19/04/2019, 23:27
Era curioso. Muy curioso.
El silencio al que se había sumado Kaido era sin duda alguna muy extraño para él. Le gustaba hablar. Le iba bien usando la jodida lengua para sus objetivos, pero esa vez, no podía. No podía. Y eso de alguna forma le convertía en un lastre para ciertas situaciones. Por suerte, reanudado el paso, no volvieron a encontrarse con nadie más. Aquél grupo de infiltrados continuó rumbo hasta la Sala Común.
Era amplia, atenuada con mesas de cemento y bancos que funcionaban como el área en el que los presos podían probablemente recrearse durante márgenes de tiempo cortos. Lo que le saltó a los ojos no obstante fue el área tras la barra donde repartían la comida y que servía de bufet, pues Comadreja no había atinado con aquella zona al dibujar el croquis. Imaginó que se trataba de la cocina, y que quizás, sólo quizás, podría haber alguna salida alternativa por ahí. Lo que también le llamó la atención fue el botón rojo con la palabra correctivo. ¿Acaso ese botón estaba conectado a las bocinas, y de alguna forma estaban dispuestas en toda la cárcel no para alertar fugas, sino para controlar a los presos de forma masiva como un silbato gigante?
Esperaba no tener que averiguarlo.
Kincho mantuvo las distancias de Tokore y le pidió a Muñeca lo mismo. No podían lucir tan juntos y, desde luego, resultaría bastante sospechoso que anduviesen por las zonas comunes cogidos de la mano como tres putos críos de colegio.
Tokore fue la primera en introducirse a los dormitorios masculinos. Kaido le siguió poco después, adentrándose de lleno al amplio pasillo que le mostró por primera vez la realidad de una cárcel subterránea.
Eran séis celdas, tres de cada lado. Pero más que celdas, eran habitáculos multitudinarios donde vivían cientos de presos al unísono. Compartiendo el aire pútrido que expedía el aroma concentrado de sudor y heces. Kincho arrugó la nariz, impactado por el poder del olor, tratando de no sufrir ninguna arcada.
Le hizo un gesto a Tokore con la mano: manos a la obra.
Por ser el que no podía hablar, Kaido decidió peinar el ala derecha del pasillo con su linterna de bolsillo. Celda por celda, fue iluminando de forma tenue a los presos para ver si vislumbraba a alguno que coincidiera con la descripción que Gabbra Takuya les había dado de Razaro y que él, al mismo tiempo, había compartido con Tokore y Masumi.
El silencio al que se había sumado Kaido era sin duda alguna muy extraño para él. Le gustaba hablar. Le iba bien usando la jodida lengua para sus objetivos, pero esa vez, no podía. No podía. Y eso de alguna forma le convertía en un lastre para ciertas situaciones. Por suerte, reanudado el paso, no volvieron a encontrarse con nadie más. Aquél grupo de infiltrados continuó rumbo hasta la Sala Común.
Era amplia, atenuada con mesas de cemento y bancos que funcionaban como el área en el que los presos podían probablemente recrearse durante márgenes de tiempo cortos. Lo que le saltó a los ojos no obstante fue el área tras la barra donde repartían la comida y que servía de bufet, pues Comadreja no había atinado con aquella zona al dibujar el croquis. Imaginó que se trataba de la cocina, y que quizás, sólo quizás, podría haber alguna salida alternativa por ahí. Lo que también le llamó la atención fue el botón rojo con la palabra correctivo. ¿Acaso ese botón estaba conectado a las bocinas, y de alguna forma estaban dispuestas en toda la cárcel no para alertar fugas, sino para controlar a los presos de forma masiva como un silbato gigante?
Esperaba no tener que averiguarlo.
Kincho mantuvo las distancias de Tokore y le pidió a Muñeca lo mismo. No podían lucir tan juntos y, desde luego, resultaría bastante sospechoso que anduviesen por las zonas comunes cogidos de la mano como tres putos críos de colegio.
Tokore fue la primera en introducirse a los dormitorios masculinos. Kaido le siguió poco después, adentrándose de lleno al amplio pasillo que le mostró por primera vez la realidad de una cárcel subterránea.
Eran séis celdas, tres de cada lado. Pero más que celdas, eran habitáculos multitudinarios donde vivían cientos de presos al unísono. Compartiendo el aire pútrido que expedía el aroma concentrado de sudor y heces. Kincho arrugó la nariz, impactado por el poder del olor, tratando de no sufrir ninguna arcada.
Le hizo un gesto a Tokore con la mano: manos a la obra.
Por ser el que no podía hablar, Kaido decidió peinar el ala derecha del pasillo con su linterna de bolsillo. Celda por celda, fue iluminando de forma tenue a los presos para ver si vislumbraba a alguno que coincidiera con la descripción que Gabbra Takuya les había dado de Razaro y que él, al mismo tiempo, había compartido con Tokore y Masumi.