26/04/2019, 03:48
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Kaido tenía los ojos cerrados. Estaba recostado en el árbol contiguo, frente a Akame; que transitó en soledad una insaciable sed que le llevó finalmente a perder el control tres horas después. Una rabia insana y los deseos más primitivos de su cuerpo controlaron sus acciones, y su lengua. Insulto tras insulto, la sonrisa del tiburón se ensanchaba con mayor esplendor en aquél rostro socarrón que tenía el hijoputa.
—¿Un poco más de qué, Akame? —sacó una bolsita de su portaobjetos—. ¿hablas de ésto?
Su contenido era azul. Kaido la abrió, contorsionó la boca en una gran "O" y empezó a echar pequeños trocitos de la pasta al suelo.
—No lo necesitas —vacío la bolsita y echó tierra sobre el omoide—. dejaste a Calabaza en Tanzaku. Recuérdalo.