19/04/2019, 17:57
(Última modificación: 19/04/2019, 17:57 por Umikiba Kaido.)
—Larguémonos de este estercolero —asintió, con una media sonrisa. Sin embargo, luego añadió algo—. Tenemos que hacer una... Parada obligatoria antes. Tengo que reabastecerme.
Kaido asintió, echándole un último vistazo a la pira en la que se había convertido el club de la Trucha. Bien. Merecido. Todo aquél que le hiciera mofa a su subespecie se lo merecía.
Pegó la vuelta y comenzó a andar junto a su nuevo y recién adquirido aliado. Eran Kaido, el Tiburón; y Uchiha Akame.
El gyojin aguardaba ansioso a las afueras del edificio. Akame le había llevado hasta su dirección después de fraguarse un buen número de cruces a lo largo de la ciudad, donde Kaido no tuvo más remedio que seguirlo a ciegas. La manera en la que su colega se movía por las pútridas calles de los barrios más pobres de Tanzaku Gai era digna de un oriundo. Calabaza había convertido el estiercolero en su hogar.
Pero con la muerte de Calabaza, no tenía caso seguir allí. Y tampoco tenía caso abandonarla luciendo como el pordiosero que fingió ser durante mucho tiempo por su propia seguridad.
Entrar y salir del edificio de tres plantas supuso ser el cambio trascendental que culminaría el renacer de Uchiha Akame. Quien salió de ahí no era un yonqui sucio y desaliñado, sino más bien el reflejo del Profesional que una vez se jactó ser. Aún olía mal, pero el conjunto que dignificaba ligeramente su figura le había convertido en un tipo con el que se podía estar. Kaido le echó un ojo, sin embargo, a la espada larga que reposaba en su espalda.
—Un retorno triunfal, en efecto. Bienvenido a la vida, Uchiha Akame —concluyó, a modo de bautizo.
Luego contempló el proceso durante el cuál el Uchiha envolvió su rostro en vendas. Querría haber preguntado el cómo se había calcinado gran parte del rostro, pero asumió que era una información que tendrían que compartirse en otro momento.
—Tengo que ir a buscar una última cosa.
—Mueve el culo —dijo, esnifando a aire como lo haría un depredador—. la guardia de la ciudad empezará a moverse pronto.
Kaido asintió, echándole un último vistazo a la pira en la que se había convertido el club de la Trucha. Bien. Merecido. Todo aquél que le hiciera mofa a su subespecie se lo merecía.
Pegó la vuelta y comenzó a andar junto a su nuevo y recién adquirido aliado. Eran Kaido, el Tiburón; y Uchiha Akame.
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El gyojin aguardaba ansioso a las afueras del edificio. Akame le había llevado hasta su dirección después de fraguarse un buen número de cruces a lo largo de la ciudad, donde Kaido no tuvo más remedio que seguirlo a ciegas. La manera en la que su colega se movía por las pútridas calles de los barrios más pobres de Tanzaku Gai era digna de un oriundo. Calabaza había convertido el estiercolero en su hogar.
Pero con la muerte de Calabaza, no tenía caso seguir allí. Y tampoco tenía caso abandonarla luciendo como el pordiosero que fingió ser durante mucho tiempo por su propia seguridad.
Entrar y salir del edificio de tres plantas supuso ser el cambio trascendental que culminaría el renacer de Uchiha Akame. Quien salió de ahí no era un yonqui sucio y desaliñado, sino más bien el reflejo del Profesional que una vez se jactó ser. Aún olía mal, pero el conjunto que dignificaba ligeramente su figura le había convertido en un tipo con el que se podía estar. Kaido le echó un ojo, sin embargo, a la espada larga que reposaba en su espalda.
—Un retorno triunfal, en efecto. Bienvenido a la vida, Uchiha Akame —concluyó, a modo de bautizo.
Luego contempló el proceso durante el cuál el Uchiha envolvió su rostro en vendas. Querría haber preguntado el cómo se había calcinado gran parte del rostro, pero asumió que era una información que tendrían que compartirse en otro momento.
—Tengo que ir a buscar una última cosa.
—Mueve el culo —dijo, esnifando a aire como lo haría un depredador—. la guardia de la ciudad empezará a moverse pronto.