señorita, aquí no vive ningún Jinbei... No desde hace mucho.
Visiblemente afectado, Hiroshi se quitó la gorra de labriego y empezó a juguetear con ella entre sus manos peludas. ¿Es que acaso...?
—¿Usted... Usted conoce a mi hijo?
El agricultor bajó lentamente de la escalera mientras se sacudía las manos encallecidas por el duro trabajo en el campo. Su figura era más bien menuda, pese a tener una considerable anchura de hombros gracias a la actividad física que su huerto le exigía, y su rostro de lo más anodino.
—¿Ji... Jinbei? —balbuceó, con visible incredulidad—. Me temo que se ha equivocado de casa, señorita, aquí no vive ningún Jinbei... No desde hace mucho.
Visiblemente afectado, Hiroshi se quitó la gorra de labriego y empezó a juguetear con ella entre sus manos peludas. ¿Es que acaso...?
—¿Usted... Usted conoce a mi hijo?