1/05/2019, 22:01
(Última modificación: 1/05/2019, 23:25 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
Tan enigmático como le fue posible, Akame contó a Kaido que se había ausentado para cobrarse una deuda. La segunda de aquella noche, después de la masacre de quemar la Trucha y a todos los que alguna vez disfrutaron con su dolor en el ring de combate. El cómo no le quedó del todo claro —la única posibilidad que contempló el tiburón es que haya usado aquella técnica suya con la que, en los examenes de Chunin, se había llevado consigo al bijuu, a Daruu y a Eri—. pero lo cierto es que Akame había derramado la sangre de aquél que se la había jugado. Uno de tantos, visto lo visto.
Por primera vez en los tres días que llevaban juntos, Kaido sintió... temor. No del tipo malsano, o del que te hace mear la cama. Era una especie de respeto. Un cuidado con ese tipo. Es peligroso. Eso ya lo sabía, sin embargo. No por nada le había vencido tan fácilmente en la semifinal del torneo de los dojos. No por nada Había podido detener una desgracia que acabase con la vida de cientos y cientos de uzujin. No por nada... Uzu le había intentado asesinar.
—Pues espero que Katame le ceda un lugarsito allá en las vastas tierras del Yomi. Seguro le vendrá bien la compañía —dijo, levantándose. Cogió sus cosas, apagó la fogata con tierra y tiró cualquier indicio que pudiera dejar rastro de su ruta. Miró al este—. ¿dejaste cabos sueltos? —indagó, mientras se echaba a caminar.
Por primera vez en los tres días que llevaban juntos, Kaido sintió... temor. No del tipo malsano, o del que te hace mear la cama. Era una especie de respeto. Un cuidado con ese tipo. Es peligroso. Eso ya lo sabía, sin embargo. No por nada le había vencido tan fácilmente en la semifinal del torneo de los dojos. No por nada Había podido detener una desgracia que acabase con la vida de cientos y cientos de uzujin. No por nada... Uzu le había intentado asesinar.
—Pues espero que Katame le ceda un lugarsito allá en las vastas tierras del Yomi. Seguro le vendrá bien la compañía —dijo, levantándose. Cogió sus cosas, apagó la fogata con tierra y tiró cualquier indicio que pudiera dejar rastro de su ruta. Miró al este—. ¿dejaste cabos sueltos? —indagó, mientras se echaba a caminar.