29/04/2019, 12:33
En silencio, el chico de las vendas fue recogiendo las miguitas de pan que el Dragón le iba soltando en su soliloquio. Sí, podía ser que Akame se hubiera convertido en una lastimosa caricatura de lo que un día fue, pero con cada hora que pasaba limpio, su siempre vivaz intelecto despertaba más y más del largo sueño. Porque si algo había sido Uchiha Akame, y seguía siendo, eso era inteligente; una mente preclara, que hasta el momento de su muerte y resurrección había estado subyugada al mando de otros. «Nunca más.» Así pues, el Uchiha se mantuvo en silencio, con la mirada fija en Kaido, mientras iba formando en su cabeza un paisaje con cada vez más elementos. «Así que son ocho los "cabezas de Dragón". Imagino que se refiere a los líderes de la organización. Por lo que dice, no parece haber nadie por encima de ellos, y jerárquicamente ninguno está por encima de otro.» Pese a todo, Akame mantenía presente que aquel orden aparentemente perfecto que Kaido le estaba contando probablemente distaría mucho de la realidad. En una organización criminal de vulgares asesinos y traficantes, las normas estaban para quebrantarlas; eso se lo había enseñado su pasado como ninja.
—Sí, tienes razón. Será mejor que nos guardemos el secreto por ahora. Entre tú y yo, ¿eh? —respondió el Uchiha, socarrón, y en sus ojos Kaido pudo ver un brillo malicioso.
Luego llegó el esperado momento, claro. Una prueba de lealtad. El escualo, de momento, había demostrado no ser un enemigo y alinearse sin dudas con su compañero exiliado. ¿Sería Akame capaz de hacer lo mismo? Todo apuntaba a que sí.
—¿Quieres pruebas, Kaido? Yo puedo dártelas —respondió—. Uzushiogakure me traicionó. Mi propia Aldea, por la que lo sacrifiqué todo, ¿me oyes? ¡Todo! Me traicionó. Les di mi vida, les di mi lealtad incondicional. Si ellos decían que algo debía ser robado, yo lo robaba. Si ellos decían que alguien debía ser protegido, yo lo protegía. Si ellos decían que había que entregar un mensaje, yo lo entregaba, si había que conseguir información, yo la conseguía... —su mirada se ensombreció—. Si había que aprisionar a un jodido bijuu... Yo lo guardaba. Si ellos decían que alguien tenía que morir, yo lo mataba.
Se dio cuenta de que estaba apretando los puños.
—Todo era una mentira. Cuando decidieron deshacerse de mí, me tiraron al tacho de la basura.
Abrió las manos, entumecidas, y se quedó unos instantes absorto, mirándose sus propios dedos como si nunca los hubiera visto antes. Aquellas manos que en otros tiempos habían servido a la voluntad de Uzumaki Shiona, y de Uzumaki Zoku, y de Sarutobi Hanabi por último. Ahora eran suyas, suyas y de nadie más. Una extraña sensación de vértigo le invadió.
—Eso es lo que nos hacen. Nos convierten en herramientas, en armas listas para ser usadas y deshechadas una vez han cumplido su propósito —dijo, al final—. Cuando llegó la noticia a Uzushiogakure de que Katame, de Sekiryuu, había asesinado a una de nuestras kunoichi... A mi... Yo... No hice nada. Así que ahora déjame que te pregunte. ¿Mereció la pena? ¿Disfrutaste matando a ese cabrón? Espero que al menos tú obtuvieses algo de valor de la muerte de esa basura.
—Sí, tienes razón. Será mejor que nos guardemos el secreto por ahora. Entre tú y yo, ¿eh? —respondió el Uchiha, socarrón, y en sus ojos Kaido pudo ver un brillo malicioso.
Luego llegó el esperado momento, claro. Una prueba de lealtad. El escualo, de momento, había demostrado no ser un enemigo y alinearse sin dudas con su compañero exiliado. ¿Sería Akame capaz de hacer lo mismo? Todo apuntaba a que sí.
—¿Quieres pruebas, Kaido? Yo puedo dártelas —respondió—. Uzushiogakure me traicionó. Mi propia Aldea, por la que lo sacrifiqué todo, ¿me oyes? ¡Todo! Me traicionó. Les di mi vida, les di mi lealtad incondicional. Si ellos decían que algo debía ser robado, yo lo robaba. Si ellos decían que alguien debía ser protegido, yo lo protegía. Si ellos decían que había que entregar un mensaje, yo lo entregaba, si había que conseguir información, yo la conseguía... —su mirada se ensombreció—. Si había que aprisionar a un jodido bijuu... Yo lo guardaba. Si ellos decían que alguien tenía que morir, yo lo mataba.
Se dio cuenta de que estaba apretando los puños.
—Todo era una mentira. Cuando decidieron deshacerse de mí, me tiraron al tacho de la basura.
Abrió las manos, entumecidas, y se quedó unos instantes absorto, mirándose sus propios dedos como si nunca los hubiera visto antes. Aquellas manos que en otros tiempos habían servido a la voluntad de Uzumaki Shiona, y de Uzumaki Zoku, y de Sarutobi Hanabi por último. Ahora eran suyas, suyas y de nadie más. Una extraña sensación de vértigo le invadió.
—Eso es lo que nos hacen. Nos convierten en herramientas, en armas listas para ser usadas y deshechadas una vez han cumplido su propósito —dijo, al final—. Cuando llegó la noticia a Uzushiogakure de que Katame, de Sekiryuu, había asesinado a una de nuestras kunoichi... A mi... Yo... No hice nada. Así que ahora déjame que te pregunte. ¿Mereció la pena? ¿Disfrutaste matando a ese cabrón? Espero que al menos tú obtuvieses algo de valor de la muerte de esa basura.