11/04/2019, 04:44
Ojo con ojo, los de Kaido fueron girando a medida de que el vasto infierno de sangre con aquellos tres delicados tomoe empezaban a girar en una vorágine de revelación que respondería a la pregunta existencial del propio Akame: quién era, y quién quería ser. Aquél momento cumbre de descubrimiento personal se vio, sin embargo, interrumpido por una voz dulce, delicada, y que aún después de tanto tiempo seguía siendo absurdamente familiar. Umikiba Kaido yacía de espaldas a la mujer que había sido escupida por las sombras. Aún así, su larga cabellera que se meneaban como olas de mar y su distintiva piel azul era suficiente para confirmar las sospechas de Ayame. El tiburón se mantuvo inamovible como una estatua y no parpadeó hasta que el propio Akame, en un destello de instinto de preservación decidió no dar vida al fuego de las sospechas que ahora abrazaba el cuerpo endeble y tembloroso de la guardiana. El gyojin asintió en silencio, mientras su nuevo aliado se perdía en los confines de la noche, dejándolo en soledad para enfrentar lo inevitable... a su pasado tocándole ahora a él la puerta. Una puerta que escondía recuerdos que debía afrontar y cercenar de raíz tarde o temprano.
Un giro lento y vertiginoso le obligó finalmente a mostrar su verdadero rostro. Era él. Era Kaido. Más alto, más musculado, más fuerte. Con un tatuaje tribal de dragón alado adornándole el brazo, y cuya tinta escondía los efectos de un poderoso jutsu que ahora mismo estaba trabajando a toda marcha para ahogar los pocos vestigios del verdadero Kaido que aún quedaban remanentes en su más profundo subconsciente. Pero con los mismos ojos de bestia asesina y con su distintiva sonrisa ponzoñosa y afilada.
Algunas cosas no cambiaban.
Como la debilidad de Ayame. Siempre sorprendida. Siempre inoportuna. Siempre llorando. Débil. Débil. Débil.
—Hola, prima. Cuánto tiempo —añadió de la forma más casual del mundo—. mírate, has crecido mucho. Eres toda una señorita ahora —le mintió descaradamente, haciendo uso de la nostalgia para sopesar la posibilidad de que las razones por las que estuviera vivo, de alguna forma, tengan una explicación—. una señorita impertinente, desde luego. ¿No te han enseñado a no meter las narices donde no te llaman, eh, pequeña estúpida? ¡Ese que se piró era el jodido santo grial de Tanzaku! y has hecho que lo pierda de vista. ¡Puta! —un paso atrás. Luego otro. Al ritmo de la intensa respiración de su antigua amiga—. hoy seguirás con vida por una cuestión de cortesía. Llamémoslo un comodín por los viejos tiempos. Que te quede claro que no habrá una próxima. Díselo a la zorra de Yui y a todas sus alimañas.
Un sello, y las últimas palabras, retoñas de una amistad quebrada de forma definitiva. De los últimos lazos que le unían a Amegakure quemándose por el aliento del dragón.
»Diles que Dragón Rojo está más vivo que nunca!
Un giro lento y vertiginoso le obligó finalmente a mostrar su verdadero rostro. Era él. Era Kaido. Más alto, más musculado, más fuerte. Con un tatuaje tribal de dragón alado adornándole el brazo, y cuya tinta escondía los efectos de un poderoso jutsu que ahora mismo estaba trabajando a toda marcha para ahogar los pocos vestigios del verdadero Kaido que aún quedaban remanentes en su más profundo subconsciente. Pero con los mismos ojos de bestia asesina y con su distintiva sonrisa ponzoñosa y afilada.
Algunas cosas no cambiaban.
Como la debilidad de Ayame. Siempre sorprendida. Siempre inoportuna. Siempre llorando. Débil. Débil. Débil.
—Hola, prima. Cuánto tiempo —añadió de la forma más casual del mundo—. mírate, has crecido mucho. Eres toda una señorita ahora —le mintió descaradamente, haciendo uso de la nostalgia para sopesar la posibilidad de que las razones por las que estuviera vivo, de alguna forma, tengan una explicación—. una señorita impertinente, desde luego. ¿No te han enseñado a no meter las narices donde no te llaman, eh, pequeña estúpida? ¡Ese que se piró era el jodido santo grial de Tanzaku! y has hecho que lo pierda de vista. ¡Puta! —un paso atrás. Luego otro. Al ritmo de la intensa respiración de su antigua amiga—. hoy seguirás con vida por una cuestión de cortesía. Llamémoslo un comodín por los viejos tiempos. Que te quede claro que no habrá una próxima. Díselo a la zorra de Yui y a todas sus alimañas.
Un sello, y las últimas palabras, retoñas de una amistad quebrada de forma definitiva. De los últimos lazos que le unían a Amegakure quemándose por el aliento del dragón.
»Diles que Dragón Rojo está más vivo que nunca!