11/04/2019, 08:46
(Última modificación: 11/04/2019, 13:15 por Aotsuki Ayame. Editado 4 veces en total.)
Fue la silueta de Calabaza, la silueta de Uchiha Akame, la que se volvió hacia ella en primer lugar. Ayame ahogó una exclamación de sorpresa cuando distinguió el terrorífico brillo de dos orbes del color de la sangre observándola en la oscuridad. Apartó instantáneamente la mirada, sin dejar de temblar.
—Te veo donde antes —le oyó decir, y su voz ya no era la voz rota y débil de un pobre y atemorizado indigente que vivía de la calle.
—¡No, esp...! —quiso decir Ayame, extendiendo el brazo hacia delante en un ridículo amago de alcanzarle.
Pero el antiguo Profesional se diluyó entre las sombras del callejón.
Y Ayame se quedó a solas con un viejo amigo. Umikiba Kaido se giró hacia ella, y Ayame contuvo la respiración al ver el fantasma de un compañero al que había creído muerto hasta entonces. Seguía igual que siempre, aunque más crecido y más musculado. Lo más notorio; sin embargo, era el tatuaje tribal que lucía en uno de aquellos poderosos brazos: un dragón cuyos ojos parecían atravesarle el alma. Kaido esbozó una sonrisa... Pero no era aquella sonrisa socarrona suya, comprendió Ayame enseguida, aquella era una sonrisa afilada, cargada de malicia. Era la verdadera sonrisa de un tiburón.
—Hola, prima. Cuánto tiempo. —Al contrario que Akame, Kaido la habló. Y Ayame quiso acercarse a él, pero había algo en su instinto que le impedía hacerlo—. Mírate, has crecido mucho. Eres toda una señorita ahora.
Ya estaba. Ahora es cuando Kaido la calmaría diciéndole que seguía con ellos, que seguía en su misión de infiltración y que por alguna razón no había podido volver a entrar en contacto con Amegakure. Y Ayame desearía poder creerle, aunque todas las pruebas estaban apuntando en su contra. Pero...
—Una señorita impertinente, desde luego. ¿No te han enseñado a no meter las narices donde no te llaman, eh, pequeña estúpida? ¡Ese que se piró era el jodido santo grial de Tanzaku! Y has hecho que lo pierda de vista. ¡Puta! —Kaido empezó a retroceder. Un paso. Luego otro. Y Ayame fue incapaz de seguirle, paralizada en el sitio como estaba sin comprender qué era lo que estaba pasando—. Hoy seguirás con vida por una cuestión de cortesía. Llamémoslo un comodín por los viejos tiempos. Que te quede claro que no habrá una próxima. Díselo a la zorra de Yui y a todas sus alimañas. —Kaido formuló un sello con una de sus manos, y Ayame supo de inmediato que el Tiburón estaba por desaparecer...—. Diles que Dragón Rojo está más vivo que nunca!
Y con su desaparición, Ayame terminó dejándose caer al suelo de rodillas, temblando sin control. Acababa de reencontrarse con dos personas a las que creía muertas. Una de ellas especialmente importante para ella. Kaido... su amigo... su primo... la misma persona que acudió a salvar su vida de las fauces de otros miembros de su mismo clan...
¡Chac!
Algo se acababa de romper dentro de ella. Y dolía. Dolía mucho. Porque Ayame habría preferido que Umikiba Kaido siguiera muerto y seguir recordándole con aquella bravuconería suya a descubrir aquella traición.
Oh, pero si había algo en lo que se equivocaba el Tiburón era en sus pensamientos sobre ella. Porque Ayame tampoco era la misma que conoció. Puede que siguiera siendo tremendamente emocional e impulsiva, pero aquella muchacha había sido obligada a crecer, palo tras palo, hasta convertirse en la kunoichi que era entonces.
La kunoichi que se había guardado el primer As bajo la manga.
Porque Akame y Kaido no habían sido los primeros en abandonar la escena.
2 AO: Creación de un Kage Bunshin y uso del Chisio Kuchiyose para abandonar la escena desde el primer turno.
—Te veo donde antes —le oyó decir, y su voz ya no era la voz rota y débil de un pobre y atemorizado indigente que vivía de la calle.
—¡No, esp...! —quiso decir Ayame, extendiendo el brazo hacia delante en un ridículo amago de alcanzarle.
Pero el antiguo Profesional se diluyó entre las sombras del callejón.
Y Ayame se quedó a solas con un viejo amigo. Umikiba Kaido se giró hacia ella, y Ayame contuvo la respiración al ver el fantasma de un compañero al que había creído muerto hasta entonces. Seguía igual que siempre, aunque más crecido y más musculado. Lo más notorio; sin embargo, era el tatuaje tribal que lucía en uno de aquellos poderosos brazos: un dragón cuyos ojos parecían atravesarle el alma. Kaido esbozó una sonrisa... Pero no era aquella sonrisa socarrona suya, comprendió Ayame enseguida, aquella era una sonrisa afilada, cargada de malicia. Era la verdadera sonrisa de un tiburón.
—Hola, prima. Cuánto tiempo. —Al contrario que Akame, Kaido la habló. Y Ayame quiso acercarse a él, pero había algo en su instinto que le impedía hacerlo—. Mírate, has crecido mucho. Eres toda una señorita ahora.
Ya estaba. Ahora es cuando Kaido la calmaría diciéndole que seguía con ellos, que seguía en su misión de infiltración y que por alguna razón no había podido volver a entrar en contacto con Amegakure. Y Ayame desearía poder creerle, aunque todas las pruebas estaban apuntando en su contra. Pero...
—Una señorita impertinente, desde luego. ¿No te han enseñado a no meter las narices donde no te llaman, eh, pequeña estúpida? ¡Ese que se piró era el jodido santo grial de Tanzaku! Y has hecho que lo pierda de vista. ¡Puta! —Kaido empezó a retroceder. Un paso. Luego otro. Y Ayame fue incapaz de seguirle, paralizada en el sitio como estaba sin comprender qué era lo que estaba pasando—. Hoy seguirás con vida por una cuestión de cortesía. Llamémoslo un comodín por los viejos tiempos. Que te quede claro que no habrá una próxima. Díselo a la zorra de Yui y a todas sus alimañas. —Kaido formuló un sello con una de sus manos, y Ayame supo de inmediato que el Tiburón estaba por desaparecer...—. Diles que Dragón Rojo está más vivo que nunca!
Y con su desaparición, Ayame terminó dejándose caer al suelo de rodillas, temblando sin control. Acababa de reencontrarse con dos personas a las que creía muertas. Una de ellas especialmente importante para ella. Kaido... su amigo... su primo... la misma persona que acudió a salvar su vida de las fauces de otros miembros de su mismo clan...
¡Chac!
Algo se acababa de romper dentro de ella. Y dolía. Dolía mucho. Porque Ayame habría preferido que Umikiba Kaido siguiera muerto y seguir recordándole con aquella bravuconería suya a descubrir aquella traición.
Oh, pero si había algo en lo que se equivocaba el Tiburón era en sus pensamientos sobre ella. Porque Ayame tampoco era la misma que conoció. Puede que siguiera siendo tremendamente emocional e impulsiva, pero aquella muchacha había sido obligada a crecer, palo tras palo, hasta convertirse en la kunoichi que era entonces.
La kunoichi que se había guardado el primer As bajo la manga.
¡¡¡Puuufff!!!
Porque Akame y Kaido no habían sido los primeros en abandonar la escena.
2 AO: Creación de un Kage Bunshin y uso del Chisio Kuchiyose para abandonar la escena desde el primer turno.