5/05/2019, 22:31
Mientras todos sus sentidos le bombardeaban con estímulos demasiado tentadores como para ignorarlos, Akame avanzaba dando tumbos entre las cajas y los barriles de la bodega. Parecía que llevara semanas perdido en el desierto y hubiera hallado, por fin, un vergel radiante en el que descansar y saciar su sed.
«Sed... Tengo... tanta sed...»
Alargó el brazo derecho y pasó la mano, curtida y rasposa, por la rugosa superficie de las paredes de la bodega. Luego hizo lo mismo con la parte superior de la caja más cercana, como si con el sólo tacto pudiera saciar aquella ansiedad tan monstruosa que empezaba a comérsele por todos lados. Había perdido ya la noción del tiempo y el espacio, olvidando que estaban dentro de un barco de narcotraficantes en mitad de la noche con destino al País del Agua —o eso esperaba—.
«Tengo tanta sed...»
Inspiró hondo, dejando que aquel aroma delicioso le inundase las fosas nasales. Queriendo aspirarlo, tocarlo, saborearlo. Se acercó a la caja. Alargó las manos y buscó a tientas un resquicio por el que abrirla, y entonces...
Entonces las imágenes del Club de la Trucha ardiendo pasaron ante sus ojos. Los gritos desesperados de los carbonizados retumbaron en sus oídos. El rostro aterrado de Hōzuki Chokichi se reflejó en sus pupilas y le siguieron los de quienes eran ahora sus enemigos. Sarutobi Hanabi, Katsudon, Amekoro Yui... Datsue. «¿Datsue?» Sin darse cuenta, Akame se había detenido, y sus manos estaban cerradas en sendos puños. Apretó los dientes. La cara de una muchacha de ojos dispares y pelo blanco le miraba desde la penumbra de la bodega, recriminándole.
—Mierda —masculló entre dientes. Luego le arreó una soberana patada a la caja de omoide más cercana—. Pura mierda.
El Uchiha se pasó una mano por la llamativa pluma azul que llevaba asida a los vendajes sobre la oreja izquierda y dio media vuelta, camino a las escaleras y de vuelta al camerino de ese tal Shaneji.
«Sed... Tengo... tanta sed...»
Alargó el brazo derecho y pasó la mano, curtida y rasposa, por la rugosa superficie de las paredes de la bodega. Luego hizo lo mismo con la parte superior de la caja más cercana, como si con el sólo tacto pudiera saciar aquella ansiedad tan monstruosa que empezaba a comérsele por todos lados. Había perdido ya la noción del tiempo y el espacio, olvidando que estaban dentro de un barco de narcotraficantes en mitad de la noche con destino al País del Agua —o eso esperaba—.
«Tengo tanta sed...»
Inspiró hondo, dejando que aquel aroma delicioso le inundase las fosas nasales. Queriendo aspirarlo, tocarlo, saborearlo. Se acercó a la caja. Alargó las manos y buscó a tientas un resquicio por el que abrirla, y entonces...
Entonces las imágenes del Club de la Trucha ardiendo pasaron ante sus ojos. Los gritos desesperados de los carbonizados retumbaron en sus oídos. El rostro aterrado de Hōzuki Chokichi se reflejó en sus pupilas y le siguieron los de quienes eran ahora sus enemigos. Sarutobi Hanabi, Katsudon, Amekoro Yui... Datsue. «¿Datsue?» Sin darse cuenta, Akame se había detenido, y sus manos estaban cerradas en sendos puños. Apretó los dientes. La cara de una muchacha de ojos dispares y pelo blanco le miraba desde la penumbra de la bodega, recriminándole.
—Mierda —masculló entre dientes. Luego le arreó una soberana patada a la caja de omoide más cercana—. Pura mierda.
El Uchiha se pasó una mano por la llamativa pluma azul que llevaba asida a los vendajes sobre la oreja izquierda y dio media vuelta, camino a las escaleras y de vuelta al camerino de ese tal Shaneji.