19/04/2019, 16:38
(Última modificación: 19/04/2019, 17:03 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
—¡Ugh! —el Sargento soltó un bufido ahogado cuando, sin previo aviso, aquel ninja criminal le soltó una reverenda patada y lo tiró de espaldas, de vuelta al lugar en llamas del que intentaba escapar. Sus ojos miraron a Marrajo con una mezcla de súplica e incomprensión, ignorantes del plan que se había fraguado entre aquel tipo de dientes de sierra y el pirómano que estaba quemando el Club. Cuando la puerta se cerró, Tachibana trató de incorporarse y alcanzar la ansiada libertad. La salvación. De más está decir que no fue suficiente; su historia acababa esa noche.
Akame contempló su obra magna con los ojos encendidos y una risa que se le atragantaba en la garganta, luchando por salir. El pecho le latía con fuerza, dedicando respiraciones apresuradas a seguir nutriendo de oxígeno aquel cerebro desquiciado. El local entero estaba en llamas junto con sus ocupantes, que pugnaban por salir y librarse de aquel infierno. Ni uno solo debía escapar. El Club de la Trucha quedaría reducido a cenizas aquella noche, y Calabaza el yonqui moriría con él; no era un compañero de viaje que Akame pudiera llevar al lugar al que se dirigía.
El Uchiha esperó, con el aire fresco de la noche dándole en el rostro. Estaba apoyado sobre la pared, junto a la puerta principal del local. La había atrancado desde fuera y, aunque terminaría ardiendo, la gruesa madera le daría el tiempo suficiente para asegurarse de que el Club de la Trucha quedaría destruido, y de que ninguno de los parroquianos escaparía con vida. Las implicaciones de aquello podrían trastornar los códigos éticos y morales de cualquier persona cabal, pues en pos de un objetivo individual, mucha gente que nada había tenido que ver con su caída en desgracia y evolución en Calabaza iba a morir. «Grandes metas exigen grandes sacrificios», se dijo Akame. Una enseñanza más de su maestra Kunie.
«Pronto nos volveremos a ver, Kunie-sensei.»
Lo veía claro ahora. El sendero que Kaido le había ofrecido recorrer no era sino una etapa más del viaje. Una cargada de enseñanzas que le moldearían como a un trozo de metal para convertirle en alguien más poderoso de lo que había sido el jōnin Uchiha Akame. Él debía caminar esa senda... Y lo haría.
—Está hecho, Kaido.
El renegado renacido aguardaba a su azul compañero, apoyado en la esquina cercana. Sus ojos seguían refulgiendo con el brillo de la sangre pero su semblante lucía más... Cuerdo. Más tranquilo, más en paz; Akame lo estaba. Mientras el local ardía, él se purgaba.
«Pero todavía queda algo más.»
Se acercó a Kaido y le miró a los ojos.
—Puede que este sitio sea un agujero, pero hay gente en esta ciudad que lo tenía dentro de sus intereses... Al saber que ha quedado reducido a cenizas, buscarán culpables. Ni una sola persona de las que está ahí dentro va a vivir para contarlo, pero aun así, esto no es seguro... Tenemos que airearnos un rato, dejar que el asunto se enfríe —aseguró el Uchiha—. He confiado en ti y me has respondido con la misma moneda, así que creo que no piensas amarrarme mientras duerma y entregarme a Uzushiogakure. A partir de ahí, podemos trabajar juntos.
El Uchiha extendió la mano diestra, con la palma ligeramente hacia arriba. Un apretón que sellaría definitivamente el comienzo de aquella inusual alianza. Su propia Alianza, con Dos partes en lugar de Tres.
—
Akame contempló su obra magna con los ojos encendidos y una risa que se le atragantaba en la garganta, luchando por salir. El pecho le latía con fuerza, dedicando respiraciones apresuradas a seguir nutriendo de oxígeno aquel cerebro desquiciado. El local entero estaba en llamas junto con sus ocupantes, que pugnaban por salir y librarse de aquel infierno. Ni uno solo debía escapar. El Club de la Trucha quedaría reducido a cenizas aquella noche, y Calabaza el yonqui moriría con él; no era un compañero de viaje que Akame pudiera llevar al lugar al que se dirigía.
El Uchiha esperó, con el aire fresco de la noche dándole en el rostro. Estaba apoyado sobre la pared, junto a la puerta principal del local. La había atrancado desde fuera y, aunque terminaría ardiendo, la gruesa madera le daría el tiempo suficiente para asegurarse de que el Club de la Trucha quedaría destruido, y de que ninguno de los parroquianos escaparía con vida. Las implicaciones de aquello podrían trastornar los códigos éticos y morales de cualquier persona cabal, pues en pos de un objetivo individual, mucha gente que nada había tenido que ver con su caída en desgracia y evolución en Calabaza iba a morir. «Grandes metas exigen grandes sacrificios», se dijo Akame. Una enseñanza más de su maestra Kunie.
«Pronto nos volveremos a ver, Kunie-sensei.»
Lo veía claro ahora. El sendero que Kaido le había ofrecido recorrer no era sino una etapa más del viaje. Una cargada de enseñanzas que le moldearían como a un trozo de metal para convertirle en alguien más poderoso de lo que había sido el jōnin Uchiha Akame. Él debía caminar esa senda... Y lo haría.
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—Está hecho, Kaido.
El renegado renacido aguardaba a su azul compañero, apoyado en la esquina cercana. Sus ojos seguían refulgiendo con el brillo de la sangre pero su semblante lucía más... Cuerdo. Más tranquilo, más en paz; Akame lo estaba. Mientras el local ardía, él se purgaba.
«Pero todavía queda algo más.»
Se acercó a Kaido y le miró a los ojos.
—Puede que este sitio sea un agujero, pero hay gente en esta ciudad que lo tenía dentro de sus intereses... Al saber que ha quedado reducido a cenizas, buscarán culpables. Ni una sola persona de las que está ahí dentro va a vivir para contarlo, pero aun así, esto no es seguro... Tenemos que airearnos un rato, dejar que el asunto se enfríe —aseguró el Uchiha—. He confiado en ti y me has respondido con la misma moneda, así que creo que no piensas amarrarme mientras duerma y entregarme a Uzushiogakure. A partir de ahí, podemos trabajar juntos.
El Uchiha extendió la mano diestra, con la palma ligeramente hacia arriba. Un apretón que sellaría definitivamente el comienzo de aquella inusual alianza. Su propia Alianza, con Dos partes en lugar de Tres.