10/04/2019, 01:05
(Última modificación: 10/04/2019, 01:06 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Las palabras de Datsue volaron como navajas envenenadas. A decir verdad, Ayame no había esperado que la creyera ni que compartiera su punto de vista, pero se sintió herida de todas maneras. Inclinó el cuerpo hacia delante para responder cuando una voz resonó en su cabeza.
Ayame se quedó con los ojos abiertos como platos. De las pocas veces que Kokuō había decidido intervenir, lo había hecho por su propia cuenta, sin ningún tipo de permiso. Ayame lanzó un largo suspiro y miró a su alrededor, asegurándose de que no pudiera haber ojos u oídos indiscretos.
—Kokuō quiere intervenir —informó a sus acompañantes, para que no les pillara de sorpresa lo que estaba a punto de hacer.
Aunque era muy posible que les sorprendiera de igual manera. A ambos. Porque cuando cruzó los dedos índice y corazón sobre los de la otra mano en forma de cruz en el típico sello de la técnica del Kage Bunshin no fue una réplica de Ayame lo que surgió tras la nube de humo, ni siquiera fue la réplica humana del Gobi con sus cabellos albos. No. Lo que surgió fue una pequeña criatura del tamaño de un peluche con cuerpo de caballo, cabeza de cetáceo con cuatro cuernos sobre su cabeza y cinco colas ondeando tras su espalda. El Gobi se sentó sobre el regazo de Ayame y clavó en Datsue sus ojos aguamarina.
Ayame lo había conseguido. Había conseguido extraer la propia esencia del Bijū en su forma natural, tal y como era su deseo.
—No me subestime, humano —habló, con profundo desprecio—. Si de verdad lo hubiese deseado, lo primero que habría hecho cuando me liberaron habría sido destruir una de sus preciosas aldeas. Ya lo hice una vez, nada me impedía volver a hacerlo, con ninjas o sin ellos. O podría haberme unido a mi hermano para ayudarle con su plan. Pero en su lugar me alejé, quise huir de todo conflicto, ya fuera con ustedes o con Kurama. Huí hasta la parte más recóndita del mundo buscando simplemente vivir en paz, sola. He tenido muchas ocasiones para acabar con alguno de ustedes: ¿O acaso el señorito Juro no le dijo que hablé con él después de que usted pusiera pies en polvorosa dejándole a solas con un monstruo? ¿O no cree que podría haber aprovechado cualquier momento dentro de la aldea para destruirla, ahora que puedo salir a voluntad? La señorita, en mitad de un plácido sueño... y de un segundo a otro todo habría desaparecido. Y no se le ocurra pronunciar el nombre de Padre sin ni siquiera llegar a comprender su grandeza —añadió, amenazadora—. Vanidosos humanos... Si Padre nos encerró no fue para protegerlos a ustedes de nosotros, sino al revés. Padre sabía bien lo avariciosos que son los humanos, conocía bien su sed insaciable de poder, y sabía bien que nos utilizarían en su beneficio. Y, oh, sorpresa: No se equivocaba. Como nunca se equivocó.
»Puede que la señorita sea una estúpida y ya haya dejado de verte como un enemigo...
—¡Oye!
—Pero a mí no me engaña, Uchiha Datsue. Sólo un demonio como usted podría albergar a un demonio como mi hermano. Oh, usted también guarda la destrucción en su interior. Una destrucción mucho más sádica y sangrienta que la que yo podría llegar a ejercer jamás. Una pequeña muestra de ello...
»Es la bonita firma que le dejaste a cierta estatua de cierto Kage en el Valle del Fin —culminó, con una sonrisa recubierta de dientes afilados.
Y Ayame alzó la cabeza hacia Datsue, petrificada por la sorpresa. ¿De verdad había sido él quien...?
«Si van a hablar de mí, al menos déjenme estar presente para defenderme.»
Ayame se quedó con los ojos abiertos como platos. De las pocas veces que Kokuō había decidido intervenir, lo había hecho por su propia cuenta, sin ningún tipo de permiso. Ayame lanzó un largo suspiro y miró a su alrededor, asegurándose de que no pudiera haber ojos u oídos indiscretos.
—Kokuō quiere intervenir —informó a sus acompañantes, para que no les pillara de sorpresa lo que estaba a punto de hacer.
Aunque era muy posible que les sorprendiera de igual manera. A ambos. Porque cuando cruzó los dedos índice y corazón sobre los de la otra mano en forma de cruz en el típico sello de la técnica del Kage Bunshin no fue una réplica de Ayame lo que surgió tras la nube de humo, ni siquiera fue la réplica humana del Gobi con sus cabellos albos. No. Lo que surgió fue una pequeña criatura del tamaño de un peluche con cuerpo de caballo, cabeza de cetáceo con cuatro cuernos sobre su cabeza y cinco colas ondeando tras su espalda. El Gobi se sentó sobre el regazo de Ayame y clavó en Datsue sus ojos aguamarina.
Ayame lo había conseguido. Había conseguido extraer la propia esencia del Bijū en su forma natural, tal y como era su deseo.
—No me subestime, humano —habló, con profundo desprecio—. Si de verdad lo hubiese deseado, lo primero que habría hecho cuando me liberaron habría sido destruir una de sus preciosas aldeas. Ya lo hice una vez, nada me impedía volver a hacerlo, con ninjas o sin ellos. O podría haberme unido a mi hermano para ayudarle con su plan. Pero en su lugar me alejé, quise huir de todo conflicto, ya fuera con ustedes o con Kurama. Huí hasta la parte más recóndita del mundo buscando simplemente vivir en paz, sola. He tenido muchas ocasiones para acabar con alguno de ustedes: ¿O acaso el señorito Juro no le dijo que hablé con él después de que usted pusiera pies en polvorosa dejándole a solas con un monstruo? ¿O no cree que podría haber aprovechado cualquier momento dentro de la aldea para destruirla, ahora que puedo salir a voluntad? La señorita, en mitad de un plácido sueño... y de un segundo a otro todo habría desaparecido. Y no se le ocurra pronunciar el nombre de Padre sin ni siquiera llegar a comprender su grandeza —añadió, amenazadora—. Vanidosos humanos... Si Padre nos encerró no fue para protegerlos a ustedes de nosotros, sino al revés. Padre sabía bien lo avariciosos que son los humanos, conocía bien su sed insaciable de poder, y sabía bien que nos utilizarían en su beneficio. Y, oh, sorpresa: No se equivocaba. Como nunca se equivocó.
»Puede que la señorita sea una estúpida y ya haya dejado de verte como un enemigo...
—¡Oye!
—Pero a mí no me engaña, Uchiha Datsue. Sólo un demonio como usted podría albergar a un demonio como mi hermano. Oh, usted también guarda la destrucción en su interior. Una destrucción mucho más sádica y sangrienta que la que yo podría llegar a ejercer jamás. Una pequeña muestra de ello...
»Es la bonita firma que le dejaste a cierta estatua de cierto Kage en el Valle del Fin —culminó, con una sonrisa recubierta de dientes afilados.
Y Ayame alzó la cabeza hacia Datsue, petrificada por la sorpresa. ¿De verdad había sido él quien...?