4/05/2019, 21:40
Akame había seguido en receloso silencio al escualo desde que atravesaran la frontera del País del Rayo. Aquel era territorio inexplorado para el Uchiha, que como mucho había visitado la Villa de las Aguas Termales en alguna ocasión para relajarse fuera de su antigua vida ninja. Pero de barcazas de contrabandistas, no tenía idea alguna. Recaía entonces sobre Kaido la responsabilidad de encontrar aquella barca que les llevara a salvo hasta Hibakari, en Mizu no Kuni. «Al menos aquí estaremos fuera del alcance inmediato de las Tres Aldeas y sus perros de presa», se dijo Akame, mientras juntos bajaban una ladera.
Sin embargo, cual sería su sorpresa al comprobar que, cuando se acercaron al embarcadero, Kaido no pudo reconcoer a ninguna de las barcas de Sekiryuu. Como si fuese lo más normal del mundo, el Tiburón admitió no tener ni idea de quiénes podían llevarles a través del mar, a su destino. Akame arqueó una ceja, escéptico, y apretó los dientes con cierta molestia.
—Pues eso es una jodida lástima, Kaido —apostilló, mordaz—. Porque a diferencia de ti, yo no puedo nadar durante horas sin respirar o cansarme. Así que, ¿cómo demonios lo vamos a hacer?
Fue entonces cuando el Uchiha reparó en el gran acorazado fondeado en el modesto puerto de aquel lugar. Sus ojos recorrieron la enorme cubierta de madera del acorazado, ávidos de una solución.
—Nos tomamos el barco y le obligamos al puto capitán a que nos lleve a Hibakari —anunció, como si las propias leyes de los hombres no significaran más que una mierda en el zapato para él—. O eso, o nos esperamos a que por milagro de los dioses uno de tus hombres aparezca con una barca para llevarnos a través del mar al País del Agua.
Sin embargo, cual sería su sorpresa al comprobar que, cuando se acercaron al embarcadero, Kaido no pudo reconcoer a ninguna de las barcas de Sekiryuu. Como si fuese lo más normal del mundo, el Tiburón admitió no tener ni idea de quiénes podían llevarles a través del mar, a su destino. Akame arqueó una ceja, escéptico, y apretó los dientes con cierta molestia.
—Pues eso es una jodida lástima, Kaido —apostilló, mordaz—. Porque a diferencia de ti, yo no puedo nadar durante horas sin respirar o cansarme. Así que, ¿cómo demonios lo vamos a hacer?
Fue entonces cuando el Uchiha reparó en el gran acorazado fondeado en el modesto puerto de aquel lugar. Sus ojos recorrieron la enorme cubierta de madera del acorazado, ávidos de una solución.
—Nos tomamos el barco y le obligamos al puto capitán a que nos lleve a Hibakari —anunció, como si las propias leyes de los hombres no significaran más que una mierda en el zapato para él—. O eso, o nos esperamos a que por milagro de los dioses uno de tus hombres aparezca con una barca para llevarnos a través del mar al País del Agua.