27/04/2019, 23:49
—¿¡Dar la alerta!? ¡Creo que ya se van a enterar por ellos mismos! —chilló, mientras corría hacia la salida y se abalanzaba sobre la puerta como un topo en su madriguera. No es como si una horda de presos pasase desapercibida, precisamente.
En la otra punta del comedor, en el lado derecho, se abrió la puerta que daba acceso a las celdas femeninas.
—¿Qué coño está…? —Era una guardia. Una mujer de unos cuarenta años que no pudo terminar la frase. No por la sorpresa, sino porque el pequeño grupito que se había separado de la horda para ir en su dirección la aplastó a puñetazos y patadas. Un hombro gordo y fuerte le tomó de la cabeza cuando ya estaba semiinconsciente y se la partió contra una esquina. Pronto le despojaron de las armas, así como las llaves, como drogadictos con mono en busca de algo con lo que chutarse.
Muchos de los otros presos, comandados por el hombre de barba roja, escalaron por las paredes y destrozaron las bocinas a puñetazos y golpes coléricos, arrancándolas incluso del muro.
Kaido y el resto atravesaron la puerta que daba a la entrada, sin atrancarla tras ellos ni hacer uso del famoso botón rojo. Dos caminos se habían abierto ante Kaido: el de contener a los presos y apostar por el sigilo; o el de dejar que corriese la sangre y aprovechar el caos.
Pero para un Tiburón, en realidad, solo había una opción. Y es que una vez olía sangre… era ciego al resto. Solo el tiempo diría si había sido la decisión correcta o no.
—¿Qué coño está pasando? —preguntó un ninja de Kusa que se había acercado al escuchar los ruidos, cuando Kaido salió por la puerta junto a Muñeca—. Por Kenzou… ¡AYUUUDAA!
Y es que, tras Kaido, los presos traspasaban la puerta como un torrente de sangre en una arteria abierta. Era imposible taponarle. Era imposible detener la hemorragia.
Tokore tiró de Razaro para meterse en la Sala de Armas.
—¡¡OBAYOMA!! ¡¡ABRE LA JODIDA PUERTA!! —se la oyó gritar, desesperada—. ¡¡ABRE, COOOOÑÑOOOOO!!
¿Le abrirían a tiempo? Y, lo más importante, ¿la cerrarían a tiempo? Un grupo de diez presos la siguieron, conscientes de que, si querían que aquella revuelta tuviese éxito, conseguir las armas de la sala era primordial.
Si Kaido seguía hacia la derecha, por las escaleras de piedra que bajaban al segundo piso, oiría cómo muchos de los presos le seguían.
—¡Acordaos del puto plan! ¡No sirve de nada escapar ahora! ¡LE NECESITAMOS! ¡Es hoy o nunca! ¡HOY O NUNCA!
Un gran portalón cerraba el paso al Tiburón cuando llegó al final de las escaleras. Era de metal, grueso, y con un ventanuco de rejillas por el que se podía ver al otro lado. Un guardia viejo, de unos sesenta años y que tenía toda la pinta que estaba muy, muy cerca del retiro la custodiaba.
—¡Kincho! ¿¡Qué está…?!
¡Fsiuuumm!
----Qu… st.. psn…
Se llevó las manos al cuello, extrañado. Había algo que le impedía hablar. Antes de darse cuenta de qué era, cayó muerto.
Una saeta le había atravesado el gaznate.
El de la barba roja recargó la ballesta. Al menos unos veinte hombres siguieron corriendo escaleras abajo. Uno de ellos, alto y fuerte, armado con un khopesh.
En la otra punta del comedor, en el lado derecho, se abrió la puerta que daba acceso a las celdas femeninas.
—¿Qué coño está…? —Era una guardia. Una mujer de unos cuarenta años que no pudo terminar la frase. No por la sorpresa, sino porque el pequeño grupito que se había separado de la horda para ir en su dirección la aplastó a puñetazos y patadas. Un hombro gordo y fuerte le tomó de la cabeza cuando ya estaba semiinconsciente y se la partió contra una esquina. Pronto le despojaron de las armas, así como las llaves, como drogadictos con mono en busca de algo con lo que chutarse.
Muchos de los otros presos, comandados por el hombre de barba roja, escalaron por las paredes y destrozaron las bocinas a puñetazos y golpes coléricos, arrancándolas incluso del muro.
Kaido y el resto atravesaron la puerta que daba a la entrada, sin atrancarla tras ellos ni hacer uso del famoso botón rojo. Dos caminos se habían abierto ante Kaido: el de contener a los presos y apostar por el sigilo; o el de dejar que corriese la sangre y aprovechar el caos.
Pero para un Tiburón, en realidad, solo había una opción. Y es que una vez olía sangre… era ciego al resto. Solo el tiempo diría si había sido la decisión correcta o no.
—¿Qué coño está pasando? —preguntó un ninja de Kusa que se había acercado al escuchar los ruidos, cuando Kaido salió por la puerta junto a Muñeca—. Por Kenzou… ¡AYUUUDAA!
Y es que, tras Kaido, los presos traspasaban la puerta como un torrente de sangre en una arteria abierta. Era imposible taponarle. Era imposible detener la hemorragia.
Tokore tiró de Razaro para meterse en la Sala de Armas.
—¡¡OBAYOMA!! ¡¡ABRE LA JODIDA PUERTA!! —se la oyó gritar, desesperada—. ¡¡ABRE, COOOOÑÑOOOOO!!
¿Le abrirían a tiempo? Y, lo más importante, ¿la cerrarían a tiempo? Un grupo de diez presos la siguieron, conscientes de que, si querían que aquella revuelta tuviese éxito, conseguir las armas de la sala era primordial.
Si Kaido seguía hacia la derecha, por las escaleras de piedra que bajaban al segundo piso, oiría cómo muchos de los presos le seguían.
—¡Acordaos del puto plan! ¡No sirve de nada escapar ahora! ¡LE NECESITAMOS! ¡Es hoy o nunca! ¡HOY O NUNCA!
Un gran portalón cerraba el paso al Tiburón cuando llegó al final de las escaleras. Era de metal, grueso, y con un ventanuco de rejillas por el que se podía ver al otro lado. Un guardia viejo, de unos sesenta años y que tenía toda la pinta que estaba muy, muy cerca del retiro la custodiaba.
—¡Kincho! ¿¡Qué está…?!
¡Fsiuuumm!
----Qu… st.. psn…
Se llevó las manos al cuello, extrañado. Había algo que le impedía hablar. Antes de darse cuenta de qué era, cayó muerto.
Una saeta le había atravesado el gaznate.
El de la barba roja recargó la ballesta. Al menos unos veinte hombres siguieron corriendo escaleras abajo. Uno de ellos, alto y fuerte, armado con un khopesh.
![[Imagen: ksQJqx9.png]](https://i.imgur.com/ksQJqx9.png)
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado