27/04/2019, 01:14
La aguda melodía del silbato causó, cual efecto dominó; la caída de todos los presos alborotados. Uno tras otro, en cadena, despotricándose en el suelo como ratas adoloridas por algún gusanillo interno, soltando quejidos inhumanos que evidenciaban su dolor. Los más lejanos se conglomeraban en las paredes aledañas tratando de abandonar el radio del efecto del corrector, para así escapar del jodido castigo.
Kincho dejó de soplar única y exclusivamente cuando Tokore convenció al otro guardia —ya despierto—. de que tocase la alarma general, aquella que probablemente se emitiría por las numerosas bocinas repartidas a lo largo y ancho de la cárcel...
... y así fue.
Ese botón no conocía de rangos. Todos los presos eran susceptibles, y todos cayeron como moscas.
Era ahora o nunca.
«Venga, hijo de perra; dónde mierda te has metido»
Con ojo crítico, el gyojin anduvo por sobre los cuerpos, rebuscándose cada vez que alguno quisiera sujetarle algo. Lo crucial era acercarse lo suficiente hasta el epicentro de la pelea, donde se inició el conato de sublevación de los presos, y en dónde tendría que estar Razaro. Pero sin una imagen clara de cómo lucía realmente ese hombre más allá de las vagas descripciones que le dio el noble, Kaido no tenía más opción que confiar en sus instintos de cazador y pillar al tipo correcto.
Tendría que ser uno ensangrentado, con suerte.
Kincho dejó de soplar única y exclusivamente cuando Tokore convenció al otro guardia —ya despierto—. de que tocase la alarma general, aquella que probablemente se emitiría por las numerosas bocinas repartidas a lo largo y ancho de la cárcel...
... y así fue.
Ese botón no conocía de rangos. Todos los presos eran susceptibles, y todos cayeron como moscas.
Era ahora o nunca.
«Venga, hijo de perra; dónde mierda te has metido»
Con ojo crítico, el gyojin anduvo por sobre los cuerpos, rebuscándose cada vez que alguno quisiera sujetarle algo. Lo crucial era acercarse lo suficiente hasta el epicentro de la pelea, donde se inició el conato de sublevación de los presos, y en dónde tendría que estar Razaro. Pero sin una imagen clara de cómo lucía realmente ese hombre más allá de las vagas descripciones que le dio el noble, Kaido no tenía más opción que confiar en sus instintos de cazador y pillar al tipo correcto.
Tendría que ser uno ensangrentado, con suerte.