28/04/2019, 21:21
El cuerpo de Kincho se infló con una inmensa bocanada de aire. Estaba perdiendo la paciencia con cada obstáculo, con cada puerta. Con cada jodida piedra en su camino para ganarse como es debido su escaño en la mesa de los dragones.
Una mujer, que no se había arrancado el puto brazo por coincidencia —ya creía con fervor que, en su vida de criminal, las coincidencias no existían más—. batallaba contra una docena de guardias que, aún al ser mayoría, no se atrevían a derribarla. La visión no le permitía ver de quién se trataba, pero asumía que no era cualquier mujer.
No por nada se encontraba en el segundo piso.
Se acercó a Muñeca y le susurró al oído: «cuéntale lo que está pasando arriba».
Una mujer, que no se había arrancado el puto brazo por coincidencia —ya creía con fervor que, en su vida de criminal, las coincidencias no existían más—. batallaba contra una docena de guardias que, aún al ser mayoría, no se atrevían a derribarla. La visión no le permitía ver de quién se trataba, pero asumía que no era cualquier mujer.
No por nada se encontraba en el segundo piso.
Se acercó a Muñeca y le susurró al oído: «cuéntale lo que está pasando arriba».