5/05/2019, 01:38
(Última modificación: 5/05/2019, 01:38 por Uchiha Akame.)
¡Ah, el dulce néctar de los dioses!
Akame creyó que los ojos se le iban a salir de las cuencas cuando el capitán del barco sacó un chivato de cocaína y se puso una fina raya en la mano, allí, sin pudor alguno, antes de esnifársela como un borrico en el arado. ¡Snoooooort! El Uchiha siguió con la mirada el breve y efímero recorrido de aquella raya de polvo blanco antes de introducirse en las fosas nasales del gordo, como si fuese un plato de bogavante. Claro, durante su estadía en Tanzaku Gai como Calabaza, el yonqui, él había visto de todo; su consumo se limitaba al alcohol y al omoide —uno para olvidar, el otro para recordar, como siempre solía decir— pero no le eran ajenas otras drogas igualmente duras como la coca. Había visto a mucha gente consumir aquella nieve, un divertimento que gozaba de gran popularidad y aceptación, sobretodo, en las clases altas de la capital. Por su discreción y conveniente subidón, que hacía a una persona creerse capaz de cualquier proeza mientras durasen sus efectos.
Por esa misma razón, cuando Shenfu Kano le ofreció un tirito de aquella mierda, al Uchiha le empezó a temblar la mano derecha. Notaba cómo el corazón se le aceleraba y las fosas nasales se le abrían, como un toro antes de embestir, quizás preveiendo lo que iba a suceder. Sin embargo, antes de que pudiera responder, Kaido se plantó entre él y aquella sustancia como un muro de contención. Akame sintió el impulso de apartarle a golpes, pero luego supo que el Tiburón no estaba haciendo ni más ni menos que lo que un compañero haría; protegerle de sus propios demonios.
—No —respondió finalmente, con un tembleque poco controlado que le subía por el brazo derecho—. No.
Mientras Kaido y el otro hablaban —el capitán parecía ser víctima de un extorsionador—, Akame sacaba su cajetilla de tabaco. «Cinco cigarros», comprobó. Tomó uno de ellos, se lo puso en la boca y le prendió fuego con su técnica Katon. Aspiró una honda calada y volvió al mundo de los vivos; el amargo sabor del tabaco le calmó los nervios.
—Venga, joder —apremió tanto a Kaido como al capitán, dirigéndose luego a este último mientras expulsaba el humo gris por la nariz—. Nos cargamos a ese cabrón y nos haces un viajecito a cambio, ¿eh, Chanquete?
Akame creyó que los ojos se le iban a salir de las cuencas cuando el capitán del barco sacó un chivato de cocaína y se puso una fina raya en la mano, allí, sin pudor alguno, antes de esnifársela como un borrico en el arado. ¡Snoooooort! El Uchiha siguió con la mirada el breve y efímero recorrido de aquella raya de polvo blanco antes de introducirse en las fosas nasales del gordo, como si fuese un plato de bogavante. Claro, durante su estadía en Tanzaku Gai como Calabaza, el yonqui, él había visto de todo; su consumo se limitaba al alcohol y al omoide —uno para olvidar, el otro para recordar, como siempre solía decir— pero no le eran ajenas otras drogas igualmente duras como la coca. Había visto a mucha gente consumir aquella nieve, un divertimento que gozaba de gran popularidad y aceptación, sobretodo, en las clases altas de la capital. Por su discreción y conveniente subidón, que hacía a una persona creerse capaz de cualquier proeza mientras durasen sus efectos.
Por esa misma razón, cuando Shenfu Kano le ofreció un tirito de aquella mierda, al Uchiha le empezó a temblar la mano derecha. Notaba cómo el corazón se le aceleraba y las fosas nasales se le abrían, como un toro antes de embestir, quizás preveiendo lo que iba a suceder. Sin embargo, antes de que pudiera responder, Kaido se plantó entre él y aquella sustancia como un muro de contención. Akame sintió el impulso de apartarle a golpes, pero luego supo que el Tiburón no estaba haciendo ni más ni menos que lo que un compañero haría; protegerle de sus propios demonios.
—No —respondió finalmente, con un tembleque poco controlado que le subía por el brazo derecho—. No.
Mientras Kaido y el otro hablaban —el capitán parecía ser víctima de un extorsionador—, Akame sacaba su cajetilla de tabaco. «Cinco cigarros», comprobó. Tomó uno de ellos, se lo puso en la boca y le prendió fuego con su técnica Katon. Aspiró una honda calada y volvió al mundo de los vivos; el amargo sabor del tabaco le calmó los nervios.
—Venga, joder —apremió tanto a Kaido como al capitán, dirigéndose luego a este último mientras expulsaba el humo gris por la nariz—. Nos cargamos a ese cabrón y nos haces un viajecito a cambio, ¿eh, Chanquete?