18/04/2019, 21:56
(Última modificación: 19/04/2019, 17:02 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Ante tal revelación, el Uchiha no pudo sino bajar la mirada. Parecía confuso, indeciso sobre qué hacer a la luz de esa verdad; era evidente para Kaido, y lo sería para cualquier observador avispado, que Akame no estaba versado en venganzas. Ni en sus cabales, dicho sea de paso. Nunca le habían motivado, nunca había sido partícipe de una. Y sin embargo, la perspectiva de poder cobrarse aquella deuda que ahora nunca podría saldar, le había llenado de gozo durante un instante. Como un niño que aun no hubiera dado sus primeros pasos, el antiguo jōnin parecía perdido. Lo estaba.
—Entiendo —dijo finalmente, con un hilo de voz—. Entiendo...
De repente, Akame se volteó en dirección a la entrada del Club de la Trucha; o más bien, de la taberna que le servía de tapadera. Absorto aun en sus pensamientos, con aire ausente, se dirigió a Kaido señalándole el extremo opuesto del callejón; aquel que la lógica indicaba que debía conducir a la parte trasera del local.
—Hay una puerta trasera, la usan para mover productos y para deshacerse de la basura —le indicó—. Asegúrate de que nadie escape.
Poco a poco, los engranajes se estaban poniendo en movimiento. El plan que estaba a punto de desplegarse no parecía propio del yonqui de Calabaza sino de su anterior versión, una más profesional. Si bien lo que estaba surgiendo de entre las ruinas no era ni uno ni otro, el nuevo Akame no parecía tener reparos en sacarle información útil a Calabaza y usarla en sus propósitos. Aquella era una parte de sí mismo que quería enterrar, quemar, borrar completamente... Pero, para que eso fuese posible, el Club de la Trucha tenía que desaparecer. Junto a todo lo que implicaba.
—Al lío.
Esperando que Kaido seguiría sus indicaciones para cubrir la única otra salida, Akame se encaminó hacia la puerta principal del local. A aquellas horas de la madrugada el lugar estaría a rebosar, con los parroquianos ya bien borrachos o drogados —o ambas—, las prostitutas habituales haciendo su particular Agosto, y el Sargento Tachibana contento con las ganancias.
El momento perfecto.
—Entiendo —dijo finalmente, con un hilo de voz—. Entiendo...
De repente, Akame se volteó en dirección a la entrada del Club de la Trucha; o más bien, de la taberna que le servía de tapadera. Absorto aun en sus pensamientos, con aire ausente, se dirigió a Kaido señalándole el extremo opuesto del callejón; aquel que la lógica indicaba que debía conducir a la parte trasera del local.
—Hay una puerta trasera, la usan para mover productos y para deshacerse de la basura —le indicó—. Asegúrate de que nadie escape.
Poco a poco, los engranajes se estaban poniendo en movimiento. El plan que estaba a punto de desplegarse no parecía propio del yonqui de Calabaza sino de su anterior versión, una más profesional. Si bien lo que estaba surgiendo de entre las ruinas no era ni uno ni otro, el nuevo Akame no parecía tener reparos en sacarle información útil a Calabaza y usarla en sus propósitos. Aquella era una parte de sí mismo que quería enterrar, quemar, borrar completamente... Pero, para que eso fuese posible, el Club de la Trucha tenía que desaparecer. Junto a todo lo que implicaba.
—Al lío.
Esperando que Kaido seguiría sus indicaciones para cubrir la única otra salida, Akame se encaminó hacia la puerta principal del local. A aquellas horas de la madrugada el lugar estaría a rebosar, con los parroquianos ya bien borrachos o drogados —o ambas—, las prostitutas habituales haciendo su particular Agosto, y el Sargento Tachibana contento con las ganancias.
El momento perfecto.