23/04/2019, 00:36
Kaido asintió afirmativamente cuando Akame indagó acerca de en dónde estaban aposentados los caudillos de Shaneji. Aquél barco que en su momento les recogió a él y a su hermano de clan mientras volvían de la Villa de las Aguas Termales, días antes de que Kaido se bautizara como un Dragón Rojo. La barcaza que alguna vez sirvió para transportar especias desde distintos puertos ahora camuflaba las actividades ilícitas de la organización. Ese era su destino.
Dos días y dos noches. Fue ese el tiempo que les había tomado trazar ruta desde aquél punto inhóspito del País del Fuego hasta el puente Kannabi. Akame y Kaido se sumieron a través del territorio del Remolino, pasando por Minori y continuando en línea recta a lo largo de los tupidos bosques de la Hoja para camuflarse con el entorno, tratando de evitar a toda costa cruzar por el Valle del Fin. De más está decir que no tuvieron ningún contratiempo y/o percance, más allá del desgaste físico que supuso no parar a descansar en algún motelucho decente de algún pueblo. Para la situación que les agobiaba como renegados, lo mejor era mantener el perfil tan bajo como fuera posible. Al menos hasta alcanzar la seguridad de Hibakari.
El enorme paso de piedra pedrusca recibía en la nocturnidad a los dos criminales. Perturbaba al silencio de la noche los cánticos de algún animal de la noche, y el bramar del río bajo los cimientos del puente cuyos nudos eran potentes y formaban poderosas corrientes de agua.
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Dos días y dos noches. Fue ese el tiempo que les había tomado trazar ruta desde aquél punto inhóspito del País del Fuego hasta el puente Kannabi. Akame y Kaido se sumieron a través del territorio del Remolino, pasando por Minori y continuando en línea recta a lo largo de los tupidos bosques de la Hoja para camuflarse con el entorno, tratando de evitar a toda costa cruzar por el Valle del Fin. De más está decir que no tuvieron ningún contratiempo y/o percance, más allá del desgaste físico que supuso no parar a descansar en algún motelucho decente de algún pueblo. Para la situación que les agobiaba como renegados, lo mejor era mantener el perfil tan bajo como fuera posible. Al menos hasta alcanzar la seguridad de Hibakari.
El enorme paso de piedra pedrusca recibía en la nocturnidad a los dos criminales. Perturbaba al silencio de la noche los cánticos de algún animal de la noche, y el bramar del río bajo los cimientos del puente cuyos nudos eran potentes y formaban poderosas corrientes de agua.