19/04/2019, 18:14
Akame dio un largo vistazo a Kaido.
—Amén a eso.
Luego se apresuró a retomar el camino. El Tiburón estaba en lo cierto, un incendio como el que habían provocado atraería inevitablemente la atención tanto del Dedo Amarillo —los custodios oficiosos de aquella zona que comprendía apenas unas cuantas cuadras de la gigantesca ciudad— como de la guardia patrullera del Daimyō, quienes apenas asomaban el morro por ese barrio cuando era inevitable hacerlo. Como en esa ocasión, en la que la columna de humo se alzaba al cielo nocturno y las llamas debían ser visibles incluso desde el palacio del propio regente. «Que arda, joder. Que arda todo.» Como un Fénix, él había renacido de esas llamas.
El viaje por los callejones deprimidos y mal iluminados se reanudó, pero esa vez, el recorrido fue mucho más corto. Apenas unos minutos bastaron para que la pareja abandonara aquel barrio de mala muerte en pos de dirigirse hacia la zona más comercial de Tanzaku; aun sin llegar a internarse en ella. Los edificios a su alrededor iban mejorando en aspecto sensiblemente, ya no eran esqueletos derruidos y poblados de yonquis, delincuentes y demás, que como hormigas los recorrían y se asomaban por sus agujeros, sino que ahora algunos incluso parecían poder ofrecer una vivienda digna a sus habitantes. Akame se detuvo junto a una vía de servicio repleta de tachos de basura y contenedores, un lugar en el que los restaurantes y comercios de alrededor tiraban sus desperdicios. El hogar de Calabaza.
—Es aquí...
El Uchiha se adentró en la vía con pasos dubitativos, hasta llegar a los linderos de unos cuantos cartones dispuestos en el suelo de forma inteligente para ofrecer un mínimo cobijo a una persona no muy grande. Sobre el propio suelo había dispuesto otro cartón, y a su lado, una manta mugrienta. Una cajita contenía las pocas posesiones que Calabaza había conservado de su anterior vida, y alrededor se podían ver toda clase de desperdicios; entre ellos, un papel de hamburguesa y una lata vacía de Amecola. Akame se agachó sobre aquel nido de recuerdos que olía muy mal, y sus manos temblaron cuando abrió la cajita.
De ella tomó una pluma azul muy brillante, sorprendentemente limpia y bonita. Era como una flor que, por algún extraño motivo, había crecido entre la basura; en un lugar que no le correspondía. El Uchiha la observó con ojos vidriosos antes de tomarla con ambas manos y apretarla contra su pecho. Luego se incorporó, colocándose la pluma entre algunos de sus vendajes, sobre la oreja izquierda.
—Ahora sí. Vámonos, Kaido.
A partir de ese momento, sería el Gyojin quien llevase la voz cantante; al fin y al cabo, él era el Dragón, y el destino de ambos se ubicaba en su madriguera, allá por las lejanas tierras de Mizu no Kuni.
—Amén a eso.
Luego se apresuró a retomar el camino. El Tiburón estaba en lo cierto, un incendio como el que habían provocado atraería inevitablemente la atención tanto del Dedo Amarillo —los custodios oficiosos de aquella zona que comprendía apenas unas cuantas cuadras de la gigantesca ciudad— como de la guardia patrullera del Daimyō, quienes apenas asomaban el morro por ese barrio cuando era inevitable hacerlo. Como en esa ocasión, en la que la columna de humo se alzaba al cielo nocturno y las llamas debían ser visibles incluso desde el palacio del propio regente. «Que arda, joder. Que arda todo.» Como un Fénix, él había renacido de esas llamas.
El viaje por los callejones deprimidos y mal iluminados se reanudó, pero esa vez, el recorrido fue mucho más corto. Apenas unos minutos bastaron para que la pareja abandonara aquel barrio de mala muerte en pos de dirigirse hacia la zona más comercial de Tanzaku; aun sin llegar a internarse en ella. Los edificios a su alrededor iban mejorando en aspecto sensiblemente, ya no eran esqueletos derruidos y poblados de yonquis, delincuentes y demás, que como hormigas los recorrían y se asomaban por sus agujeros, sino que ahora algunos incluso parecían poder ofrecer una vivienda digna a sus habitantes. Akame se detuvo junto a una vía de servicio repleta de tachos de basura y contenedores, un lugar en el que los restaurantes y comercios de alrededor tiraban sus desperdicios. El hogar de Calabaza.
—Es aquí...
El Uchiha se adentró en la vía con pasos dubitativos, hasta llegar a los linderos de unos cuantos cartones dispuestos en el suelo de forma inteligente para ofrecer un mínimo cobijo a una persona no muy grande. Sobre el propio suelo había dispuesto otro cartón, y a su lado, una manta mugrienta. Una cajita contenía las pocas posesiones que Calabaza había conservado de su anterior vida, y alrededor se podían ver toda clase de desperdicios; entre ellos, un papel de hamburguesa y una lata vacía de Amecola. Akame se agachó sobre aquel nido de recuerdos que olía muy mal, y sus manos temblaron cuando abrió la cajita.
De ella tomó una pluma azul muy brillante, sorprendentemente limpia y bonita. Era como una flor que, por algún extraño motivo, había crecido entre la basura; en un lugar que no le correspondía. El Uchiha la observó con ojos vidriosos antes de tomarla con ambas manos y apretarla contra su pecho. Luego se incorporó, colocándose la pluma entre algunos de sus vendajes, sobre la oreja izquierda.
—Ahora sí. Vámonos, Kaido.
A partir de ese momento, sería el Gyojin quien llevase la voz cantante; al fin y al cabo, él era el Dragón, y el destino de ambos se ubicaba en su madriguera, allá por las lejanas tierras de Mizu no Kuni.