1/05/2019, 22:12
Una sonora carcajada retumbó entre las copas de los árboles. Por primera vez en aquellos tres días, Akame había reído a mandíbula batiente. Gozoso. Con júbilo. Miró a su compañero Gyojin y certificó las palabras del mismo.
—Que se pudran allí por toda la eternidad.
Luego ambos comenzaron a recoger el precario campamento. Mientras Kaido daba cuenta de las sobras del desayuno y la hoguera en la que había asado los espetos, Akame recogió el sedal de hilo ninja y lo guardó en uno de sus portaobjetos; luego, hizo lo mismo con las esposas supresoras de chakra. «No os voy a perder de vista, malditas. Probablemente os voy a necesitar de nuevo muy pronto», se dijo. Si bien aquella noche había sido todo un paso en el avance contra su adicción a la magia azul, Akame no contaba con que su espíritu —por firme que era— fuese capaz de derrotar a aquellos demonios tan fácilmente. Kaido estaba demostrando ser merecedor de su confianza, y el Uchiha no descartaría servirse de aquel aliado para superar la sed del omoide.
Cuando hubieron terminado, Akame echó a andar junto a su compañero.
—No —respondió, seguro—. Pero es apenas cuestión de tiempo que lleguen a la conclusión de que quien quiera pasó por la morgue no era yo, y que el asesinato del tipo que me apuñaló por la espalda no es mera casualidad. No hay muchas personas en Oonindo capaz de aparecerse y desaparecerse dentro de Uzushiogakure no Sato de esta forma.
Echó mano al paquete de tabaco. Cinco cigarros. Tomó uno y se lo colocó en los labios, prendiéndolo con aquella técnica Katon de forma idéntica a como lo había hecho antes. Luego, fumó con una extraña sensación de satisfacción. Y de vértigo. Ciertas dudas y temores empezaban a tomar forma en su cabeza, pero como todo, no podía simplemente verbalizarlos y darles poder. Al contrario, Akame tenía que aprovecharse de su ingenio para neutralizarlos, y de la mayor herramienta de cualquier ninja —o ex ninja, al caso—; la información.
—¿Estás en el Libro Bingo de Amegakure? —preguntó entonces—. Imagino que pronto me concederán el mismo honor en mi Aldea natal.
—Que se pudran allí por toda la eternidad.
Luego ambos comenzaron a recoger el precario campamento. Mientras Kaido daba cuenta de las sobras del desayuno y la hoguera en la que había asado los espetos, Akame recogió el sedal de hilo ninja y lo guardó en uno de sus portaobjetos; luego, hizo lo mismo con las esposas supresoras de chakra. «No os voy a perder de vista, malditas. Probablemente os voy a necesitar de nuevo muy pronto», se dijo. Si bien aquella noche había sido todo un paso en el avance contra su adicción a la magia azul, Akame no contaba con que su espíritu —por firme que era— fuese capaz de derrotar a aquellos demonios tan fácilmente. Kaido estaba demostrando ser merecedor de su confianza, y el Uchiha no descartaría servirse de aquel aliado para superar la sed del omoide.
Cuando hubieron terminado, Akame echó a andar junto a su compañero.
—No —respondió, seguro—. Pero es apenas cuestión de tiempo que lleguen a la conclusión de que quien quiera pasó por la morgue no era yo, y que el asesinato del tipo que me apuñaló por la espalda no es mera casualidad. No hay muchas personas en Oonindo capaz de aparecerse y desaparecerse dentro de Uzushiogakure no Sato de esta forma.
Echó mano al paquete de tabaco. Cinco cigarros. Tomó uno y se lo colocó en los labios, prendiéndolo con aquella técnica Katon de forma idéntica a como lo había hecho antes. Luego, fumó con una extraña sensación de satisfacción. Y de vértigo. Ciertas dudas y temores empezaban a tomar forma en su cabeza, pero como todo, no podía simplemente verbalizarlos y darles poder. Al contrario, Akame tenía que aprovecharse de su ingenio para neutralizarlos, y de la mayor herramienta de cualquier ninja —o ex ninja, al caso—; la información.
—¿Estás en el Libro Bingo de Amegakure? —preguntó entonces—. Imagino que pronto me concederán el mismo honor en mi Aldea natal.