29/04/2019, 00:32
(Última modificación: 29/04/2019, 00:38 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
El de la Espiral no dijo nada; apenas podía mantenerse ya en sus propios cabales, asaltado por unos y otros, enemigos internos todos. Presa del mono de omoide y amordazado, se entregó a los brazos del síndrome de abstinencia y apretó los dientes. Aquella noche le tocaba pelear una batalla más.
El Sol le despertó con los primeros rayos de la mañana. Abrió los ojos, que le escocían a horrores, y examinó los alrededores con la curiosidad de un recién nacido; las gotas de rocío se acumulaban en las hojas de los árboles a su alrededor y sobre su cabeza, en la fresca tierra bajo sus piernas. Trató de moverse y supo que todas las extremidades le dolían a horrores —la espalda igual— tras haberse llevado toda la noche atado a aquel árbol por petición expresa. Mientras el amanecer iba coloreando el cielo y la brisa fresca de la mañana le azotaba el rostro, devolviéndole el aliento, Akame se estiró.
«Sigo vivo, un día más...»
Se notaba todavía muy mareado y débil, pero los violentos temblores que le habían sacudido la noche anterior, y la fiebre habían desaparecido. Tenía la boca seca como una sandalia de esparto y ojeras violetas muy pronunciadas, pero se notaba extrañamente más despejado.
—¿Kaido? —llamó, buscando alrededor—. ¡Kaido!
—
El Sol le despertó con los primeros rayos de la mañana. Abrió los ojos, que le escocían a horrores, y examinó los alrededores con la curiosidad de un recién nacido; las gotas de rocío se acumulaban en las hojas de los árboles a su alrededor y sobre su cabeza, en la fresca tierra bajo sus piernas. Trató de moverse y supo que todas las extremidades le dolían a horrores —la espalda igual— tras haberse llevado toda la noche atado a aquel árbol por petición expresa. Mientras el amanecer iba coloreando el cielo y la brisa fresca de la mañana le azotaba el rostro, devolviéndole el aliento, Akame se estiró.
«Sigo vivo, un día más...»
Se notaba todavía muy mareado y débil, pero los violentos temblores que le habían sacudido la noche anterior, y la fiebre habían desaparecido. Tenía la boca seca como una sandalia de esparto y ojeras violetas muy pronunciadas, pero se notaba extrañamente más despejado.
—¿Kaido? —llamó, buscando alrededor—. ¡Kaido!