19/04/2019, 21:18
(Última modificación: 19/04/2019, 21:19 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
—Hostia… ¡Cómo se nota que llevo más horas trabajando de las que debería! —se excusó, cuando Kincho alzó una mano y le mostró que, efectivamente, la llevaba donde siempre.
—Anda, anda. Si a mí me pareció vérsela en la diestra también. Ya estaba a punto de decir que se había hecho un esguince en la muñeca de tanto meneársela —bromeó Tokore, sin bromear realmente. Sin bromear porque, efectivamente, su mente trabajaba a mil por hora para hacer de muralla ante cualquier amenaza que se echase sobre aquellos dos. Como, por ejemplo, el eterno silencio en el que se sumergía Kaido cada vez que le hablaban.
El cincuentón rio. Tokore rio. Incluso Muñeca rio. El hombre se despidió con un gesto de mano y bajó por las escaleras de piedra que había a la izquierda.
El trío pudo continuar su aventura, primero adentrándose a través de una puerta de acero, pesada y gruesa. Estaban en la zona común. Había un montón de mesas y bancos, todos de piedra y pegados con cemento al suelo. Kaido vio seis bocinas más en el techo, en las esquinas y laterales de la estancia, todas apuntando hacia el interior. Tal y como Comadreja le había dibujado. Justo en la entrada, además, había un botón rojo en la pared, a media altura, con una palabra inscrita encima de lo más reveladora:
Además, al fondo, había unas puertas con los característicos cartelitos de baños. También, al lado, una mesa alargada, al estilo restaurante de tipo bufet, donde, se imaginó Kaido, servirían comida a los presos. Detrás de esta había otra puerta. Posiblemente la cocina o el almacén de comida. Comadreja no había dibujado aquella parte.
Lo que sí había puesto en su croquis era que las habitaciones de los presos masculinos se encontraban a la izquierda. Tokore abrió otra puerta metálica haciendo uso de una llave, y los tres se sumergieron en un larguísimo pasillo que daba a seis celdas, tres a cada lado.
Pero dichas celdas no eran corrientes y normales. No daban espacio para uno o dos reclusos, no. Eran enormes. Con capacidad para, al menos, veinte personas en cada una de ellas. Eso respetando espacios y normativa, claro. Cosa que, allí, no se hacía. Y es que, a golpe de ojo, Kaido pudo contar perfectamente a unos cincuenta o sesenta presos por celda. Todos pegados unos a otros, en futones estrechos y sin apenas espacio para moverse. Cada celda tenía un váter, al fondo, para ser usado. Un váter para cincuenta personas. Abierto, sin ningún tipo de pared para cubrir tus vergüenzas.
Sobra decir que aquello, aparte de incómodo, era insalubre.
Se oían lloros, murmullos, quejidos de fondo. Y apestaba. Vaya si apestaba. A sudor. A mierda. A todo.
Al principio del pasillo, sentado en una silla, un guardia con barba y cabeza rapada dormía a pierna suelta. Sobre él, en la pared, otro botón que ya había visto: de color rojo y con la palabra correctivo inscrita sobre ella. También más bocinas, todas ellas apuntando hacia las celdas pero fuera de ellas, en el pasillo y protegidas por las rejas.
—Anda, anda. Si a mí me pareció vérsela en la diestra también. Ya estaba a punto de decir que se había hecho un esguince en la muñeca de tanto meneársela —bromeó Tokore, sin bromear realmente. Sin bromear porque, efectivamente, su mente trabajaba a mil por hora para hacer de muralla ante cualquier amenaza que se echase sobre aquellos dos. Como, por ejemplo, el eterno silencio en el que se sumergía Kaido cada vez que le hablaban.
El cincuentón rio. Tokore rio. Incluso Muñeca rio. El hombre se despidió con un gesto de mano y bajó por las escaleras de piedra que había a la izquierda.
El trío pudo continuar su aventura, primero adentrándose a través de una puerta de acero, pesada y gruesa. Estaban en la zona común. Había un montón de mesas y bancos, todos de piedra y pegados con cemento al suelo. Kaido vio seis bocinas más en el techo, en las esquinas y laterales de la estancia, todas apuntando hacia el interior. Tal y como Comadreja le había dibujado. Justo en la entrada, además, había un botón rojo en la pared, a media altura, con una palabra inscrita encima de lo más reveladora:
Correctivo
Además, al fondo, había unas puertas con los característicos cartelitos de baños. También, al lado, una mesa alargada, al estilo restaurante de tipo bufet, donde, se imaginó Kaido, servirían comida a los presos. Detrás de esta había otra puerta. Posiblemente la cocina o el almacén de comida. Comadreja no había dibujado aquella parte.
Lo que sí había puesto en su croquis era que las habitaciones de los presos masculinos se encontraban a la izquierda. Tokore abrió otra puerta metálica haciendo uso de una llave, y los tres se sumergieron en un larguísimo pasillo que daba a seis celdas, tres a cada lado.
Pero dichas celdas no eran corrientes y normales. No daban espacio para uno o dos reclusos, no. Eran enormes. Con capacidad para, al menos, veinte personas en cada una de ellas. Eso respetando espacios y normativa, claro. Cosa que, allí, no se hacía. Y es que, a golpe de ojo, Kaido pudo contar perfectamente a unos cincuenta o sesenta presos por celda. Todos pegados unos a otros, en futones estrechos y sin apenas espacio para moverse. Cada celda tenía un váter, al fondo, para ser usado. Un váter para cincuenta personas. Abierto, sin ningún tipo de pared para cubrir tus vergüenzas.
Sobra decir que aquello, aparte de incómodo, era insalubre.
Se oían lloros, murmullos, quejidos de fondo. Y apestaba. Vaya si apestaba. A sudor. A mierda. A todo.
Al principio del pasillo, sentado en una silla, un guardia con barba y cabeza rapada dormía a pierna suelta. Sobre él, en la pared, otro botón que ya había visto: de color rojo y con la palabra correctivo inscrita sobre ella. También más bocinas, todas ellas apuntando hacia las celdas pero fuera de ellas, en el pasillo y protegidas por las rejas.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado