23/04/2019, 21:32
Dos días y dos noches. Fue ese el tiempo en el que Akame y Calabaza pudieron convivir amistosamente dentro del mismo cuerpo. El Uchiha se había agenciado una cajetilla de tabaco en un hostal de mierda en el que habían pasado la primera noche, en un vano intento por sustituir una adicción por otra vieja confiable. El plan falló estrepitosamente, como un río bravo arrollaría al pobre dique que no es capaz de contenerlo, y el mono de omoide se fue manifestando cada vez más violentamente en el renegado. Primero fue un tembleque descontrolado de sus manos, labios y párpados, que le hacía parecer un loco de manual. Luego sequedad de la boca, tanta que casi no era capaz de comer y debía beber agua continuamente para saciarse. Finalmente, dolores de las articulaciones y la cabeza, su cuerpo protestando ante el repentino ayuno de magia azul al que le estaba sometiendo.
Huelga decir que mantener una apariencia mínimamente discreta le costó tanto esfuerzo que Akame creyó que ni siquiera entrenando sus mejores técnicas había sufrido tanto. Cuando por fin divisaron la silueta del Puente Kannabi más adelante en el camino, ya al amparo de la noche, el Uchiha se echó a un lado y salió del sendero.
—K... K... Kaido, v... ven. Rápido...
Caminó con paso errático y dificultoso —su estado físico era deplorable llegados a ese punto—, buscando la cobertura que la densa foresta podía ofrecerles para no ser importunados por presencias indiscretas. Cuando creyó que estaban lo suficientemente ocultos y lejos del camino principal, Akame sacó del portaobjetos de su cintura un par de esposas supresoras de chakra y una bobina de hilo ninja. Miró ambos objetos, luego al árbol que tenía al lado, y luego a Kaido. «No tengo otra opción...»
—Ppp... Ponme las... Putas esposas —pidió, ofreciéndole el artilugio a su compañero—. Y luego á... á... á... —los dientes le castañeteaban como si tuviera fiebre, y le costó pronunciar cada palabra—. Átame a ese árbol y... y... no me desates hasta que s... s... salga el Sol en la mañana. ¿Lo... L... Lo entiendes? Da igg... igual lo que te diga, amord... d... dázame si hace falta. Pero no me desates.
Sus ojos, hundidos en las cuencas y surcados de unas ojeras moradas dignas del mejor jinchuuriki del Shukaku, escudriñaron a Kaido con ansiedad.
Huelga decir que mantener una apariencia mínimamente discreta le costó tanto esfuerzo que Akame creyó que ni siquiera entrenando sus mejores técnicas había sufrido tanto. Cuando por fin divisaron la silueta del Puente Kannabi más adelante en el camino, ya al amparo de la noche, el Uchiha se echó a un lado y salió del sendero.
—K... K... Kaido, v... ven. Rápido...
Caminó con paso errático y dificultoso —su estado físico era deplorable llegados a ese punto—, buscando la cobertura que la densa foresta podía ofrecerles para no ser importunados por presencias indiscretas. Cuando creyó que estaban lo suficientemente ocultos y lejos del camino principal, Akame sacó del portaobjetos de su cintura un par de esposas supresoras de chakra y una bobina de hilo ninja. Miró ambos objetos, luego al árbol que tenía al lado, y luego a Kaido. «No tengo otra opción...»
—Ppp... Ponme las... Putas esposas —pidió, ofreciéndole el artilugio a su compañero—. Y luego á... á... á... —los dientes le castañeteaban como si tuviera fiebre, y le costó pronunciar cada palabra—. Átame a ese árbol y... y... no me desates hasta que s... s... salga el Sol en la mañana. ¿Lo... L... Lo entiendes? Da igg... igual lo que te diga, amord... d... dázame si hace falta. Pero no me desates.
Sus ojos, hundidos en las cuencas y surcados de unas ojeras moradas dignas del mejor jinchuuriki del Shukaku, escudriñaron a Kaido con ansiedad.