17/04/2019, 12:20
(Última modificación: 19/04/2019, 17:02 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Akame bajó la mirada. Las palabras de Kaido enunciaban una verdad que él había entendido también; las Aldeas Ninja eran una gran mentira. «Una fábrica de soldados de usar y tirar que jamás les han importado. Jamás les hemos importado.» Si bien la liberación del Tiburón —podría llamarse también emancipación ninja— se había dado, de acuerdo al propio Kaido, en circunstancias muy distintas, Akame podía ver ciertos paralelismos entre ellos dos. Ambos habían sido ninjas excepcionalmente leales y trabajadores, traicionados por sus Villas —o a punto de en el caso del Gyojin, y a Akame no le costaba creerle— en pos de seguir alimentando el hambre de poder de los Kage y otros shinobis influyentes. Sin embargo, los sucesos tras sus forzados exilios no podían ser más diferentes. Mientras que el Uchiha se había sumergido en un pozo de indigencia, humillaciones y magia azul, Kaido había encontrado su propio lugar en una nueva familia; una que, él aseguraba, no temía a los poderosos sino que los ensalzaba. Que no pagaba el sacrificio con traición, sino con libertad. Que encarnaba, en resumen, todo lo que las Villas no eran capaces.
El Uchiha torció una sonrisa en sus labios y alzó la vista, mirando a Kaido directamente a los ojos. Akame nunca había sido bueno mintiendo y aquella vez no tenía necesidad de hacerlo. Las palabras que pronunció, emanaban de lo más profundo de su espíritu corrompido por el omoide, la culpa y la vergüenza; pero, aun así, había algo en lo que el Uchiha estaba de acuerdo con su contrario azulado...
—Todos necesitamos amigos, Kaido. Morimos solos, pero vivimos entre personas —declaró, con la voz ronca—. Los míos me consideraron un paria, pero ahora... Ahora tengo la oportunidad de demostrar que se equivocaban. ¡Dragón Rojo! —soltó una carcajada seca—. Un grupo de criminales sin mayor oficio ni beneficio. Una junta de asesinos... Una madriguera de ratas. ¿Sabes una cosa, Kaido?
Akame se le acercó un paso, y aunque su actitud no transmitía nada hostil, era evidente por su voz que parecía un volcán a punto de explotar.
—Alguien de Sekiryuu me arrebató algo muy, muy preciado para mí —le confesó, con un hilo de voz, mientras le temblaban las manos—. ¿Por... casualidad tú... Sabrás de quién te hablo? Su nombre es... Cof, cof... Su nombre es Katame. ¿Lo conoces, Kaido? Porque, en ese caso, tengo que confesarte... Que tengo muchas ganas de matarle.
El Uchiha torció una sonrisa en sus labios y alzó la vista, mirando a Kaido directamente a los ojos. Akame nunca había sido bueno mintiendo y aquella vez no tenía necesidad de hacerlo. Las palabras que pronunció, emanaban de lo más profundo de su espíritu corrompido por el omoide, la culpa y la vergüenza; pero, aun así, había algo en lo que el Uchiha estaba de acuerdo con su contrario azulado...
—Todos necesitamos amigos, Kaido. Morimos solos, pero vivimos entre personas —declaró, con la voz ronca—. Los míos me consideraron un paria, pero ahora... Ahora tengo la oportunidad de demostrar que se equivocaban. ¡Dragón Rojo! —soltó una carcajada seca—. Un grupo de criminales sin mayor oficio ni beneficio. Una junta de asesinos... Una madriguera de ratas. ¿Sabes una cosa, Kaido?
Akame se le acercó un paso, y aunque su actitud no transmitía nada hostil, era evidente por su voz que parecía un volcán a punto de explotar.
—Alguien de Sekiryuu me arrebató algo muy, muy preciado para mí —le confesó, con un hilo de voz, mientras le temblaban las manos—. ¿Por... casualidad tú... Sabrás de quién te hablo? Su nombre es... Cof, cof... Su nombre es Katame. ¿Lo conoces, Kaido? Porque, en ese caso, tengo que confesarte... Que tengo muchas ganas de matarle.